Capítulo 48

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Mariana
Observo la pantalla de mi laptop con una sonrisa radiante. Las videollamadas con mi madre y mis hermanas son los momentos más esperados de la semana. En la pequeña ventana de la pantalla, veo a mamá, con el cabello recogido y una expresión de amor incondicional. A su lado, mis hermanitas pequeñas se pelean por espacio en el cuadro, cada una queriendo compartir su día primero.

—¡Ya casi tengo todo el dinero necesario para traerlas a Estados Unidos! —anuncio con entusiasmo, sintiendo un calor reconfortante en mi pecho al ver las expresiones de felicidad y alivio en los rostros de mi familia.

—¡Ay, hija, eso es una bendición! — respondió mamá, con los ojos brillando de emoción—. Estamos tan orgullosas de ti. Sabemos que no ha sido fácil.

—Te extrañamos tanto, Mari —dice Karla, la más bajita, con una mirada tierna—. No veo la hora de estar allá contigo.

Kamila asiente vigorosamente: —¡Sí, queremos estar todas juntas otra vez!

La conversación fluye con naturalidad. Hablamos de las últimas novedades en Cuba, me llenan de chismes locos del barrio y me río a carcajadas cuando mencionan a Juan, el borracho de la esquina, que se enamoró de una doñita flacucha que suele armar pleitos en la bodega. Me cuentan que Karla está destacando en la escuela y de los avances de Kamila en esgrima. Yo les comparto pequeñas anécdotas de mi vida en Estados Unidos, evitando cuidadosamente mencionar los aspectos más escandalosos de mi realidad. No quiero preocuparlas, luego le contaré todo a mamá.

Después de colgar, decido hacer otra videollamada. Esta vez a mi abuela materna, mi pilar y confidente. Mi abuela Golria aparece en la pantalla, con su rostro arrugado pero lleno de vida y sabiduría.

—¡Hola, mi Mari! —saluda con su voz dulce y pausada.

—¡Abuela, cuánto te extraño! — exclamo yo, sintiendo una mezcla de alegría y nostalgia.

—Yo también te extraño, mi amor. Pero sé que estás haciendo grandes cosas allá. Tu mamá me contó lo del dinero. Estoy tan orgullosa de ti.

—Así es abue, la cosa no está fácil allá, también me contó má. Pero no te preocupes, que mañana mismo te pongo un dinerito.

—No mija, no es necesario, aquí yo batallo, tengo mi chequera tú sabes.

—¡Ay abuela, por favor, tú y yo sabemos bien claro que eso no te alcanza ni para tres días! Y no se habla más, que mañana te envío algo con mamá.

—Está bien tesoro, si es lo que quieres pues lo recibo, no quiero pelear contigo mi amor.

Pasamos un rato hablando de cosas cotidianas y recordando anécdotas familiares. La abuela Gloria, con su carácter jovial, siempre sabe cómo hacerme reír y, al mismo tiempo, darme el mejor consejo. Es un bálsamo para mi alma, yo, que a veces me siento tan sola en este pequeño departamento.

De repente, se escuchan golpes en la puerta. Frunzo el ceño. No espero a nadie. ¿Será Franco? ¡Ojalá así sea!

Me despido rápidamente de mi abuela, no quiero que se vean y comiencen las preguntas.

—¡Rodrigo! —exclamo al verle, aunque no puedo ocultar una pizca de desagrado en mi voz. Mi primo está aquí, sonriendo con esa confianza que a veces resulta molesta. Sus visitas se habn vuelto más frecuentes desde que  llegó a la ciudad, y su comportamiento me parece cada vez más extraño. No puedo olvidar la vez que me besó a la fuerza, un recuerdo que aún me causa repulsión, pero como decidí darle otra oportunidad, no hago más que aceptar su visita igual que las veces anteriores. Al fin y al cabo, somos familia.

—Hola, Mari. Pensé en traerte algo de comida —dice Rodrigo, levantando unas bolsas llenas de víveres.

Me fuerzo a sonreír y lo dejo pasar.

💃Un baile para Franco🤑✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora