Capítulo -15: Esa Mujer.

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—¿Cómo has dicho? —Daishinkan la apartó un poco para verla a la cara.

Juliette se dió cuenta de inmediato de lo que dijo. Lo dijo en voz alta sin darse cuenta. Que tonta, que estúpida fué. Lo miró a los ojos un momento sin saber que excusas darle para que quedara satisfecho y ella impune.

—Te dije anoche... —hizo una pausa y bajó la mirada algo apenada— yo... yo siento más que querer. Antes... —suspiró al hacer una pausa nuevamente— yo nunca creí que me casaría contigo, con un desconocido, ni pensé en que te querría así. Ahora... no me veo casada con nadie más. Solo eres tú.

Ciertamente no mintió en las palabras que le dijo a Daishinkan. Lo quería y sentía algo más que podía apostar a que era amor; nunca antes había amado a alguien, pero estaba segura de que ese sentimiento debía serlo o estaba a punto.

Le agradaba su compañía y cuando era tarde y aún no subía a dormir ella tampoco dormía, porque sentía la necesidad de tenerlo a su lado para sentir paz y seguridad.

—Pero me siento tonta repitiendo ésto cuando dijiste todo lo contrario anoche —agregó Juliette.

—Tienes razón. Me hace falta darte atención —le dijo Daishinkan—. ¿Qué te parece ésta tarde a las cinco? En la ciudad más cercana habrá una función de ópera a la cuál fuí invitado. Porsupuesto, si crees que puedes con ese pequeño viaje. Volveremos para mañana a media día. Tendremos toda la noche para estar completamente solos por primera vez.

—¿Salir? —a Juliette le brillaron los ojos con ilusión. Era la primera vez que Daishinkan le hacía una invitación como esa—. Claro que quiero.

Por ningún motivo pasaba la más remota idea en la mente de Daishinkan de que su esposa había tenido un amante. Era impermeable. No salía de la casa si no era en compañía suya o de sus hijos; mucho menos podría imaginar que su propio hijo, su propia sangre había cometido alevosía hacia él. No era posible.

Para las siete de la noche ambos se encontraban en las instalaciones de un teatro repleto por personajes de la alta sociedad. Era un sitio lujoso, cuyos palcos tenían tallados delicados y un techo pintado a mano representando a angeles bebés sin prenda alguna revoloteando en el paraíso mientras tocaban arpas. Todo el lugar parecía una obra de arte.

Ellos quedaron en un palco, cuyo precio era alto, pero que para los ahí presentes era como migajas de pan. Daishinkan no era de la alta sociedad solo por dinero, sino que también por su linaje, su familia, como muchos de los que se encontraban en esos palcos y como Juliette.

Que expendida se veía su mujer con aquel elegante vestido color vino que le descubría los hombros, pero ella los tapaba con un chal de tela blanca transparente. Hacia ver su piel más pálida y a su vez era una invitación para despojarla de esas prendas, pero eso lo tenía planeado para cuando quedarán en soledad.

A cada paso que daban por los pasillos de ese teatro hacia el palco, muchas personas los detenían para saludar a Daishinkan y él orgullosamente la presentaba como su esposa y futura madre de su hijo próximo a nacer.

Cuando llegaron a su lugar, Daishinkan le pidió que entrara y tomara asiento mientras él se quedó conversando en la puerta del palco con un viejo conocido.

Todo estaba perfecto, los dos, la ocasión, todo, hasta que una voz femenina a espaldas de Juliette la hizo mirar de reojo a su marido en la puerta.

—¡Daishinkan! —dijo la mujer sin discreción alguna—. ¿Cuánto tiempo?, hace años que no veo tu rostro en eventos así aquí en la ciudad. ¿Cómo te ha tratado la vida este tiempo? —al hablar se notaba que era más extrovertida de lo que para muchos podría parecer agradable.

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