Capítulo 10

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Mariana
   ¡¿Crujido de espalda?! Pensé que nunca más sentiría esa sensación de desajuste en mi columna vertebral. «Fueron los tacones del uniforme». Me recuerdo con la mirada puesta en el techo de mi cómodo y nuevo departamento. Desabrocho casi sin fuerzas los botones del chaleco y me ayudo con mis propios pies a quitarme los ajustados zapatos de tacón fino.

   La alarma del reloj digital sobre el armario retumba marcando las cuatro de la mañana y suelto un bufido seguido de un berrinche resagoso. Agarro una almohada y la lanzo en dirección al aparato ruidoso. Acción fallida, colapsa contra el cuadrito enmarcado de mis hermanas y luego cae al suelo.

   —¡Cojone! ¡Me cago en la madre de las almohadas! —exclamo para no faltarle al respeto a la madre de alguien que tengo en mente que prefiero no mencionar.

   Cojo la otra almohada y nuevamente intento golpear el reloj insoportable que pita como equipo médico en alerta de emergencia. «¡Aleluya!». Esta si logra darle y suspiro aliviada.

   El primer día de trabajo me cansó tres veces más de lo que lo hacía la Cafetería. No siento la planta de mis pies y creo que llegué hasta mi depa por arte de magia. Mis compañeras están igual o peor que yo.

   Antes de salir conocimos a nuestras relevos, un grupo de seis mujeres mayores que nosotras y por supuesto, más experimentadas. Cada día o noche —dependiendo de mi horario de entrada—, estaré laborando durante ocho horas consecutivas, con un sueldo de quince dólares por hora, lo cual es grandioso teniendo en cuenta de que el salario normal de cualquier mesera estadounidense no supera los tres dólares por hora.

   Es cierto lo que dicen en Cuba de que: "¡Estados Unidos no es lo que todos creen, allá hay que rejoderse para poder vivir bien!". El progreso aquí consiste en trabajar duro y caer en cuenta de que el dinero no viene del cielo. Y fuera de todo eso, finalmente podré ahorrar lo suficiente para traer a mi gente lo antes posible.

   Siento mis párpados cerrarse a medida que imagino y recuerdo los buenos y malos tiempos de mi país natal, y extrañando a mi familia de Cuba quedo dormida sin siquiera tomar un baño...

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     𝕌𝕟 𝕓𝕒𝕚𝕝𝕖 𝕡𝕒𝕣𝕒 𝔽𝕣𝕒𝕟𝕔𝕠
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   Nuevamente el incesante reloj emite una buya insoportable, pero esta vez si me lanzo de la cama y lo apago yo misma. Es las tres de la tarde. No tengo nada en el estómago desde ayer en la tarde y camino rumbo al comedor arrastrando los pies con la espalda arqueada. Suelo encorvarme cuando tengo hambre. Sí, me veo horrorosa, dice mi madre que me parezco al demonio que aparece en la película "Constantine". Me queda el papel como anillo al dedo.

   Abro el refrigerador y saco un pote de helado de los que compré ayer y en la lacena agarro una bolsita de galletas dulces sabor a... —leo el sobre de las galletas y sonrío—, sabor a fresas.

   Me siento sobre la mesa —cubana al fin—, y enguyo todo hasta quedar satisfecha. La dieta que me impusieron para la danza me permitió un estómago no tan amplio, por lo que suelo llenarme con porciones medianas de comida.

   Regreso a mi habitación, tomo un baño y me alisto para dedicarme a organizar el departamento más a mi gusto. Aproveché con el dinero que me regaló mi tío para comprar algunos cuadros y cortinas nuevas. Las paredes son color crema, y como me gusta el rosa decidí decorar con artículos de ese color, bueno, más bien compré todo color salmón.
Al terminar me acuesto sobre el sofá y enciendo mi teléfono para como cada tarde comunicarme con mi familia. Hablo con mi madre, hago una videollamada con mis hermanitas y mensajeo con mi prima Melissa por Whatsapp. Husmeo en facebook en busca de contenido chistoso o interesante y encuentro un vídeo de perros graciosos. Me divierto un rato observándolos hacer tonterías y una notificación de whatsapp me hace pausar el vídeo. Llega un mensaje de un número desconocido y me tomo la facultad de responderle.

   Número desconocido:
   Hey.

   Yo:
   ¿Hola? ¿Quién eres y quién te dio mi número?

