Capitulo 36. Izana Kurokawa: un rey sin corona

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El sol comenzaba a salir tras el horizonte, elevándose e iluminando toda la ciudad, el ruido mañanero como los autos, el canto de las aves y el golpeteo del viento sobre diferentes objetos lo hizo despertar. Sus ojos se abrieron de manera repentina, frene a ellos se encontraba el rostro sereno de Takemichi. Manjiro había aceptado a que durmieran juntos cuando el chico se lo propuso, antes de dormir el teléfono de este había sonado, al parecer Izana lo estaba buscando y había aparecido de manera amenazante en la estación, aun así, este no cedió y eligió quedarse con Mikey, sus amigos estarían a salvo ya que ellos no habían intervenido, Takemichi había escapado por cuenta propia por lo que ha Izana no le quedaba de otra más que buscarlo por sí mismo, lo cual parecía no estar dispuesto a hacer.

En su rostro se dibujó una sonrisa, su mano acaricio con cuidado la mejilla del chico, su semblante era el significado de tranquilidad, solo verlo dormir le provocaba una sensación de paz. Manjiro había conocido un sinfín de personas en todos sus años de existencia, admitía que algunas de ellas poseían rasgos que los resaltaban de los demás, los hacían poseedores de una belleza que él podía admirar, pero Takemichi era diferente, no solo poseía una belleza inigualable desde sus ojos hasta sus pies, poseía una atracción intangible que le provocaba querer mirarlo y memorizar su rostro. Podía empezar desde su cabello, tan oscuro que contrastaba con su piel clara, su cabello tenía la capacidad de reflejar los rayos de cualquier luz de una manera única dando la ilusión de que más allá del negro de su cabellera había otro color oculto. Luego podía ir con su rostro que representaba esa pureza de su alma pero a la vez te trasmitía perfectamente las emociones del chico, sus ojos que lo mantenían hipnotizado, sus carnosos labios que te incitaban, en pocas palabras, Takemichi era digno de una belleza sobrenatural, una belleza de dios, Mikey aceptaba que era más que hermoso, desde el primer día que lo vio al chocar en aquel puesto este llamo su atención, Takemichi era esa obra de arte que anhelaba apreciar y tener para sí mismo, quería su alma, su poder, conseguir eso ahora se volvería su principal objetivo, porque llevar una larga vida a veces te hacia aferrarte a pequeñas metas que podían darle un nuevo sentido y sacarte del aburrimiento.

Manjiro lo miro durante un rato, sin cansarse, su pulgar acariciaba su rostro y jugueteaba con este mismo, fue luego de unos minutos que Takemichi despertó mirando así la sonrisa que el contrario le dedicaba.

―Buenos días Takemitchy― lo saludo con una dulce voz, su mano aun acariciaba el rostro ajeno ― ¿dormiste bien precioso?

―buenos días― dijo entre bostezos ―admito que sí, pude descansar bastante bien, la cama es muy cómoda ¿Qué hay de ti? ― dijo mientras lo miraba a los ojos, disfrutaba de las caricias que le dejaba y de su cercanía

―creo que con solo tu presencia basta para poder dormir tranquilo― dijo con una gran sonrisa, sin pedir permiso se acercó a Takemichi escondiendo su rostro en su pecho ―deberíamos quedarnos así todo el día, no tengo nada mejor que hacer

― ¿y darte ventaja al pasar más tiempo contigo? Lo siento, pero no, además tengo que ir con mis amigos― su mano instintivamente acaricio el cabello rubio

―bien, pero al menos quédate al desayuno― suplico

―de acuerdo, pero a cambio me darás la información que no obtuve de Izana.

Manjiro no dijo más, asintió y siguió acurrucándose en el pecho del azabache. Luego de un rato y de que Takemichi insistiera, ambos se levantaron a tomar el desayuno. Takemichi se permitió merodear por la casa, aun siendo de un solo piso era bastante amplia, conservando ese característico estilo japones, pero de alguna manera luciendo moderno.

―Es muy linda y acogedora― menciono mientras su mirada vagaba por cada rincón del comedor, el salón era amplio, lleno de decoraciones, cuadros y objetos visiblemente de valor, en el centro estaba la gran mesa con cojines para poder sentarse

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