Capítulo -16: Tentación.

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Los últimos dos días Juliette había sido testigo de como aquella joven criada tenía preferencia por atender primero a Mojito. Siempre con una sonrisa en los labios y los ojos chispeantes de alegría. Era algo torpe, cabía destacar; siempre se le veía tropezar de ver en cuando con la alfombra o se llevaba por delante algún mueble.

Supo por boca de la ama de llaves que esa criada se llamaba Mariette. Fué cuando el día anterior la muchacha fué a llevarle el té a Juliette y tropezó tirando las tazas sobre el piso junto a sus pies, rompiendo la fina taza y derramando el líquido hirviendo sobre la alfombra.

Mariette intentó recoger todo muy rápido, estaba apenada. Cuando se acercaba a Juliette siempre parecía temerosa; tal vez porque le dijeron que ella era la señora de la casa y temía hacer algo mal delante suyo y perder su empleo. Sin embargo, Juliette se hincó para ayudarla a recoger los restos de porcelana rota. Fué en ese momento en que el ama de llaves apareció para regañar a la joven criada reclamando que pudo haber tirado el té hirviendo sobre Juliette y provocar incluso que perdiera el bebé; aunque era una exageración.

Verla intercambiar sonrisas con Mojito le molestaba, no le daban celos, no le inspiraba envidia por poder acercarse, pero si le molestaba.

Fué esa misma molestia lo que la hizo entender un par de cosas que dolieron. Una de esas fué que Mojito sí la usó por ser una muchacha bonita que llegó a su casa, igual que esa criada; y dos, nada sentía por Mojito que no fuera rencor.

Que tonta había sido al entregarse a un hombre así. Mil veces merecía Daishinkan haber llegado primero y también ser el único, pero por caer en aquella falsa ilusión de amor, no fué así.

¿Cómo podía mentir así una persona? Le juró amor, le dijo que deseaba ser él quien se hubiera casado con ella y no su padre, le hacía cumplidos y buscaba su atención arriesgándose a ser descubierto. ¿Cómo había sido capaz de jugar así con los sentimientos de otra persona?

El amor era una mentira, porque ni siquiera su propio esposo la amaba.

Tal vez el único ser que merecía ser amado y que la amaría de vuelta iba a ser esa criatura que llevaba en el vientre, sin embargo, le temía tanto hacer todo mal y ser mala madre. No recordaba a la suya, así que no tenía una imagen de como debía serlo, y tal vez por su misma ausencia le hizo falta un ejemplo de mujer que le dijera que no debía creer en palabras.

Pero no le debía dejar la culpa a una persona que ya no existía, porque estaba lo suficientemente grande como para comprender que eso que hizo estaba mal. Ella misma se puso la soga al cuello.

Solo pensaba en eso, pero trataba de despejar su mente mientras arrancaba preciosas y armónicas melodías de aquel piano. Eran ella y esas melodías desprovistas de intenciones, pero que de pronto iban de la delicadeza a la brusquedad. Era como oír como el amor se convertía en odio. Era una representación inconsciente de lo que sucedió con ella.

Iba del amor al odio hacia Mojito y del odio al amor con Daishinkan.

—Tocas con una perfección armoniosa —dijo una voz a sus espaldas, pero ella siguió tocando sin voltear.

Lo último que quería era hablar con él.

—Tan perfecta como tus mentiras —continuó él.

—¿Vienes una vez más a reprochar mis errores? No hace falta, Korn. Me he arrepentido cada día, cada noche. Y aunque no lo creas, la culpa me invade cuando miro a tu padre —le dijo Juliette sin dejar de tocar.

—Eso está en duda, como también lo está para mí la paternidad de tu bebé —le dijo Korn.

Estaban solos en la sala y la música proviniente del piano ahogaban la conversación. Era la oportunidad perfecta para Korn para hablar con Juliette, aprovechando también que varios de sus hermanos no estaban en la casa en ese momento.

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