Juliette reaccionó a quitarse de encima la mano de Daishinkan y apartarse. Solo lo hizo por instinto, puesto que de no estar a punto de dormirse, seguramente no hubiera rechazado a Daishinkan de esa manera tan desagradable.
-¡Juliette! -reclamó Daishinkan ante la forma en que ella lo rechazó.
-Me asustaste. Discúlpame -le dijo.
-Yo no haría nada que no estuviera entre tus deseos -le dijo Daishinkan quién no ocultó lo ofendido que se vió ante su rechazo-. Solo te pido que intentes no darme la espalda. No es muy educado de tu parte ignorar mi presencia a tu lado de esa manera cada noche -finalizó para acostarse a su lado sin decir nada más esa noche.
Juliette obedeció; esa noche no le dió la espalda solo porque él lo pidió.
Daishinkan simplemente no soportó más la indiferencia que ella tenía para con él cuando caía la noche. Era esquiva y decía poco, muy diferente a la Juliette del día, que era más alegre y buscaba conversar. Entendía que los motivos de su joven esposa era que las noches a solas se relacionaban a la intimidad y la cercanía, por ende esquivaba su contacto lo más posible para evitar ese tipo de encuentros, pero la comprendía; ella no deseó ese matrimonio y seguían siendo desconocidos. No mintió al decirle que no harían nada que ella no quisiera, porque eso era quitarle la más pura dignidad que le queda a un ser humano y también era volverla totalmente sumisa y eso no le gustaba.
Al no darle la espalda, descubrió que Daishinkan dormía boca arriba con su mano derecha sobre su pecho y no se movía mucho. Se veía tan pacífico y debía admitir que aparentaba mucho menos edad de la que tenía, eso gracias a ciertos rasgos infantiles que tenía.
Por otro lado, Daishinkan, cuando despertó, lo hizo viendo a su mujer a su izquierda. Tal y como le pidió, nunca la dió la espalda. Su expresión de eterna paz la hacían ver frágil, como las muñecas de porcelana que sus hijas solían tener de niñas, pero comenzaba a conocerla y esa muchacha era de todo menos frágil. Tal vez solo se estaba adaptando. Parecía pecado perturbar su descanso. Le apartó un delgado mechón de cabello del rostro y le acomodó la manta hasta el hombro para luego levantarse y dejarla dormir.
Más tarde esa mañana, los hijos de Daishinkan y Juliette estaban reunidos en la sala principal de la casa.
Solo convivían un rato, divagaban temas sin importancia y otros de relevancia respecto a trabajo entre otros.
En esa sala había un piano que se veía bastante caro, como todo en esa casa. Era de madera oscura con delicados tallados que daban la ilusión de que el que lo esculpió se tomó la vida entera para crear semejante obra de arte.
Ese mismo piano lo estaba tocando Merus, o al menos lo intentaba. Nunca expresó amor hacía ningún instrumento musical más allá de interés, tomó clases de piano cuando era pequeño, pero no vió razón para aprender al punto de ser un experto puesto que no le tenía amor a la materia. Gracias a su falta de experiencia, era que solo arrancaba notas erradas de aquellas albinas teclas. Solo lo tocaba porque su hermana Marcarita se lo había pedido, misma que se encontraba a su lado tratando de corregirlo, aunque el muchacho se veía sin muchos ánimos.
Marcarita era la menor de las hermanas, también la ante-penúltima de los hijos de Daishinkan, por ende desarrolló un poco mas de apego por el menor de la familia al ser la última de las mujeres en quedarse. Fué ella quien lo cuidó los últimos 5 años cuando se casó Vados y se fué.
-A ese paso van a arruinar el piano y les puedo afirmar que no recibirán felicitaciones por parte de nuestro padre -les avisó Korn, quien se encontraba en uno de los sofás individuales leyendo.
-No se dañará, no hay que exagerar -le respondió Marcarita.
Juliette también se encontraba junto a Merus, del otro lado a dónde estaba Marcarita. Ella se veía curiosa de lo que hacía el muchacho, no tocaba tan mal, pero debía admitir que esas notas erradas arrancaban ansiedad de lo profundo.
ESTÁS LEYENDO
Alevosía
FanfictionCuando todo parece perdido la traición puede parecer una salida, un escape de la realidad. Historia corta.