Capítulo 47

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Franco
El rojizo de sus mejillas me hace perderme por unos segundos. Se ve preciosa cuando me observa con la intensidad que lo hace ahora. Mariana es la representación de todo aquello que deseo en una mujer, pero no estoy seguro de entregarme por completo a algo que vaya más allá de lo que tenemos en este momento. Me asusta que todo esto no sea más que un juego mutuo cargado de pasión y coraje, pero a la vez, rehuyo a la posibilidad de que alguno de los dos, o ambos, terminemos confundiendo las cosas.

«¿Confundiendo qué exactamente?».

No pretendo que me ame, tampoco he pensado hacerlo por ella, pero demonios, ¿Cómo reusarme a algo que pasará inevitablemente?
Somos adultos, lo suficiente para entender a lo que nos llevará toda esta revuelta física y emocional en la que nos hemos involucrado.
No quiero que esto llegue a más... ¡¿Joder a quien engaño?! ¡¿Qué deseo realmente?!

—Sé que lo pone el contrato, pero me inquieta que no hayas transferido el pago antes —declara y frunzo el entrecejo.

—¿A qué te refieres? —le pregunto, ajeno a la intención de sus palabras.

—Me refiero a que decides pagarme unos días después de que te... —suspende sus palabras y baja la mirada. Cómo casi siempre, llevo una de mis manos a su barbilla y la obligo a mirarme.

—Dime —le exijo.

—Es que me resulta extraño que me pagaras justo después de lo que pasó en tu apartamento.

Me quedo en silencio unos minutos dónde pienso y trabajo en base a sus palabras. Encuentro el sentido y alzo a la par mis cejas antes de responder.
Había pensado pagarle las sesiones de baile una vez al mes, con la suma de danzas que me dedicara. Pero también debo admitir, que después de la noche que pasamos juntos, se me vino a la mente la necesidad de remunerarla por entregarme algo tan preciado como es su...

«Espera Franco, no, no hagas que luzca como que le pagaste por sus "servicios", no la trates como... ¡No! ¡¿Qué demonios hiciste?!». Caigo en cuenta del error que cometí y veo la decepción de mis actos grabada en su mirada.

Suelto un suspiro y lamo mis labios para explicarle —excluyendo la realidad de mis intenciones—, el motivo del pago a solo días de haberme acostado con ella.

—Debo ofrecerte disculpas, pensé pagarte las sesiones de baile según la cantidad de danzas al mes, y como se está finalizando octubre... —le explico y su expresión se suaviza—. No sé lo que pasó por tu mente, pero nuevamente te pido disculpas, quizá lo hice ver de un modo inadecuado.

—No... N... no, es que... Nada, solo pensé cosas que no van al caso ¿Verdad? —cuestiona lo último y me queda claro que mis palabras no la convencieron.

Es entonces cuando me atrevo a acariciar su rostro con delicadeza. No recuerdo ser tan empalagoso con unas mujer así como lo soy con ella. De hecho, nunca antes me ví tan cautivado por una sonrisa que no fuese la de Riley, y aunque fueron muchas las que llevé a la cama, con ninguna tuve las intenciones que tengo con ella.

—Pensé que me pagabas por haberte entregado mi virginidad —suelta de pronto haciéndome sonreír de lado. Su atrevimiento repentino me saca una sonrisa de ternura y la acerco a mi rostro para dejar un beso sobre sus labios.

—No existe dinero alguno que pague la pureza de una mujer, y si pretendo ayudarte, será porque lo mereces y porque yo deseo verte bien. No vuelvas a pensar en eso... Tú vales lo que tengo y lo que no tengo también.

Culmino y aunque en parte le he mentido, al decirle lo anterior me doy cuenta de algo en lo que no había indagado antes. Mariana me preocupa, y bastante. Confirmo que no lo hice solo en agradecimiento por la noche que tuvimos, sino porque en el fondo me nace saberla feliz, sin necesidades de tipo alguno...

—Gra... —pronuncio y mis labios la interrumpen.

Nuestras respiraciones se unen en una sola y mezclamos nuestras bocas con el ardiente deseo que nos enciende. Sus labios suaves y ágiles se deslizan húmedamente con los míos y un par de lenguas curiosas se asoman para encontrarse.
Las manos de Mariana recorren mi pecho y un cosquilleo me recorre cuando siento que desabotona con desesperación mi camisa. Aprovecho que lleva un vestido holgado puesto y bajo el borde que recubre sus pechos para acceder a ellos. Dejo besos húmedos por esos bultos que me provocan y sin desaprovechar un segundo me dedico a saborearla.

La hago levantarse de encima mío y me apresuro en cerrar la puerta con seguro para evitar accidentes como el ocurrido hace unas semanas atrás.

Regreso a ella y la observo, está agitada y sus ojos brillan. La cargo en mi cintura y la dejo encima de mi mesa, haciendo que numerosos objetos y papeles caigan despavoridos por el suelo. Poco me importa el desorden.

—¿Vamos a hacerlo aquí? —pregunta con voz temblorosa y ladeo mi cabeza al tiempo que retiro sus bragas.

—¿Tú qué crees? —contesto y sonríe ante mi respuesta.

Me enciende el hecho de que, pese a su inexperiencia, está dispuesta a cada cosa que he deseado hacer con su cuerpo. Y la idea de que seré yo quien le enseñe los placeres sexuales más deliciosos me lleva a sentirme con suerte.

Levanto su vestido dejando a la vista su apetecible intimidad junto con unas piernas largas y hermosas. La miro a los ojos y con su mirada curiosa obtengo la respuesta que necesito para continuar.

—Relajate ¿sí?

Ella asiente, la veo tragar con nerviosismo y decido comenzar dejando besos por su abdomen. Se le escapan unas risillas combinadas con gemidos y dejo una mordida justo encima de su ombligo. La noto sobresaltarse, pero al segundo vuelve a retomar tranquilidad.

Llevo mis labios a su entrada y con delicadeza y pasión me dedico a regalarle su primer experiencia oral.

Sus gemidos, los jalones de cabello que recibo a cambio, las veces que pronuncia mi nombre con dificultad y los movimientos arrítmicos de sus caderas son suficientes para entender lo que experimenta su cuerpo, que no es menos de lo que pretendo mostrarle.

💃Un baile para Franco🤑✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora