⌜Capítulo 1: El Espantapájaros de Jeju⌟

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Minhyung había sido un niño con una sonrisa que podía iluminar las noches más oscuras. En la isla de Jeju, donde el cielo besaba el mar y las flores cantaban en primavera, su risa resonaba como una melodía de esperanza. Con apenas seis años, sus dedos pequeños acariciaban las teclas de un piano, cada nota una chispa de su alma inocente y pura.

Las clases de piano eran su lugar feliz, un rincón de paz en un mundo que le ofrecía amor sin límites. Sus padres, pilares de su existencia, lo observaban con orgullo y ternura, sus corazones llenos de amor y sueños compartidos. Minhyung tocaba con una alegría que contagiaba a todos a su alrededor, sus compañeros de clase y su maestro se maravillaban con la pasión que brotaba de sus pequeñas manos.

El día comenzaba con el aroma del mar y el calor del sol acariciando su piel, mientras corría entre las flores silvestres hacia la escuela con su mochila llena de sueños y libros. En las tardes, el piano lo esperaba, como un viejo amigo, en una sala donde la luz del sol se filtraba suavemente, bañando las teclas en un resplandor dorado. Cada vez que sus dedos tocaban el marfil, el mundo se transformaba en un lugar de armonía y magia, un mundo donde todo era posible. Los otros niños lo admiraban, no solo por su habilidad para tocar el piano, sino por su espíritu libre y su corazón generoso.

Sin embargo, los sueños tienen una fragilidad insospechada. Y el destino, con su cruel ironía, decidió cambiar el curso de su vida en un abrir y cerrar de ojos. Una tarde, mientras regresaba a casa con sus padres en el auto, el cielo se oscureció sin previo aviso. El estruendo de un trueno lejano fue el preludio de la tragedia que estaba por venir. En una fracción de segundo, el mundo del pequeño Minhyung se quebró en mil pedazos. Sus padres, su refugio y su mundo, desaparecieron en un instante, dejando al niño solo entre escombros y lágrimas.

El accidente fue brutal, una colisión de acero y destino que arrancó de su lado a sus seres más queridos y lo dejó a él al borde de la muerte. Cuando despertó, estaba solo, envuelto en un dolor que iba más allá de lo físico. Una cicatriz profunda atravesaba su rostro, comenzando justo por encima de su ceja derecha y serpenteando hacia abajo, cruzando su mejilla hasta terminar cerca de su mandíbula. Era una marca de fuego, un recordatorio perpetuo del momento en que su vida cambió para siempre. El niño que antes era el centro de su propio universo, ahora se encontraba perdido en la vastedad de la soledad.

Aquella cicatriz se convirtió en su compañera silenciosa, testigo mudo de su tragedia. Una marca en su piel, pero también en su corazón, donde los recuerdos se desvanecían como nubes en el horizonte, dejando solo fragmentos de un pasado que ya no podía alcanzar.

El niño se encontró de repente inmerso en un mundo extraño y desolado. El orfanato, con sus paredes frías y su atmósfera cargada de silencio, se convirtió en su nuevo hogar. Pero más que un hogar, era una cárcel de recuerdos rotos y sueños desvanecidos. Los otros niños, criaturas crueles e inocentes a la vez, le miraban con repulsión y temor, susurros y miradas furtivas seguían cada paso que daba. Nadie entendía el dolor que cargaba, la pérdida que le había arrebatado su risa. Y así, con el tiempo, el orfanato se transformó en un terreno hostil, una selva de soledad.

Minhyung, que había sido un niño extrovertido y sociable, intentó encontrar alegría en su facilidad para hacer amigos. En el patio, sus ojos buscaban desesperadamente una conexión, un rostro amable, una mano extendida. Pero los niños se apartaban, sus miradas se clavaban en la cicatriz que cruzaba su rostro, y sus palabras eran cuchillos que penetraban su corazón. Se reían, susurraban y se alejaban, dejándole a él solo, cada vez más consciente de su diferencia.

El rechazo era un ácido que corroía lentamente su espíritu. Los pocos que se acercaban con una chispa de amabilidad pronto se alejaban, sus nombres llamados por nuevos padres, sus maletas llenas de promesas de un futuro mejor. Minhyung se quedaba atrás, viendo cómo una tras otra, las puertas se cerraban tras aquellos que alguna vez consideró amigos. La cicatriz era una marca que no solo desfiguraba su rostro, sino también su espíritu. Los adultos, aquellos que venían en busca de un niño para completar sus familias, veían en Minhyung algo roto, algo que no querían cargar. Pues nadie quería adoptar a un niño con una gran cicatriz en su rostro. 

M.E ;; Keria x GumayusiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora