La mañana llegó con un cielo grisáceo, como si el mundo mismo estuviera conteniendo el aliento en anticipación. Minseok se encontraba en la sala de música, un espacio vasto y solemne que había sido testigo de incontables horas de práctica, pero que ahora parecía lleno de posibilidades desconocidas. Sentado en un rincón, abrazaba con suavidad el zorro de peluche que había ganado en la feria.
El sonido de unos pasos interrumpió el silencio, y Minseok alzó la vista justo a tiempo para ver a Minhyung entrando en la sala. Llevaba puesta su máscara, esa barrera que había aprendido a usar para protegerse del mundo, pero que Minseok había aprendido a ver más allá. Los ojos de Minhyung se encontraron con los suyos, y aunque ninguna palabra fue dicha, ambos supieron que aquel día sería especial. Había algo en la forma en que sus miradas se cruzaban, en la suavidad de sus gestos, que hablaba de un amor que no necesitaba ser expresado en palabras, un amor que se sentía como si estuviera destinado desde siempre.
El maestro de Minseok, un hombre alto, de edad avanzada y con una presencia que llenaba la habitación, entró detrás de Minhyung. Su rostro, curtido por los años, mantenía esa expresión dura e impenetrable que el menor conocía tan bien. Había visto a ese hombre todos los días desde que tenía cinco años, moldeando su vida, su música, su ser, hasta convertirlo en lo que era: un prodigio, pero también una marioneta. Sin embargo, hoy había algo diferente. Minhyung estaba allí, y eso cambiaba todo.
El hombre mayor no estaba convencido de que Minhyung mereciera estar en esa sala, junto a su pupilo estrella. Pero había algo en la forma en que Minseok miraba a ese joven que le hizo reconsiderar sus propias impresiones. Sin embargo, su expresión no mostraba nada de sus pensamientos. El maestro observó a Minhyung con una mirada que mezclaba curiosidad y desdén. El silencio se hizo aún más denso cuando, finalmente, habló, su voz resonando en la sala como un trueno contenido.
—¿Qué es esa cosa que llevas en la cara? —preguntó, su voz firme y autoritaria, sin rastro de suavidad. No había espacio para la compasión en sus palabras, solo la exigencia de un hombre acostumbrado a la perfección. —Quítatela.
Minhyung se tensó por un momento, sus dedos jugueteando nerviosamente con el borde de la máscara. Sabía que este momento llegaría, que tarde o temprano tendría que mostrar su rostro. Pero eso no hacía que el miedo fuera menos real. No obstante, al ver la mirada fija de Minseok, como si estuviera diciendo sin palabras que todo estaría bien, Minhyung encontró el valor para obedecer.
Con manos temblorosas, Minhyung se quitó la máscara, revelando la cicatriz que cruzaba su rostro desde la ceja hasta la mandíbula. Era una marca profunda, tanto física como emocionalmente, una herida que había moldeado su vida de maneras que nadie podía entender por completo.
El maestro mantuvo su compostura, pero algo en su mirada cambió por un instante. Había algo en ese rostro, en esos ojos, que le resultaba vagamente familiar, como un recuerdo que intentaba abrirse paso desde las profundidades de su memoria. Pero no dijo nada, no mostró ninguna señal de reconocimiento. En cambio, simplemente asintió, como si lo que había visto no fuera más que otro obstáculo a superar. Sus ojos volvieron a endurecerse, y con un gesto de la mano, indicó a Minhyung que tomara asiento junto a Minseok.
—No necesitas esa máscara aquí —dijo él, con una voz que, aunque dura, no llevaba la misma frialdad de antes—. Aquí solo importa la música, no las apariencias. Ahora, si vamos a hacer esto, lo haremos bien. Minhyung, te mostraré lo que es tocar de verdad. Minseok, presta atención; necesitarás ayudarlo.
Minhyung asintió, sintiendo un alivio inesperado. Se sentó junto a Minseok, sus manos temblorosas buscando las teclas del piano, mientras el maestro tomaba su lugar detrás de ellos, listo para comenzar la lección. El menor, quien había observado todo en silencio, sintió un nudo en su garganta. Quería decir algo, consolar a Minhyung, hacer algo, pero como siempre, las palabras se le escapaban. Sin embargo, en un gesto que para él era monumental, dejó su mano caer sutilmente sobre la de Minhyung, un contacto breve, casi imperceptible, pero lleno de significado. Minhyung, sintiendo el calor de la mano de Minseok sobre la suya, respondió con una sonrisa apenas visible, un gesto que llenó a joven prodigio de un calor inesperado, un sentimiento que no comprendía del todo pero que lo reconfortaba. El contacto fue breve, tan fugaz como un suspiro, pero para ambos fue un recordatorio de que no estaban solos, que en medio de ese mundo rígido y frío había un lazo que los unía, algo que trascendía las notas del piano y las palabras no dichas.
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M.E ;; Keria x Gumayusi
FanfictionEn un rincón oculto de la isla de Jeju, dos almas quebradas encuentran refugio y resurrección en el bar Moscow. Minhyung, marcado por la tragedia y la soledad, vive como un espantapájaros abandonado en un campo desolado, mientras Minseok, una marion...