Capítulo -10: Dos Disparos.

105 21 21
                                    

Juliette se sorprendió ante la inesperada pregunta de Daishinkan. Sería lo último que le faltaba para sumar a la lista de sus problemas.

—Juliette —dijo Daishinkan esperando una respuesta.

—No lo creo —respondió.

—Te has sentido mal y eso me haces creer. Es lo mismo que pasó cuando mis otros hijos venían en camino —señaló Daishinkan.

—No creo que sea eso —insistió Juliette.

—¿Cómo puedes estar tan segura? —cuestionó Daishinkan—. Llamaré a un médico que nos saque de duda.

—No es necesario. En serio —insistió nuevamente—. Simplemente siento que no es así. Es algo...de mujeres.

Al oír eso, Daishinkan entendió que no debía hacer más preguntas.

—Si persistes de esa forma, traeré a un médico para descartar cualquier cosa —finalizó Daishinkan.

Los días pasaron y Daishinkan seguía insinuando a Juliette el mismo tema, aunque ella no daba crédito a esa idea.

No se volvió a acercar a Mojito, aunque él si le sonreía de vez en cuando si la encontraba sola, pero Juliette simplemente lo ignoraba y se iba. No se iba a arriesgar a Korn. Este mismo tampoco dejaba de vigilar a los amantes, asegurándose de que no estuvieran cerca.

Pronto Korn se enteró de que Daishinkan saldría nuevamente de viaje por cuatro días y eso no le gustó para nada, aunque sabía que en cualquier momento se volvería a ir.

—Deberias llevarte a Juliette —le sugirió Korn un día antes cuando estaban revisando unos papeles.

Daishinkan alzó una ceja ante la sugerencia de su hijo.

—¿Con qué finalidad? Estaría sola todo el día encerrada en un hotel mientras yo estoy ocupado —le dijo Daishinkan.

—¿Qué acaso no es ella de esa ciudad?, ¿O acaso estoy equivocado? —le preguntó—. Supongo que querrá ver a su familia después de estos meses.

Daishinkan guardó silencio, parecía pensarlo.

El motivo de Korn para sugerirle a Daishinkan que se llevara a Juliette no fué por ver a su familia, sino para que no se quedara en la casa con más oportunidades de volver a encontrarse con Mojito.

Daishinkan lo decidió y se llevó a Juliette, a quien no le convencía mucho la idea, pero le tocaba aceptar todo lo que su esposo dijera.

La casa de Juliette quedaba en una zona donde residían personas de alta sociedad y adineradas en la ciudad. No era ni la mitad de grande que la de Daishinkan, pero tenía buen tamaño.

—¡Mi cielo!, ¡Mi única hija! —exclamó el padre de Juliette al verla entrar a la casa tomada del brazo de Daishinkan—. No respondiste la carta que te envié hace un mes.

—Son buenas noticias —fué lo único que respondió Juliette.

Juliette se mostró sería e indiferente ante su padre. No iba a perdonar lo que le había hecho.

—Un gusto verlo nuevamente, señor —le dijo Daishinkan a su suegro, quien rondaba más o menos su misma edad.

—Espero que mi hija sea todo lo que prometí y te esté llenando de alegría —le dijo el padre de Juliette.

—Definitivamente —respondió Daishinkan.

Juliette miraba el interior de su casa sintiéndose extrañada. Todo lucía exactamente igual, pero se sentía diferente, ajena a ella. Ya no era su hogar y no había manera de regresar.

Alevosía Donde viven las historias. Descúbrelo ahora