Agrego un emogie de cuchillo y lo envío.

   Número desconocido:
   Soy tu jefe, y no era necesario lo del cuchillito.

   «Mierda, mierda, mierda y más mierda». Pronuncio mentalmente y los nervios me hacen sentarme de a golpe sobre el sofá. Mordizqueo mis uñas y dejo mi celular a un lado de los cojines mientras decido qué responder.

   «Sé educada Mari, tan solo eso, no es difícil, ahórrate tus bromas pesadas que él no es la señora Mustelier».
Y bien, voy a contestar.

   Yo:
   Disculpe señor, pensé que era algún viejo verde de esos, nunca se sabe.

   «¡Está escribiendo de vuelta!». Alerta mi conciencia y espero por su respuesta.

   Número desconocido:
   La entiendo, no se preocupe.

   «¿Por qué mi jefe me está escribiendo? ¿Cómo consiguió mi número? ¿Esto es parte de las relaciones jefe-empleada de Estados Unidos? ¿Debería preguntarle el motivo de su raro atrevimiento?». Debato internamente y todo se vuelve cada segundo más extraño e incómodo. No sé que me pone más nerviosa, si nuestra tonta conversación, o el hecho de que sea él quien me esté escribiendo.
«¿Y si Verónica le comentó del tropezón frente a los clientes franceses y me quiere despedir? ¡Ay no!».

   Yo:
   Va a despedirme y no sabe como hacerlo sin herirme ¿Verdad? Señor fue culpa de los tacones que nos obligan a usar, úselos usted por media hora y entenderá lo que le digo.

Le escribo rezando por que no sea ese el motivo y cruzo mis dedos a punto de un colapso nervioso.

   Número desconocido:
   Iba a requerirle por lucir tan provocativa en horario laboral, pero ya que menciona un error suyo que desconocía, me otorgo el derecho de atribuírselo como otro motivo de despido.

   Debí imaginarlo. «¡Tonta!».

   Un mohín adorna mi cara y siento un nudo formarse en mi garganta. Mi corazón galopa a trote intenso y casi puedo verlo palpitar a través de la blusa blanca que llevo puesta.
«¿Qué harás ahora Mariana? ¿Eh? Dime. Acabas de arruinarlo todo por un estúpido tropezón. ¿No pudiste hacerlo en otro sitio? En el baño, por ejemplo, dónde nadie fuera de los baters y los lavabos te verían. ¿Eh? ¡Ves que eres torpe muchacha!».

   Yo:
   En mi defensa le diré que esos uniformes son los que "usted" nos manda a usar, Verónica nos dijo que venían hechos a nuestra medida. Y con respecto al tropiezo, puedo asegurarle que no ocurrirá otra vez.

   Número desconocido:
   En lo primero tienes razón, he de aceptar que los diseños son un poco provocativos. Y en lo segundo... Tendría que pensarlo, no puedo permitir que mis empleadas estén rodando por los pasillos y menos frente a los clientes. Esta noche la espero en el salón de reuniones de Vitale, allí ajustaremos cuentas en base a tu situación. ¿De acuerdo?

   Yo:
   Como usted crea conveniente, señor. Gracias por replantearse no despedirme.

   Número desconocido:
   Franco, me llamo Franco, no me nombre de "señor", por favor. En la noche la espero sin falta, buona serata.

   Lanzo mi celular a cualquier sitio libre del sofá y cubro mi rostro con mis manos ante la lamentable idea de ser despedida a solo unas horas de haber trabajado por primera vez en Vitale.

   Paso lo que me queda de tarde deambulando por los rincones sin dejar de pensar en las palabras de mi jefe. La plena idea de perder una oportunidad como esta me aterra y no encuentro el remedio a mi situación. «Se positiva, lograrás convencerlo». Me lamento en silencio y susurro palabras auto emotivas para no tirarme a llorar en una esquina.

   Ricardo me llama por enecima vez desde ayer y nuevamente ignoro su llamada, aún no supero lo ocurrido el día que nos despedimos en Miami. Le envío un mensaje deseándole buen día y le explico que aún estoy incómoda, por lo que no deseo hablar con él prontamente. Mi tío Gustavo también me llama y a él si le contesto para contarle de mi primer noche de trabajo, claro, excluyendo lo del tropezón y los mensajes con mi jefe. No quiero comenzar a preocuparlo, no hasta que esté segura de que perdí el empleo.

💃Un baile para Franco🤑✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora