Capítulo-22: Manipulación.

106 18 16
                                    

—Mi padre me la dejó —le dijo con total calma entregándole la bebé—. Empezó a llorar de la nada. No le hice nada, no le haría daño jamás.

Juliette recibió a su hija con muchas ganas de arrebatarla de sus manos, pero no lo hizo porque eso podría hacerle daño.

—Te advertí que no te quería ver tocar a mi hija —le dijo Juliette sin disimular su enojo.

—¿Y qué harás?, ¿Matarme como juraste? Por favor, Juliette, no eres capaz. Si quieres una explicación, pídela a mi padre, él me la dejó sin preguntarme si quería cargarla —le dijo Mojito con total calma.

—¿Por qué no te vas? Vete, consigue una mujer, cásate con ella y ten tus propios hijos —le dijo Juliette.

Syrah no dejaba de llorar. Era evidente que la energía a su alrededor la afectaban.

—Porque ya las tengo y no quiero ni planeo alejarme de ustedes —aclaró Mojito.

—Ya no te soporto, ya te lo repetí varias veces. ¡No es tu hija! Y yo no soy ni seré tu mujer nunca —exclamó harta. Ya estaba tan cansada de esa situación; se sentía ahogada.

—Baja la voz. Mi padre podría oírte —le pidió Mojito.

—Que se entere, ya me cansé. Solo quiero que ésto termine. No tengo paz —declaró.

Juliette se acercó a la chimenea mientras arrullaba a su bebé tratando de calmarla.

—Déjame sola, si no es mucho pedir —le exigió sin mirarlo—. Quiero que mi hija se duerma y tú presencia no se lo permite.

Mojito guardó silencio por un momento mientras miraba la espalda de esa mujer parada delante del ardiente fuego de la chimenea.

Las chispas de aquel fuego evocaron el día y el momento en que la hizo suya por primera vez en aquella cabaña delante de una chimenea que les dió calor, aunque no se comparaba con el calor que ellos se dieron.

Juliette fué suya primero, llegó antes de que su padre se apropiara de su inocencia arrebatandola primero él.

Su padre, odiaba en lo que su padre había convertido a Juliette.

Cuando Juliette llegó a esa casa, era una muchacha sonriente, candida y amable con él, pero desde que ella decía amarlo, cambió. Era más reservada, más sería, solo se le veía sonreír con él. Era más adulta y él añoraba a aquella muchacha con matices inocentes y candidos que a él le había demostrado.

Lo que ignoraba era que ese cambio era su culpa. De no haber metido a Juliette en esa situación, ella no habría cambiado por la culpa que sentía hacia Daishinkan. Ella misma maduró para ser merecedora y un amor a la altura de su esposo.

De pronto la oyó cantarle una canción de cuna a la bebé, calmando su llanto en cuestión de un minuto.

Ella seguía ahí, esa Juliette que conoció seguía ahí, solo que no para él.

—Tiene los ojos como los míos —comentó Mojito.

Juliette miró por sobre su hombro, pensó que ya no estaba.

Lo ignoró y miró a su bebé en sus brazos a punto de rendirse a los brazos de Morfeo.

—Iguales a los de Dai —respondió ella en un tono de voz desprovisto de sentimientos.

—Su cabello es lacio y albino, igual que yo —continuó Mojito.

—Albino como el de Dai, lacio como el mío —señaló Juliette.

—Mi padre está mayor, yo joven y con más posibilidades de engendrar que él, que te aseguro no es como yo cuando hacíamos el amor —agregó Mojito un poco fastidiado.

Alevosía Donde viven las historias. Descúbrelo ahora