Capítulo 27

93 11 0
                                    

Mariana
Presiono "Enter" y me adentro a la publicación que ha hecho mi madre de mis hermanas. Karla sonríe con esa alegría soberbia y Kamila carga un perro pekinés en sus brazos, sonriendo también. Veo que ambas llevan prendas pequeñas de oro, y me complace saber que mamá siempre las lleva bonitas y arregladas a todos lados. Ya no se ven como antes, y eso me alivia infinitamente. También las veo más rellenitas a las tres, se nota que la alimentación en casa ha mejorado.

Tres toques en la puerta me hacen levantarme y dejo mi laptop a un lado sobre el sofá. La abro y el rostro de Ricardo me hace soltar una leve sonrisa.

—¡Primo! Pasa ven —le invito y él se adentra luego de chasquear un beso en mi mejilla.

Carga unas cuatro bolsas repletas de verduras y sabrá Dios qué rayos más y las deja sobre la meseta de la cocina.

—¡Hoy haremos la cena juntos! —exclama y saca poco a poco el contenido de las bolsas. Me acerco y lo ayudo, curioseando y muriendo por encender la estufa—. Dime que has pensado de la mudanza.

En la última visita que me hizo quedamos en que buscaría otro sitio para vivir. Algo propio que pudiese pagar al menos por cuotas. Con el enorme pago que estima el contrato con Franco sería excelente aprovechar la oportunidad de irme de aquí. No es que el edificio me desagrade, pero el espacio es bastante reducido y quisiera tener una casa lo suficientemente grande como para que mi madre, mi abuela, y mis hermanas estén cómodas.

Isa me envió numerosas propuestas de viviendas económicas, pero la mayoría son fuera de Nueva York, pues aquí todo suele ser más caro. Y como exige el contrato, no puedo irme lejos hasta dentro de seis meses.

—Estoy en ello, ayer vino mi jefe y...

—¿Eh? —me interrumpe y deja de sacar cosas de las bolsas para mirarme incógnito—. ¿Tu jefe estuvo aquí?

—Sí, nos cruzamos en la calle y lo invité a subir —contesto con normalidad y muerdo un trozo de panqué.

—Mari, ya es bastante raro lo del ridículo contrato ese, ahora se aparece por aquí de "casualidad" —menciona lo último haciendo comillas con sus dedos y mantengo mi rostro neutro.

—Hacía ejercicio, y yo venía de hacer las compras, no le veo lo raro —me encojo de hombros y evito seguir con el tema, alejándome al sofá para continuar husmeando en facebook.

—No sé si estás enterada, pero aquí es muy común el rollo entre jefes y empleados, no es bien visto.

Ruedo los ojos, cansada de escuchar la misma cantaleta.
«¡A caso no puedo vivir mi vida sin comparaciones? ¿No se me está permitido equivocarme y cometer uno que otro desastre como todo mundo sin ser juzgada?».

—Ricardito, yo cuido de mi vida ¿sí?

—Tienes razón. —Suelta un suspiro pesado y continúa acomodando las cosas en la alacena.

Preparamos la cena dialogando sobre nuestra familia de Cuba y terminamos haciendo uno que otro mohín, ambos sabemos que allá la cosa no está nada fácil. Anhelo demasiado escuchar las perretas de mis hermanas; la voz de mando de mamá pidiéndome que abandonara la compañía; el estrés de no tener la ropa que se me antojaba; los mil sueños que ví lejanos y que hoy tengo en bandeja frente a mis ojos; la amabilidad de mis vecinos y los muchachos del barrio correteando por el patio de mi casa; extraño a la vieja chismosa de enfrente que vivía pendiente de la gente y dejaba quemar la comida; los turrones de coco y las pasticas de maní que vendía "Ramón el de la bicicleta"; añoro las "malas palabras" y el "asere que bolá"; el café con pan, o el vasito de aguazucar' cuando no había merienda; ¡Dios! Hasta lavarme el cabello sin acondicionador lo extraño. Los potajes, el ajiaco, el congris con cerdo azado de cada fin de año, las navidades que nunca se celebraron, las colas para comprar en las tiendas y los mercados de moneda extranjera a los cuales nunca pude entrar.

