⌜Capítulo 18: Apuestas por la Libertad⌟

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El otoño en Jeju cubría la isla con un manto de hojas doradas que susurraban al viento, mientras el aire frío traía consigo un presagio amargo. Para Minseok, cada paso que daba lo acercaba más a un destino que no entendía del todo. Rusia, la promesa vacía que lo aguardaba, se sentía lejana, helada, y desprovista de significado. A su alrededor, el mundo se llenaba de voces emocionadas, de aplausos que no eran para él, sino para lo que representaba. En el Moscow, todos estaban atrapados en una euforia egoísta, especialmente sus padres, que no dejaban de presumir la fortuna que la carrera de Minseok les estaba generando. La marioneta se alzaba sobre el escenario, y Minseok, dentro de ese cuerpo perfecto y pálido, se sentía más atrapado que nunca.

Mientras tanto, Minhyung se movía entre las mesas del abarrotado Moscow, llevando copas y platos con una sonrisa apagada en los labios, pero con el corazón roto. Las luces del lugar brillaban intensamente, reflejándose en los rostros llenos de expectativa de la multitud, pero para Minhyung, todo se veía borroso, distante. Sentía como si estuviera clavado en el suelo, como ese espantapájaros que siempre había sido, inmóvil, mientras una tormenta interna lo desgarraba. Desde que había sabido de la partida de Minseok, el dolor había crecido dentro de él como una sombra que no podía sacudir. Ya ni siquiera lo veía. Minseok había dejado de practicar en el Moscow, había dejado de acudir a su camerino. Parecía haberse desvanecido en un mundo inalcanzable, donde las manos de Minhyung ya no podían alcanzarlo.

Esa noche, sin embargo, era diferente. Era la última función de Minseok antes de partir, y el Moscow estaba a reventar. La última vez que lo vería tocar en ese escenario que tantas veces había iluminado con su talento celestial. Minhyung se aferraba a su bandeja como si fuera un salvavidas, sabiendo que si no lo hacía, el peso de sus emociones lo haría caer. 

A medida que los minutos pasaban y el murmullo en el bar crecía, Minhyung no dejaba de lanzar miradas al escenario, esperando ansiosamente la aparición de Minseok. El ángel de su vida, ese ser que lo había salvado de su propia soledad, estaba a punto de aparecer ante el mundo por última vez, y Minhyung se aferraba a cada segundo como si pudiera detener el tiempo. Pero cuando finalmente Minseok salió al escenario, algo se quebró en el pecho de Minhyung.

Minseok, siempre tan perfecto, tan etéreo, ahora lucía más frágil que nunca. Su piel, antes pálida pero luminosa, ahora era de un blanco enfermizo, casi traslúcido. Sus ojos, esos ojos que alguna vez habían destellado con una curiosidad infantil, estaban apagados, vacíos. Y lo más inquietante, sus manos —esas manos bendecidas por un talento divino— estaban envueltas nuevamente en bandas, como las veces anteriores, pero esta vez, algo oscuro asomaba bajo ellas. Moretones. Aquellas marcas moradas que se entreveían por debajo de las vendas hicieron que Minhyung sintiera una punzada de dolor en su propio cuerpo.

El público no pareció notar nada. Para ellos, Minseok seguía siendo la estrella brillante, la joya que había nacido para deslumbrar. Pero Minhyung, que conocía cada pequeño gesto, cada tic nervioso, cada sombra que se escondía en la mirada de Minseok, supo al instante que algo andaba terriblemente mal. Era como si su luz se estuviera apagando lentamente, consumida por una oscuridad invisible.

El piano comenzó a sonar, y la sala quedó en absoluto silencio. Las notas flotaban en el aire como siempre, perfectas, precisas, pero algo faltaba. Minhyung lo sintió desde el primer acorde. No había alma en la música. Las manos de Minseok, aunque ejecutaban cada nota con impecable precisión, parecían mecánicas, como si estuvieran movidas por hilos invisibles. Las melodías que antes llenaban el espacio de vida y emoción, ahora resonaban vacías, frías.

Minhyung apenas podía respirar mientras observaba, incapaz de apartar los ojos del escenario. El Minseok que él conocía, el que había empezado a florecer, el que había aprendido a reír y sentir a su lado, no estaba ahí. En su lugar, había una sombra, una versión desvanecida de la marioneta que los demás adoraban. Y eso lo destrozaba. ¿Dónde estaba el joven inocente que había comenzado a despertar? ¿Dónde estaban sus gestos tímidos, sus sonrisas apenas perceptibles?

M.E ;; Keria x GumayusiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora