Franco
Recuerdo que estaba más delgada hace una semana, lo cual ahora es buena señal, porque me alivia el verla recuperarse tan bien. Disfruto mucho asistir a sus terapias de rehabilitación, porque ella y su terapeuta forman un excelente equipo.
Las observo trabajar juntas en base a los movimientos de la pierna de Riley y bebo del jugo de naranja que ha preparado Emma, quien por suerte, solo se dirige a mí para ofrecerme una amabilidad momentánea que me cuesta soportar.—Levántala hasta donde puedas, si te duele me avisas —le indica la terapeuta.
Es una mujer de unos cuarenta años, tez blanca y ojos cafés. Su cabello es rubio con tonalidades castañas y tiene un cuerpo admirable.
Riley está acostada sobre su cama mientras Brett —la rehabilitadora—, se dedica a realizarle movilizaciones.
—Ahora bájala —le indica y ella acata sus órdenes.
—Nada, no me duele nada —dice contenta Riley robándome una sonrisa. Me levanto del sillón y camino hasta su cama.
—En dos meses podrás usar los zapatos más altos y peligrosos de la boutique —jaraneo y ella golpea mi brazo con uno de sus puños. Me ilusiona muchísimo verla tan llena de vida pese a su condición física.
—No le temo a dejar de caminar como antes Franqui —dice con una mueca—, con hacer lo indispensable dentro de mi apartamento y salir uno que otro día a disfrutar un poco es suficiente, así sea con muletas.
—Con la disposición que tienes no necesitarás apoyo auxiliar —interviene Brett y asiento a sus palabras.
Riley se ve demasiado dispuesta y fuerte como para lograr una recuperación más sana de lo esperado. Los primeros días de rehabilitación fueron muy difíciles para ella, y ni hablar de cuando perdió al bebé, por mucho que dijo estar en contra de su embarazo no escondió su dolor al enterarse de que lo había perdido. Luego las sesiones terapéuticas se llevaron a cabo, y aunque comenzó con energías bajas, nos ha sorprendido con su disposición y cooperación cada día.
—Eso espero —murmura mi amiga—. ¿Es todo por hoy?
—Sí, mañana seguimos con las activas asistidas —contesta Brett guardando sus cosas en una mochila.
—Te acompaño a la puerta —me ofrezco y la conduzco hasta la misma—. Doctora... ¿Cree que se recupere cómo es debido? —Aprovecho para preguntarle.
—Definitivamente. Esto llevará algún tiempo; meses, quizá más de un año... Todo depende de ella y de las sesiones —responde con un tono dulce y me llena el pecho de esperanza.
—No sabe cuánto me alegra escuchar eso. Muchas gracias por su tiempo —le agradezco y ella corresponde con una sonrisa deslumbrante.
Regreso a la habitación con Riley y le cuento cada avance con Mariana. Ella me escucha atenta y luego de aconsejarme un poco deja caer unas cuantas noticias de la enfermera que conoció en el hospital. La jovencita ha venido a verla en tres ocasiones y han aprovechado para conocerse un poco más. Me hace muy feliz saber que finalmente lucha por sus deseos y no permite que su madre se entrometa en ello.
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𝕌𝕟 𝕓𝕒𝕚𝕝𝕖 𝕡𝕒𝕣𝕒 𝔽𝕣𝕒𝕟𝕔𝕠
━━━━━━━༺༻━━━━━━━Debato internamente y luego de recordar las palabras de mi madre y Riley decido seguir sus consejos.
Mamá sabe que existe algo entre Mariana y yo, aunque no tiene idea del contrato, y prefiero que se mantenga así. Según ella, lo que comemos nosotros no llenaría ni un cuarto de su estómago, pues investigó en Google y los cubanos comen mucho, cosa que corroboré cuando la llevé al restaurante italiano.Preparo los ingredientes que saqué de la lacena y los acompaño con otros que saco del refrigerador. No pretendo hacer algo fino, mucho menos extravagante. Mariana ha de ser una mujer sencilla y conformista, una comida casual con el toque de mis raíces será suficiente para satisfacerla.
Plato de la noche: Lasaña a la boloñesa. Plato principal: Pechuga de pollo relleno con cinco quesos. Especialidades italianas.
