Capitulo -11: Hijos.

118 23 7
                                    

Daishinkan llegó en el momento justo. Vió la puerta de la cabaña abierta y supo que algo no andaba bien, por lo que puso su mano sobre el arma que tenía al cinto.

Cuando entró a la habitación, lo que vió fué espeluznante. Muy veloz, en menos de dos segundos dió un disparo directo al hombro del repugnante sujeto que se estaba sobrepasando con Juliette. El hombre cayó como un árbol cuando es talado desde la base. Estaba conciente, pero Daishinkan no tuvo clemencia y dió un disparo más, justo en su mano, volviendo sus falanges una masa de huesos y carne molida. Solo le quedó la muñeca con los huesos expuestos. Todo rastro de su mano quedó esparcido en el piso.

Un disparo para defenderla, otro justo en la mano para que jamás volviera a tocar una mujer ajena.

Seguía vivo.

Juliette se quedó helada ante la sangrienta escena a sus pies. Le zumbaban los oídos producto de los disparos, también la cabeza por el golpe. Estaba totalmente desorientada y se hubiera quedado en ese rincón de no ser porque Daishinkan la jaló del brazo para que saliera de ahí y la llevó a la sala para que se sentará. Ella estaba ida, en shock. Parecía una muñeca cuando su esposo la llevó del brazo.

—Juliette —la llamó Daishinkan, pero no obtuvo respuesta—. Juliette —la tomó del mentón para que lo mirara—, ¿Llegó a hacerte algo más de lo que ví? —preguntó con un semblante sombrío.

Aún tenía el arma en la mano.

Juliette negó con la cabeza y despegó la mirada de los ojos de Daishinkan. Se vió bañada en sangre, salpicada por ese asqueroso puerco. Quería quitarse la ropa y arrojarse a una tina y restregarse la piel hasta que ardiera, para quitarse cada fluido de ese ser que agonizaba en la habitación.

Daishinkan era capaz de subir y dar un tercer disparo al hombre justo en la entrepierna si Juliette decía que había abusado de ella, pero se alivió de que no fuera así.

La fuerte detonación de los disparos despertaron a los vecinos, quienes prendieron las luces para salir a asomarse desde las puertas de sus casas. Daishinkan logró verlos por la ventana, se puso de pie para salir, pero Juliette lo tomó del brazo para que no la dejara.

—Regresaré en un momento —le dijo soltándose de Juliette para salir.

Qué pasó afuera, Juliette no lo supo, pero de inmediato entraron tres hombres yendo directamente a la habitación y unas cuatro mujeres que fueron hasta ella animándola a qué se levantara y fuera con ellas.

Juliette se negó tratando de que la soltaran, sin embargo, Daishinkan entró para pedirle que fuera con ellas.

—Acompañalas, estarás al frente, yo me quedaré aquí —le dijo Daishinkan—. Todo estará bien.

Juliette no dijo palabra alguna y obedeció.

Las mujeres limpiaron la herida de Juliette. No era muy grande para su suerte. También le ofrecieron un té para que tuviera calma, aunque ella no decía palabra alguna, ni lloraba, solo estaba alicaida, tal vez no caía en cuenta de lo que sucedía. Le permitieron bañarse y como quiso, duro media hora metida en el agua. Se sentía sucia, solo sentía el inmundo olor de aquel tipo y sus manos en su piel. No salió hasta que una de las mujeres fué a preguntar si estaba bien por el tiempo que se estaba demorando.

Fueron amables al prestarle un camisón, ya que no podían ir al frente a la cabaña. Por la ventana pudo ver cómo había muchos hombres alrededor, también la policía hablando con Daishinkan.

Daishinkan parecía enojado, nunca lo había visto así; hacia ademanes como si estuviera reclamando a los policías, pero al final se vió más calmado, lo vió suspirar y extender sus manos al frente como si esperara que lo esposen.

Alevosía Donde viven las historias. Descúbrelo ahora