Capítulo 31

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Mariana
¿Hace cuánto no reía así? La mirada confusa y penosa de mi jefe me hace respirar profundamente y formularle la explicación de lo que le inquieta.

—"Ño" es una expresión —digo, gesticulando con una de mis manos.

—¿Una expresión? —La interrogante no desaparece de su cara.

—Sí. En Cuba lo usamos para múltiples casos. Si algo es bonito digo: ¡Ño, que lindo!; Si creo que eres una mala persona pienso: Ño, este hombre no es fácil; Si algo me irrita exclamo: ¡Ño, hasta cuándo!; Si me sorprende algo enuncio: ¡Ñoooo!

Sus risas se hacen escuchar y hago lo mismo. Él niega con su cabeza y carraspea con la garganta, fijando sus orves azules en mi rostro.

—Ño, eres preciosa —pronuncia, escondiendo una sonrisa tras su pícara mirada.

—Gracias. Has aprendido a emplearla, por lo que veo.

—Aprendo muy rápido...

—Yo también —contesto, a sabiendas de lo insinuante que pudo haber sonado.

—¿A sí? —musita, acercándose cuidadosamente a mí. No me muevo, sin embargo, busco la manera de cortar el momento...

—No he traído ropa para bailar, y no veo alguna barra cerca —suelto y regresa sus ojos a los míos luego de darle una última mirada a mis labios.

—De eso quería hablarte —dice, parándose y dejándome en el sofá para dirigirse a un pasillo—, ya regreso.

Aprovecho su ausencia y me llevo una mano al pecho. Solo ahora me doy cuenta de la rapidez con la que late mi corazón y me asusta no saber controlarlo. Tomo una bocanada de aire. Cierro los ojos. Los abro y me pregunto: «¿Qué tanto me gusta este hombre?».

—Toma —su palabra me saca de mis pensamientos y me dispongo a explorar la bolsa que me ha traído. Es de cartulina con decoraciones floreadas y dentro veo unas cuantas piezas de encaje.

Las voy sacando una por una y mis ojos se agrandan como platos. «¿Tengo que usar esto?».

—Capítulo cuatro, inciso d, seré el proveedor de tu dieta y tu ropa de trabajo, o sea, cada prenda de lencería u otro vestuario deberá ser proporcionado únicamente por mí.

Por supuesto, es uno de los parámetros del contrato.

—Pero esto es muy...

—Hermoso. Te quedará perfecto —me interrumpe y vuelve a sentarse a mi lado.

—Iba a decir inapropiado...

—Aquí lo único "inapropiado" es el deseo ardiente que te tengo, por lo demás, no hay nada que deba preocuparte.

Sus palabras son como bomba en el centro de mi ser. No sé qué responder a eso y él parece saberlo, porque evade el tema desviando la mirada a la pieza de encaje roja que tengo entre los dedos.

Se trata de un leotar bordado con finos hilos cardenales, solo lleva una capa gruesa de tela en la parte de los senos, lo demás es totalmente fino y casi transparente.

—Muero por que uses ese —me dice, torciendo una sonrisa de lado.

—Y yo muero porque los dichosos seis meses pasen volando...

—Ya veremos si desearás eso en un tiempo —alude, con aires de seguridad. Alzo una ceja—. Dos semanas Mariana, te doy dos semanas para querer que esto no acabe nunca—. Guiña un ojo y siento que mi corazón se me saldrá por la boca en cualquier instante.

«Control mija, control». Me ordeno a mí misma.

—También quería aclararte que no solo bailarás en barra, sé que la danza contemporánea es lo tuyo y quisiera verte.

—¿Me está diciendo que me quiere ver bailar... Eso es como el ballet, pero más movido —le hago saber y asiente, demostrando que está al tanto.

—Lo sé, deseo verte bailar como lo hacías en Cuba.

