Capítulo 36

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Mariana
Doblo con minuciosidad las prendas de vestir de las bailarinas y me cerciono de no dejar nada fuera de lugar. A pesar de que suelo ser muy organizada, hay tantas, pero tantas cosas en los camerinos, que aunque acomode mil veces seguirá viéndose aglomerado.

Han contratado a otra chica para que ayude a las bailarinas, según ellas, antes tenían a una doña cuarentona a tiempo completo, pero se fue de la ciudad. Y ahora, como trabajo exclusivamente para Franco, solo puedo venir a ayudar de vez en cuando; y por supuesto, también me pagan las horas que trabajo aquí.

Llevo dos meses danzando a solas para mi jefe, aún quedan cuatro más para culminar con el pacto firmado. Pese a la incómoda situación en la que nos vimos involucrados, y a mis intentos de escapar de sus besos y constante seducción, todo ha sido en vano, porque en el fondo soy como todas las mujeres y mi inexperiencia no hace la diferencia, pues he caído en sus redes cada maldito día que nos encontramos.

Esa cercanía casi a diario, las citas improvisadas cada semana y la intensidad con la que me mira, solo ha hecho una cosa con mi pobre corazón: enamorarlo. Lo ha hechizado como bruja a la manzana. Ha volteado mi vida de un modo gustoso, pero que me asusta, porque no salen de mi cabeza las palabras de Isa.

«¿Y si ella tiene razón? ¿Y si se ha portado así conmigo por quitarme mi virginidad a mero capricho? ¿Y si no siente lo mismo que yo?». Numerosas preguntas azotan mi mente y yo no sé hacer otra cosa que no sea: esperar. Según mi mamá, las cosas pasan por una razón y no por gusto Diosito me puso a Franco dos veces en el camino.

—Buona giornata. —La voz que me hace temblar las piernas me hace tensarme y sujeto la bandeja con un par de copas vacías mientras alzo la vista encontrándome con sus ojos.

Él camina a paso lento por el medio del pasillo y saluda a los trabajadores que con él se cruzan. Yo, por mi parte, tengo pensado dejar esto sobre la barra de Ronan.

Detallo su ropa, tan sutil y correcto vestido de traje clásico, siluetas relajadas y tela gruesa e impecable. Cómo siempre, lleva en su muñeca izquierda un reloj precioso —de una marca que desconozco, por supuesto, guajira al fin—; mancuernillas majestuosas en los puños de su camisa; corbata fina y bien anudada; zapatos de corte bajo que deben costar más que el club y... En fin, muchos millones en porquerías.

—Buen día señor —contestan algunos mientras que otros se acercan a estrechar su mano.

Yo asiento con la cabeza y le sonrío al ver que no aparta su mirada de mí. Me quedo parada en el mismo sitio como si tuviese pegamento en la suela de mis zapatos y trago en seco. «Detesto no haber superado los ataques que me produce su presencia».

—Mariana, en dos minutos te necesito en mi despacho —suelta al fin y susurro un: sí.

Carraspeo con la garganta y continúo mi camino rumbo a la barra. Cada vez que me llama se me disparan los nervios y siento cosquillas en el estómago...

—O te metes en muchos problemas o le gustas.

Escucho al tiempo que dejo la bandeja frente a Ronan y volteo el rostro para ver de quién se trata. Es Marlon, uno de los meseros de la zona de reuniones.

Abro la boca para contestarle pero Ronan me interrumpe...

—Mariana trabaja para el jefe en el área de marketing, está pasando un curso y es muy buena, por ello debe estar muy pendiente de ella.

Ni siquiera me preocupo por su respuesta, le sigo el comentario y sonrío con afirmación.

—Exactamente —alego corroborando las palabras del rubio.

—¡Ah, no sabía que te gustaba eso de la publicidad! —exclama el mulato sorprendido.

Marlon es un ciudadano americano de nacimiento, de padre negro, madre americana y abuelos maternos asiáticos, por lo que sus rasgos son algo confusos. Piel castaña y bronceada a la vez, cabello rizo y café, nariz perfilada y pequeña, labios bastante gruesos y abultados, ojos achinados de un color verde oscuro y porte de soldado, tan alto y corpulento como cualquiera de los guardias de seguridad del Club.

Es nuevo, entró hace un mes y hemos entablado un ligero sentimiento de amistad, al igual que con los demás meseros y guardias, acá todos somos como una familia... La familia que tanto extraño y necesito.
Aprecio muchísimo la lealtad de Ronan para con su jefe, y agradezco el haber intervenido en la pregunta de Marlon. Quizá yo hubiese metido la pata, pero por suerte está él para interceder cuando de temas que incluyen a Franco se trata. Si no fuera porque me he percatado de la intensidad con la que mira a Isa, aseguraría que su inclinación sexual apunta al italiano...

—¿Quieren saber una cosa? —susurra el mulato con discreción. Ronan y yo nos miramos dudosos y le hacemos saber de nuestro interés. Él sonríe y dice con orgullo: —Mi futuro está en el modelaje.

—¡Oh, vaya, con que modelo! —palabrea Ron limpiando un vaso con un paño blanco. Luce muy tierno con sus pantalones negros, camisa blanca de mangas dobladas por dentro y pajarilla pequeña encima del botón bajo su garganta.

—Oye, la verdad que sí te favorece eso de las pasarelas —opino yo, con la total certeza de lo que digo.

—Ya lo sé —contesta él en un tono despectivo, casi altanero, causándonos una risa—. Ustedes se ríen ahora, pero cuando me vean posar para una de las mejores revistas de Nueva York, se acordarán de aquel pobreton de ojos verdes que alguna vez trabajó a vuestro lado —dice con un drama digno de premiar y se levanta de la silla donde estaba sentado.

Niego con la cabeza sin dejar de sonreír y me limito a señalar su alto sentido de optimismo.

—El deber me llama. —Se despide, agarra su bandeja en manos y se marcha.

—Y tú debes hacer lo mismo, se supone que serían dos minutos. —Me recuerda Ronan y con un gesto de cabeza me indica que tome el pasillo directo a las escaleras.

—Entonces supongo que me espera un regañito del jefe —jaraneo y le lanzo un beso para largarme tras el hombre que me trae como perrita tras su pelota preferida.

💃Un baile para Franco🤑✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora