Capítulo-20: Padre.

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La primera noche siendo madre fué difícil. Levantarse cada 2 horas era agotador; era difícil volver a dormir a Syrah y otra cosa difícil era darle pecho, porque era doloroso, aunque le dijeron que dejaría de doler con los días.

Doblar la tela de manera correcta para ponerla de pañal era complicado, y a pesar de que las criadas se lo mostraron en varias ocasiones, terminaba poniendole el pañal torcido a su bebé. Al menos tenía a las criadas que terminaban haciendo ese trabajo para no dejar a la bebé incómoda.

Odiaba no saber poner un pañal y también sufrir cuando la alimentaba. Ser madre parecía ser más difícil de lo que creyó, y eso que no tenía ni 24 horas de haber dado a luz. Ni siquiera sabía cómo estaba despierta si se sentía tan cansada.

Era media mañana, Juliette estaba sola en la habitación con una criada que estaba al pendiente de ella. Daishinkan había salido con Marcarita al pueblo diciendo que iría por algo importante.

Ella solo estaba sentada en un sofá individual junto a la ventana que permanecía cerrada para que el frío no atacara a la bebé. Solo miraba como la criada abrigaba a Syrah.

Le hubiera gustado hacerlo, pero la veía tan frágil y, además, hasta ponerse de pie dolía un poco. Todo le dolía.

—Le ha parido una copia al señor Daishinkan —decía la criada tomando a la bebé en brazos—. Eres lo más lindo que he visto, mi niña —le dijo a la bebé antes de pasársela a Juliette.

En ese momento alguien golpeó la puerta muy despacio, con delicadeza.

—Adelante —dijo Juliette recibiendo a su hija en brazos.

Cuando Juliette alzó la mirada, se dió cuenta de que su visita era Korn.

—Puedes retirarte, te llamaré cuando te necesite —le dijo Juliette con amabilidad a la criada que asintió y se fué.

Korn se veía tan serio e inexpresivo como casi siempre, pero esa vez fijó su mirada en la bebé en brazos de Juliette.

Juliette miró a Syrah, cubría su rostro con una mano. Se había dado cuenta que al parecer eso sería un hábito de la niña, porque lo hacía cada vez que alguien la tenía en los brazos. Tal vez así estaba dentro de su vientre y solo era la costumbre.

—Es de Dai, Korn —le dijo Juliette sin dejar de ver a su hija—. Sé que vienes a señalar una vez más que es de Mojito, pero puedo asegurarlo, ella es tu hermana. De haber sido hija de Mojito, hubiera nacido dos o tres semanas atrás.

—Así es —dijo Korn, para sorpresa de Juliette quien levantó su mirada a él sin ocultar su impresión—. Tal vez dijiste siempre la verdad sobre la paternidad de tu hija, y solo me disculpo por mi falta de credibilidad, no obstante, eso no redime o cambia el hecho de tu infidelidad a mi padre, y de eso no obtienes mi perdón.

—No tengo intenciones de traicionar a tu padre otra vez. Yo lo amo y él a mí. Solo te diré una cosa, Korn, no dañes la familia de una niña que apenas acaba de nacer y no tiene la culpa de mis errores —le dijo Juliette.

—Ya eso no está en tus manos. Te recuerdo que depende de Mojito también respetar el acuerdo —le señaló.

—No creo que él sea capaz de romper el acuerdo que creó —señaló Juliette—. Yo jamás lo aceptaría a él. Yo estoy casada con Daishinkan, no con él... —trataba de disimular el odio que sentía.

—No lo sé, pero desconozco a mi hermano. Ya no sé que esperar de él —le dijo Korn.

La conversación terminó ahí, justo cuando Daishinkan entró a la habitación.

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