Me gusta. Desde que llegué a Miami creí lejano volver a bailar danza contemporánea. Desde que salí de mi país natal supe que acá las cosas no serían fáciles, y que debía enfocarme en ganar dinero para ayudar a mi familia, lo cual dejaba en último plano las zapatillas y el tutú con los que desde niña soñé no quitarme nunca. Ahora Franco me está dando la posibilidad de regresar a los días dónde bailar era mi fuerte, mi camino ideal, mi vida entera...

Sonrío como boba al imaginarme danzando para alguien a quien hace poco más de dos meses conozco, y me resulta un reto, más que nada, porque en mi mente la alertante idea de sobrepasar uno que otro límite me aqueja...

—Sí, también leí sobre algo de eso en el contrato —digo, recordando el capítulo cinco.

—Exactamente, el inciso declara que disfrutaré de tus múltiples habilidades artísticas en dependencia de lo que estés capacitada.

—De acuerdo.

—Por cierto, mañana iremos al hospital —enuncia y deja chocar su espalda contra el espaldar del sofá.

—¿Visitaremos a tu amiga? —le cuestiono, frunciendo el entrecejo.

—No exactamente. Tienes unos exámenes pendientes que exige el contrato...

—Dios. —Es lo que sale de mi boca al hacer memoria. Según recuerdo, eso incluye el exámen ginecológico, y de solo pensarlo se me enfría el cuerpo—. ¿Para qué quieres exámenes de ese tipo? Solo bailaré para ti, esos exámenes me hacen sentir...

—¡No! Nada que ver Mariana —interviene, alzando sus manos en disculpa—, este tipo de contratos requiere cierto rigor. Si fuera un centro de trabajo pedirán tu espediente médico, pero dado que eres emigrante la cosa cambia ¿Entiendes?

Tiene razón. No puedo ser tan ingenua. Sé de sobra que aquí las cosas son diferentes, y que exigen una larga lista de cosas antes de entregarle un cargo a alguien.

—Sí, entiendo —contesto bajando la guardia.

—Pero... Recuerdo que me dijiste que tú... Latina, eres una florecilla aún —suaviza sus palabras bajando el volumen de sus palabras y me sonríe de forma tierna—. No pienso someterte a tal cosa siendo... Sin haber Sido tocada por nadie antes, tranquila.

Al fin respiro aliviada y cierro mis ojos, disfrutando del significado de sus palabras «Adiós exámen de cuello uterino». Me burlo mentalmente y vuelvo a abrir los ojos.
Franco no ha dejado de mirarme y su intensa fijación me inquieta. Humedezco mis labios y el muerde su inferior, haciendo que una sensación nueva me recorra completa, deteniéndose entre mis piernas.

—Debes cambiarte la camisa —suelto, rompiendo el silencio. «¡¿Dios por qué tengo que hablar?!».

—Oh, sí. —Baja la mirada a las mangas de su camisa y nota nuevamente lo sucias y manchadas de sangre que están—. Mejor tomaré un baño ahora, tú también lo harás, vamos —me toma de la mano y me impulsa con él a ponerme de pie.

Me tenso. Impidiéndole a penas que me lleve consigo.

—¡¿Eh?! ¡¿Qué?! —exclamo forsajeando. Él se hecha a reír sin dejar de arrastrarme.

—¡Shhh! Tranquila latina —hace una pausa para llevar sus manos a sus caderas, dejándome libre—. No sé si leíste bien, pero tomar baños con tu señor está en uno de los incisos.

—¿¡Ahhh?! —suelto en un chillido—. ¡No, no leí eso! No pude haberme saltado ese detalle ¿Verdad?

«¿Bañarme junto a él? ¿Se ha vuelto loco o qué rayos le ocurre?». Mi conciencia elabora miles de preguntas en cuestión de segundos y la imagen de ambos desnudos bajo la ducha me causa estragos en el estómago.

«¿Cómo sería su cuerpo como Dios lo trajo al mundo? ¿Qué pasaría si estuviésemos a solas, desnudos y en su baño?».

«¡No, Mariana, es tu jefe!».

💃Un baile para Franco🤑✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora