Capítulo 12

103 9 0
                                    

Mariana
   «Aver Mariana reacciona, sí, tu jefe te ha propuesto una cita. No, corrección, el pedazo de hombre que es tu jefe no te despedirá si sales con él». Lo último suena más rarito. En realidad me gusta como suena, a quién quiero engañar.

   —¿Y por qué querría usted cenar conmigo? —le pregunto fijando la vista en su rostro y aprovecho para admirarlo.

   —Tutéame, por favor.

   Asiento.

   Lleva el cabello perfectamente peinado hacia atrás con corte bajo en los laterales; su frente no tan ancha luce unas perfiladas y oscuras cejas; tiene el rostro ovalado, barbilla abultada y perfil con razgos masculinos bien pronunciados; sus labios son carnosos y rojizos, posee unos dientes de esos que salen en las sonrisas de promoción de pastas dentales y noté hermosos hoyuelos en su sonrisa. Todo en él es cautivador, en especial el azul deslumbrante de sus ojos y la intensidad de su mirada a través de esas pestañas kilométricas.

   —No me parece que estés en posición de hacer ese tipo de preguntas. ¿Qué dices si aceptas y durante la cena te explico? —propone y achino los ojos ante su descaro.

   —¿Sabía usted que las cubanas solemos ser muy curiosas?

   —¿A sí?

   —Sí, por eso no debo negarme a su propuesta, sería una vergüenza para mi cubanía rechazarla —expongo llevando una mano hasta mi pecho. Él se echa a reír y niega con la cabeza.

   —Entonces tenemos una cita pendiente —acota y asiento.

   —¿Puedo preguntarle algo? —aprovecho el momento para hacerle unas preguntas que andan rondando mi cabeza.

   —Por supuesto.

   —¿Cómo descubrió que aún no tengo mi ciudadanía? No recuerdo darle esos detalles a su asistente, y menos mi número telefónico —le digo y él sonríe de lado. Se inclina quedando a centímetros de mi rostro y me ruborizo.

   —¿Cómo puedes ser tan hermosa? ¿Por qué desde que te vi en Miami no te he sacado de mi cabeza? —cuestiona y su aliento roza mis labios. Trago en seco y me inclino hacia atrás, tomando una distancia que en realidad no deseo.

   —¿Está evandiendo mis preguntas?

   —Acabo de respondértelas.

   Mis ojos bajan a sus labios y lamo los míos involuntariamente. Subo la mirada a sus ojos y los encuentro fijados en mi boca, para cuando intento decir algo su mano viaja a mi cuello y me atrae a su rostro, uniendo nuestros labios lentamente. Miento si digo que me ha incomodando su acto, al contrario, desde que lo siento saborearme me dejo llevar sin pensar en nada más.

   Me atrevo a rozar sus labios con mi lengua y sin darme cuenta presiono el botón de su locura, porque me agarra con más fuerza y abre su boca devorándome como si tuviese hambre de mis labios. Su lengua recorre la mía y juguetean como buscando amigarse. Comienzo a necesitar oxígeno e intento separarme de él despacio, pero no me lo permite. Agarra mi cintura con su mano libre y la aprieta dejándome un dolor que fuera de molestarme causa cosas raras entre mis piernas.

    «¿Qué estás haciendo? Bueno, en todo caso ¿qué te están haciendo? ¿Y por qué lo permites?». Me recrimino y mi conciencia alerta a mis hormonas disparadas.

   Logro soltarme de su agarre y cuando lo hago al segundo me arrepiento. Sus labios están hinchados y sus ojos lanzan rayos de exitación, supongo que yo esté igual.

   —¡Santo Dio! Mi dispiace così tanto —pronuncia en un experto italiano y en vez de intentar adivinar que carajos ha dicho, fantaseo con su acento europeo—. Perdóname no quería asustarte.

💃Un baile para Franco🤑✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora