Capitulo 32. Souya Kawata: un golpe tonto de realidad

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La vida para los gemelos Kawata había sido de lo más común, una madre hogareña y un padre que pese a sus extremas jornadas laborales les dedicaba lapsos breves de tiempo a sus hijos, sin duda una familia considerada tradicional en Japón. Dos niños que parecían tener el futuro asegurado debido a su desempeño escolar y habilidades físicas, sin duda dos joyas para el país, todo eso hasta que la tragedia sucedió. Tenían tan solo doce años cuando su padre falleció debido al cáncer en sus pulmones, gracias a esto es que los problemas económicos surgieron provocando el suicidio de su madre un año después. Ambos chicos quedaron huérfanos destinados a vagar por las calles para conseguir dinero, pese a su constante esfuerzo nada daba resultados hasta que recurrieron al robo y peleas callejeras. Es así como se olvidaron de ese futuro brillante que en algún momento se les había prometido. Todo siguió así hasta que las frecuentes idas a las correccionales los obligaron a obtener dinero de manera honesta, fue así como habían terminado en esa asquerosa cantina y así conocer a los hermanos Haitani. Desde su primera aparición en aquel lugar ambos hombres habían ido con frecuencia, las constantes insinuaciones de Rindou hacia Souya no faltaron, al principio la incomodidad estaba presente en ambos hermanos, pero con el paso del tiempo el menor de los Kawata se acostumbró e incluso llego a disfrutar de la compañía del hombre, a diferencia de Naoya que no toleraba a ninguno de los dos, pero tenía que tragarse su ira si no quería perder el trabajo y además de meterse en problemas con su hermano. Ran al ser consciente de la molestia en el chico solía distraerlo, buscaba sacarle conversación e incluso invitarlo a beber, pero Naoya siempre encontraba una manera de negarse o no prestar atención al supuesto cortejo. Fue hasta que unos meses después la pesadilla de Naoya se cumplió, su hermano y Rindou se hicieron pareja.

A Nahoya no le quedaba de otra más que cerrar su boca y tragarse sus comentarios, esto por dos razones, la primera, por la felicidad de su hermano, aunque le doliera admitirlo su hermano se veía feliz con aquel hombre que lo trataba como si fuera una gran joya de valioso valor. El segundo motivo eran los beneficios económicos, Rindou se había asegurado de darle una vida llena de lujos y caprichos a su hermano, por lo que a veces era inevitable no compartir de esa fortuna, gracias a los Haitani es que estos habían podido decirle a dios a su trabajo en aquella cantina y dirigir un restaurante. En un año la vida para estos dos hermanos pintaba de colores y de mil maravillas, pero lo que se consigue fácil, fácil se va.

― ¿Dónde carajos estarán esos dos? ― preguntó con irritación, llevaban minutos caminando por todo el parque sin rastro de Souya y Rindou, con cada minuto que pasaba el cielo se tornaba más oscuro y las luces comenzaban a iluminar los diferentes puestos que había

―ya deberíamos dejar de buscarlos, apuesto a que ya hasta debieron irse a un hotel para pasar la noche, después de todo esta cita doble tenía algo así como objetivo― contesto Ran que caminaba a su lado mientras miraba a distintas direcciones en busca de aquellos dos

―te juro que si tú hermano le pone un solo dedo encima lo mataré― se detuvo un momento para enfrentar al más alto cara a cara

―no sé qué te molesta, como si no hubieran hecho ya eso en cientos de ocasiones

―no es necesario que lo digas imbécil― contesto enojado, si bien era consciente de lo avanzada que llevaban su relación imaginar ello lo ponía de malas

― ¿tanto te molesta que dos hombres se amen y se lo demuestren de forma física? ― dijo con el propósito de seguir molestándolo

―claro que no, a mí eso me da igual, me molesta que ese hombre sea tu hermano, eso es lo que me irrita― dijo gritando ―bien, supongo que será mejor irnos, ya lo esperare en casa― respiro resignado mientras su cuerpo se encorvaba debido al cansancio

―no es necesario aun podemos divertirnos nosotros precioso― susurro cercas de su rostro con un tono bastante coqueto

―claro que no aléjate, ya no soporto un minuto más contigo― alejo su rostro y a paso largo se alejó dejándolo atrás.

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