Eso y uno de los mejores vinos que tengo en la reserva de mi despacho es lo que tengo para ofrecerle... A parte de otras cosillas que pretendo agregar, no de forma inocente.Tomo un baño y me pongo ropa casual, nada de traje ni zapatos pulcros, un simple pantalón azul de algodón y una camiseta a juego es lo que uso y me hace sentir cómodo, estoy seguro de que ella no lo juzgará.
Preparo la mesa, las sillas y cada cosa que veo fuera de lugar, imagen ante todo. Miro mi reloj de pulsera y al ver la hora comienzo a inquietarme. Faltan quince minutos para el horario acordado y siento que no llegará, como siempre, suelo ser demasiado impaciente. Me paseo de un lado a otro en mi pasillo y respondo a los mensajes de mi padre y mi hermano. Sonrío con algunos y murmuro con otros, mamá no deja de molestar a Estrella y papá se queja de que mi madre no regresa y necesita de ella. Y lo chistoso de todo es que recurren a mí como si yo tuviese la solución a sus problemas.
El timbre suena y con él mi corazón palpita con fuerza. Trago con dificultad ahogando los estúpidos nervios y rápidamente me calmo. Voy hasta la puerta y la abro, encontrándome con una figura femenina digna de admirar durante horas.
—Buenas noches —saluda ella por lo bajo, con esa voz fina y ese acento musical que le atribuye a sus palabras.
Lleva puesto uno de esos vestidos ajustados que tanto me gustan. Esta vez es rojo sangre y posee un escote que deja mucho a la imaginación. Le llega hasta poco más abajo de su tracero y en sus pies calza unos tacones finos que la hacen ver más alta de lo que es.
—Estás deslumbrante, pasa —le digo, haciéndola sonrojarse.
Me hago a un lado para que se adentre a mi apartamento y me tomo el descaro de deleitar la mirada directo a su hermoso y voluminoso cuerpo, el cual se ajusta perfectamente al vestido. Lamo mis labios, y me ordeno control.
—Sentémonos en la mesa, la cena se enfría —le indico y ella asiente, dirigiéndose al lugar que le señalé.
Camina con seguridad y no se pone nerviosa cuando le lanzo miradas indiscretas, eso me gusta.
—Gracias adelantadas —me dice tomando asiento frente a la mesa cuadrada—, por la invitación a cenar.
—No es nada, ya luego me agradecerás de otra forma —le guiño un ojo y sonríe apenada.
Me desconciertan sus reacciones, a veces es atrevida, otras chistosa, algunas serias, enojona, ardiente, sencilla, penosa... Es tan impredecible...
Busco los platos con la comida y los voy dejando de a poco sobre la mesa. A medida que lo hago le explico el nombre de cada platillo y ella me continúa el tema cuestionando sobre los ingredientes. Es agradable que pueda hablar de todo con ella.
—Solo he comido lasaña una vez, y sabía horrorosa. —Tuerce un gesto de cara y pincha con su tenedor sobre la gruesa capa de tortilla de la lasaña.
—¿En Cuba? —pregunto.
—Sí. Allá solo imitan, y para colmo lo hacen mal —se encoje de hombros y lleva un trocito a su boca.
Lo saborea, su expresión se ilumina y sus ojos se abren.
—¡Coño que rico! —exclama y no hago más que soltar una carcajada—. ¡En serio, está divino!
—Gracias —pronuncio y bebo un poco de vino tinto.
—Muero por probar eso —dice señalando el plato con las pechugas.
—Puedes probar cuando desees.
—¡Ay gracias! —suelta otra vez y lleva su tenedor hasta picar un trozo que enguye en un segundo. Vuelve a emocionarse y me felicita por la comida.
Verla comer con esas ansias es maravilloso.
Terminamos de comer y vamos a la sala, dónde nos sentamos sobre el sofá mientras bebemos más vino y picamos uno que otro saladito de jamón y queso. Deseo más que nada soltarle de una vez el motivo de la cena, pero temo que no esté de acuerdo...
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💃Un baile para Franco🤑✅
RomanceMariana es una joven bailarina cubana de veintitrés años que emigró a Estados Unidos y ahora trabaja como camarera en la cafetería de su tío con la ayuda de su primo Ricardo. En Miami, conoce a Franco Rizzo, el propietario de la famosa Casa Club "Vi...