Capítulo 30

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Mariana
Removiéndome inquieta en el asiento trasero junto a Bruno, intento moderar los temblores de mis piernas. Y si ahora parezco hoja en tornado, pues me imagino sobre la barra.

«¡Dios, la barra, el baile!». Aclama mi mente y frunzo mis labios. Reprochándome una y otra vez cómo pude no darme cuenta de sus intenciones desde un principio.

Quizá parezca no intencionado, pero vamos, que es demasiado obvio. Desde que llegué a Vitale nuestras miradas brillaron de un modo extraño, casi mágico. En ese entonces me acompañaba el recuerdo de cuando lo ví por primera vez, frente a Vista Alegre, en Miami. Tenerlo de frente una vez más fue una señal del destino, al menos es lo que pienso, y seguiré pensando a menos de que sus acciones me demuestren lo contrario.
Luego sus mensajes de texto; el regaño por mi pésimo desempeño como mesera; el cambio de labor y los reclamos al verme subir a una barra como si fuese una de las strippers. Todo ha ido pasando como si el curso estuviese destinado a no romperse; tan lijero, agradable...

No sé si deba confiarme. Si debería dar crédito a cuánto sentimiento por él estoy sintiendo. ¿Pero qué haría cualquiera en mi lugar? ¿Alejarse? ¿Lanzarse a sus brazos? Caminos distintos que no estoy dispuesta a seguir.

Miro de reojo a quien va sentado a mi lado. Su semblante frío y serio me hace apartar la curiosidad y termino volviendo la vista al cristal de la ventanilla, perdiéndome en el exterior que corre fugaz ante mis ojos.

Llegamos a un barrio nuevo para mí. Desconozco de la ubicación en la que nos encontramos pero no me preocupo por preguntar, solo espero a que me indiquen bajarme.

—Hemos llegado —enuncia Franco, desabrochando su cinturón de seguridad con prisa. Baja y Bruno hace lo mismo. Sin embargo, yo no me muevo, en espera de que me abran la puerta.

—Gracias —pronuncio poniendo un pie en la acera, saliendo despacio del auto. Es Franco quién me ha abierto.

—Llévalo a por gasolina y luego lo dejas en el garaje de atrás —le ordena a Bruno y este asiente. Rodeando el vehículo para adentrarse nuevamente en él—. Vamos —me dice ahora a mí, emprendiendo un rumbo directo a las puertas cristalizadas de lo que parece ser un edificio lujoso. Es enorme.

Lo sigo en silencio, escaneando los alrededores con la vista. «¡A caray, esto si es vida, pero cuánta belleza acumulada!». Franco me lleva hasta un elevador luego de cruzarnos con unas seis personas igual de elegantes y pulidas que él. Me siento bien al no recibir miradas despectivas —a lo que alcancé ver—, por lo que persigo a mi jefe con seguridad.

Las puertas metálicas se cierran, estamos solos pero mis nervios han bajado la intensidad. Franco me mira cruzado de brazos, las manchas de sangre en las mangas de su camisa se han fijado como tinte y aprovecho para hablar al respecto.

—En cuanto lleguemos a tu apartamento voy a lavar eso —le digo, refiriéndome a la camisa.

Baja la mirada y sonríe.

—Oh, no te preocupes, ya no sirve —le resta importancia con una mueca y regresa la vista a mi rostro. Lo cual no es bueno para mi control mental.

—Por, supuesto, ustedes los ricos se la pasan tirando sus cosas —comento, cruzada de brazos también. Sonríe de lado.

—Es blanca, estas manchas dejarán la tela horrorosa aunque la laven mil veces. Ya no sirve para nada.

«¡Oh, pero cuánta ignorancia! ¿Cómo puede decir algo así?».

—¡¿Sabes cuántos niños y jóvenes en Cuba y Haití desearían tener una camisa como la que traes puesta?! —exclamo exaltada, negandome a concordar con su absurda respuesta.

Abre a la par sus ojos y da un paso en mi dirección para contestarme. Las puertas del ascensor se abren y con un gesto me indica que debemos salir. Continúo tras él como perrita tras su dueño y detiene sus pasos frente a una puerta blanca e inmensa, tanto de alto como de ancho.

—Respecto a lo que dijiste hace un momento, tienes razón —admite, dedicándome una mirada antes de abrir la puerta de su casa con una llave magnética.

—Sé que la tengo —me encojo de hombros.

—Bienvenida a mi exótica mansión de gente millonaria, espero no ensucies mi piso ni infectes el aire que respiro entre estás múltiples paredes —dramatiza con sarcasmo extendiendo su mano para que la tome. Ruedo los ojos y lo hago, me adentro a su apartamento y rodeo cada detalle al alcance de mis ojos.

La idea que tenía de este lugar es totalmente errónea. Por mi mente pensó que tal vez, me encontraría con un apartamento repleto de muebles lujosos y cuadros por doquier. Lámparas extravagantes y alfombras de terciopelo sensibles a la suela de los zapatos, al punto de tener que entrar descalza. Pero no. Es un sitio más bien cómodo y bastante solitario, con su toque de comodidad, opulencia y elegancia.

Las paredes son grices, al igual que los muebles. Este sitio tiene el equilibro justo entre el confort y la belleza, dando como resultado un espacio magnífico totalmente exclusivo, tanto en decoración como en diseño, los cuales siguen la temática poco tradicional,  brindándome la sensación de encontrarme fuera de este mundo y además, solo la vista y el aroma fresco me ofrece todo el confort que necesito los minutos que estaré aquí.

Me acerco a los ventanales cristalizados, tienen vistas espléndidas hacia los paisajes y los diferentes puntos de la ciudad. Variando entre edificios, carreteras, autos que desde aquí parecen hormigas y espacios verdes.

Recorro nuevamente todo con la vista, es un espacio maleable de gran amplitud, que
resalta su hermosa arquitectura vanguardista y actual.

—¿Te gusta? —me pregunta Franco, interrumpiendo mi escáner mental.

—Es fabuloso, nunca pensé estar en un sitio así —contesto sin dejar de pasearme por la sala colmada de aparatos tecnológicos que no tengo idea de para qué sirven.

—Enciende las luces Érika —dice Franco al aire y todo se ilumina al instante. Abro mi boca impresionada.

—¡Eso solo lo he visto en las películas! —exclamo, llevando mis manos a mi rostro para cubrirme los labios en asombro.

—Se debe a la integración de sistemas inteligentes que puedo manejar desde una tablet o mi celular, incluso con mi voz. Por ello manipulo la iluminación, la apertura de puertas, el consumo de gas y control del audio y video de mi Smart TV.

—¡Increíble, ñooo! —balbuceo, fundida en la información que acaba de darme.

—Ven, sentémonos. —Me lleva hasta el enorme sofá y nos sentamos uno a lado del otro—. Ya que te he informado algo de mi "mundo", creo que debes enseñarme también cosas del tuyo.

Sus palabras serias y llenas de dulzura a la vez me derriten. Pero no lo demuestro, asiento y espero por sus próximas palabras.

—Comenzando por una expresión que escucho por segunda vez, ¿Qué es "ño"?

Eso es suficiente para hacerme soltar una carcajada.

«Dios, es mucho lo que tengo por contarle de mi "mundo", y me agrada que alguien como él se interese por ello».

💃Un baile para Franco🤑✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora