Capítulo 4

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Mariana
   El sereno de la madrugada nos abraza y tiemblo de frío mientras bajo a tierra firme, con parte de mi mochila empapada de agua salada y mi cabello amelenado por la brisa.

   Un fuerte murmullo de lágrimas y quejidos de felicidad se adueña del sonido de la playa donde desembarcamos temerosos. No hay tiempo para celebrar, una vez que pisamos la arena nos lanzamos a correr en dirección a los matorrales que rodean la derecha de nuestra vista.

    No puedo explicar cómo me siento ahora mismo, un sentimiento de alegría y miedo me recorre de pies a cabeza y en lo único que puedo pensar es en correr junto a los demás.

   Escapamos de posibles guardias americanos y finalmente llegamos a una zona estrechamente poblada con unas diez personas esperándonos con carteles y camisetas de bienvenida.

   «Es el momento de soltar las lágrimas». Me digo al ver a un tipo vestido de blanco con un cartel en manos ilustrando un: "Bienvenida al sueño americano Mariana".

   Es Ricardo, el primohermano de mi madre. Él es un hombre alto, de unos treinta y cinco años, piel morena y ojos tan verdes como los de mi tío Gustavo, su padre. Nunca antes nos habíamos visto en persona, pues ellos eran de Santiago de Cuba y viajaron a los estados Unidos cuando Ricardo era un niño. La vista que tenía de él eran las fotos que mi madre me ha ido mostrando cada que mi tío y ella hablaban, por lo que tenerlo en frente es un completo alivio visual.

   —¡Gloria a Dios! —exclama y abre sus brazos para recibirme.

   Poco me importa si nos conocemos o no, ahora lo que necesito es un abrazo que me diga que todo estará bien y que lo peor ha pasado.

   —Tranquila, lo has logrado —me susurra al oído y deja un beso sobre mi cabeza. La cortesía cubana la lleva en la sangre.

   —¡Gracias! —suelto en un suspiro y mi corazón se calma un poco, pero aún late sin control.

   —¿Cómo estás? —pregunta desasogado—, dame tu mochila.

   Se la extiendo y él la cuelga en su hombro.

   —Un poco asustada, pero bien ¿A dónde iremos? —le pregunto mientras recojo mi cabello húmedo y desgreñado con una liga.

   —A mi casa, llamaremos a tu madre para que esté tranquila y mañana deberás pedir asilo político, ya todo está acordado, tú solo sigue cada cosa que te diga ¿De acuerdo? —me explica y asiento débilmente. Mis piernas aún no superan el temblor del nerviosismo.

   Lora corre a mi y me abraza. Ella es una amiga de la familia que al igual que mi madre ha deseado irse de Cuba desde hace mucho tiempo. Me desea suerte y besa mis mejillas sin dejar de lagrimear de felicidad por haber llegado. Nos despedimos y Ricardo pasa su mano por mi cintura para dirigirnos a su auto.  Doy un respingo ante su acto y él lo nota, retira el gesto y me sonríe apenado. Abre la puerta del copiloto y subo.

   El viaje hasta su casa se hace rápido, quizá tardamos unos cuarenta minutos en llegar. Ricardo vive con tío Gustavo según me dijo durante el camino, tienen una pequeña cafetería cerca de su casa que han sacado adelante juntos y es ahí donde pretende ubicarme como mesera.

   Al entrar en mi nuevo hogar temporal, recorro cada detalle con la vista. Se puede decir que mi casa de Cuba es ocho veces más pequeña que esta. Las paredes son de un blanco crema impecable y el piso está enmaderado completamente. Siento que con una pizada podría romperlo. Los muebles están tapizados con un vinil grisáceo y hay cuadritos decorando un estante de madera barnizada que posee algunos libros también. En la sala, frente al sofá, hay un plasma bastante grande y un par de equipos debajo que no sé para qué sirven.

💃Un baile para Franco🤑✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora