Mariana
Subo casi corriendo las escaleras y ya frente a la puerta me aseguro de alistar bien mi uniforme. Falda larga bien ajustada y camisa femenina abotonada hasta la línea que inicia mis pechos. Me parece que voy demaciado correcta y aunque una parte de mi me dice que mantenga mi porte correcto, la otra porción grita que desabotone los primeros tres botones de mi camisa blanca. Lo hago. Abro un poco mi cuello y mis redondos pechos se abultan.Paso mis manos por mi cabello alisándolo un poco y me aseguro de no llevar desaliñada la coleta. Me recompongo, doy un par de toques en la puerta y una voz ronca me recibe del otro lado.
—Pase —ordena y giro la manija. Cuelo mi cabeza por entre la puerta y la pared y luego hago lo mismo con mi cuerpo.
Han sido tantas las veces que nos hemos encontrado aquí, que he apendido a superar el pánico de mirarle directo a los ojos al verle. Por lo que camino más decidida que antes, hasta llegar frente a su escritorio.
Franco me observa agarrándose el puente de la nariz con su índice y pulgar mientras se mese lateralmente en su silla giratoria. Veo su saco negro sobre el espaldar de esta y desvío la mirada a su camisa blanca tan ajustada que marca cada músculo de su pecho y abdomen. Lamo mis labios con la intención de remojarlos y él suelta un suspiro profundo para hablar.—No me gusta que te demores cuando te llamo —suelta sereno y me señala que me siente en la silla a mi lado. Cumplo a su pedido y me quedo en silencio—. Tampoco soporto que no respondas.
—¿Y qué quieres que te diga? —espeto. No sé por qué actúo así. Pero me sale solo.
—Algo, lo que sea.
—Algo, lo que sea —repito tras él y se ríe.
—Ok, tú y tus respuestas —dice y se inclina sobre la mesa—. Quiero que cenemos hoy.
Me sobresalto un poco.
—¿A dónde?
—Esta vez será en mi casa.
Las últimas cuatro semanas hemos cenado en diversos restaurantes. Franco me ha mostrado muchas comidas y bebidas de etiqueta que jamás imaginé probar. A demás, gracias al curso de inglés que casi culmino, he logrado intercambiar en sitios más poblados a los cuales me ha llevado. En nuestras salidas no han faltado los besos, las miradas y roces corporales. No hemos definido nuestro estado de convivencia, y deseo más que nada saber qué siente por mí... Pero no puedo exigirle nada con un contrato ridículo de por medio que me hace pensar que para él no soy nada más que una bailarina personal.
—¿En tu casa? —cuestiono en un tono retórico. Él asiente.
—Sí... Mariana, creo que debemos hablar unas cosas, ven —dice y se echa hacia atrás en la silla.
Me pongo de pie siguiendo sus indicaciones y abro los ojos como platos al ver que me señala sus muslos—. Ven aquí. Tranquila, solo quiero que hablemos.Sus palabras suenan dulces, y aunque dudo un poco, aún así sigo su orden. Me siento de lado encima de él y pasa una de sus manos por mi cintura, y la otra descansa en mis muslos.
Giro el rostro y me encuentro con su mirada azul cargada de belleza y atractiva seducción. Me pongo nerviosa e intento disimular mi estado.—¿Qué tanto confías en mí? —pregunta, haciéndome guardar silencio unos segundos antes de responder.
La verdad, ahora mismo soy tan vulnerable que haría lo que fuera por cumplir a sus deseos. No sabía que el amor me volvería tan débil, pero esta debilidad me encanta. Me encanta porque me siento suya sin siquiera serlo; me encanta porque no me basta con verlo cada día, también me encargo de reflejarlo en mis sueños cada noche; me encanta porque una palabra de sus labios es suficiente para causarme estragos físicos y mentales cada que la escuche; me encanta porque no tengo el poder de controlarlo y sobre todo me encanta porque el amor es capaz de hacerme feliz aunque no conozca los motivos.
—Lo suficiente como para querer saber lo que tienes en mente.
Mis palabras parecen gustarle, porque sonríe y muerde su labio inferior.
—En mente tengo muchas cosas... Mariana yo he intentado con todas mis fuerzas ir despacio por respeto a tí, pero la verdad, por dentro estoy muriendo por hacerte mía —declara y trago en seco. Hace unos meses atrás esto podría haberme dejado en estado de shock, pero ahora solo tengo ganas de besarlo. A lo cual me limito.
—Y agradezco mucho tu paciencia. Sé que te dije haber aceptado tu propuesta, pero no quiero arruinarlo ¿Entiendes? —le digo y llevo una mano a su cabello. Me entretengo jugueteando con un mechón y él recorre mi rostro con la vista.
—Por supuesto que te entiendo... Y por eso te pedí que vinieras aquí. Quiero que nos acerquemos más.
«¿A caso dijo lo que creo que dijo?». Tanto tiempo esperando por esto.
—¿Acercarnos más? —repito sus últimas palabras y frunzo el entrecejo. Necesito entender con claridad lo que ha dicho.
—Me refiero a que te sueltes y me muestres lo que hay dentro de tí. Siento que no estás siendo tú misma, y comprendo que estar en otro país te haga cohibirte de ciertas cosas... Pero deseo más que nada conocer cada una de tus facetas.
—¿En serio quieres eso? —cuestiono y asiente—, ¿Y cómo pretendes conocer esas partes de mí?
—Voy a enseñarte a volverme más loco de lo que ya me tienes —contesta y me ruborizo. Sujeta mi barbilla con una de sus manos y me acerca a su boca—, serás mi perdición, latina.
Sus labios poseen los míos sin piedad y me aferro a su cuello permitiéndole hacer de mí lo que le plazca. Cada día siento más deliciosos sus besos, y el toque de sus manos en mi piel se vuelve mucho más erótico a medida que le permito explorarme.
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💃Un baile para Franco🤑✅
RomanceMariana es una joven bailarina cubana de veintitrés años que emigró a Estados Unidos y ahora trabaja como camarera en la cafetería de su tío con la ayuda de su primo Ricardo. En Miami, conoce a Franco Rizzo, el propietario de la famosa Casa Club "Vi...