Suena triste, es triste, pero se extraña.

Hacemos unas chuletas en grasa y servimos un par de platos con arroz amarillo, ese que en Cuba no faltaba cuando no habían frijoles para el congris. Preparo la ensalada de col, lechuga y tomate, adherezo las chuletas con un "mojito" que inventó Ricardo y servimos unas copas de vino.

Disfrutamos del sabor mientras vemos "Hasta el último hombre", y una vez satisfechos continuamos con la película hasta que acaba.

Despido a Ricardo picando las diez de la noche y luego tomo un baño para ir directo a la cama.

━━━━━━━༺༻━━━━━━━
     𝕌𝕟 𝕓𝕒𝕚𝕝𝕖 𝕡𝕒𝕣𝕒 𝔽𝕣𝕒𝕟𝕔𝕠
━━━━━━━༺༻━━━━━━━

                                    

Día de limpieza. Tengo todo mentalmente calculado. Lanzo un poco de agua por toda la sala y la extiendo con el trapeador a los demás sitios de mi departamento, no sin antes cambiar la canción que resuena por las bocinas de la televisión. Seco el piso mientras me desplazo con movimientos delicados y perspicaces. Me dejo llevar. Llego a mi cuarto, continúo danzando sin dejar de deslizar la colcha por cada rincón y vuelvo a las sala para dirigirme a la cocina.
Completo la limpieza pero no dejo de cantar y bailar.

—¡Cuándo me dejes de amar! ¡Elige bien los versos de despedida! ¡Si decides que te sobra mi compañía! ¡Piénsalo de nuevo, piénsalo y no sigaaaaaas! ¡Sé que no habrá vuel...!

Interumpo mi escandalosa voz sin gota de afinación al escuchar un par de golpes en la puerta. Dejo de doblar la ropa lavada y me dirijo a abrirla.

—Bailarina, y cantante, vaya, eres puro arte concentrado.

Mis ojos se abren y trago con dificultad.

«¡Ayuda! ¿Cómo se habla?». Me cuestiono, sintiéndome incapaz de pronunciar algo. «¿Por qué estoy así, carajos? Ya ha venido antes, no tengo porqué ponerme nerviosa».

—Eh, sí, adelante —lo invito a pasar y lo hace.

Muerdo mi labio inferior mientras le pido fuerza a las alturas para no caer en la tentación pero todo se va a la mierda cuando fijo mis ojos en su abultado y encantador trasero. Trae puesto un pantalón ajustado que marca sus definidas piernas y muslos, y ni hablar del par de nalgas que carga.

Dios fue demasiado amable con este tipo.

—He venido a informarte de tu primera sesión, espero no haberte incomodado por llegar sin avisar —se apresura en decir y niego repetidas veces.

Me observa con descaro, parado frente a mi con las manos dentro de los bolsillos de sus pantalones. Lleva puesta una camisa blanca entallada con las mangas dobladas hasta sus codos. Acabo de descubrir que adoro como luce cada vez que hace eso.

—No, estaba limpiando pero ya terminé —le digo y me sonríe—. Siéntese —inquiero y asiente.

Ambos tomamos asiento.

—Te necesito para esta noche, mañana tengo una reunión importantísima y quisiera liberar un poco el estrés que tengo acumulado.

—Mmm, está bien. ¿A qué hora?

—A las nueve, ¿Puede ser?

—Es perfecto —mascullo y me muevo inquieta sobre los cojines del sofá.

—Bien, entonces —dice y se pone de pie. Algo me dice que no soy la única nerviosa por aquí—. Solo quería decirte eso, ya que pasaba por aquí.

Me levanto también y atiendo a sus palabras.

—Si espera a que tome un baño le puedo preparar un café, también tengo torta, pero de piña —intento ser cortés y me reprocho por continuar con la idea de llegar a algo... diferente.

—Sí. Claro que puedo esperar —responde de inmediato y me despido con una sonrisa para dirigirme a mi cuarto en busca de ropa limpia.

Estos encuentros a solas no van a acabar bien. Y no sé si eso me asusta, o me gusta...

💃Un baile para Franco🤑✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora