13: Comida podrida

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Lisette

Anthony está armando un pequeño jardín en el patio trasero. Ahora no solo puedes contemplar el pasto, también muchas flores y plantas bonitas. Aunque hay una en específico que cultiva más seguido. Se ve que le gusta mucho.

Me aproximo, despacio, pues tengo miedo de que se enfade conmigo. No quiero que esa buena sensación que percibo en él se vaya. Está feliz, creo que no lo había notado tan contento en ningún instante. Se nota que le encanta estar entre aquellas plantitas y flores.

―Anthony... ―digo, nerviosa.

No quiero perturbar esa armonía que tiene, sin embargo, apenas escucha mi voz, percibo que por mi culpa su tranquilidad disminuye.

Suspira.

―¿Qué quieres? ―Revisa un tallo, intentando ignorarme.

―Mírame ―pido.

―¿Por qué?

―Uh, eh... quiero pedirte disculpas.

―¿Por milésima vez? ―expresa, frustrado.

―Te asusté, debí habértelo dicho antes, pero...

―¿Por qué no lo olvidamos de una vez? ―Bufa.

Fuerzo una sonrisa, aunque no me mira.

―¡Pero es bueno, ya no hay secretos entre nosotros!

―¿Y eso en qué cambia en que esté atrapado aquí contigo?

Hago puchero.

―Eres malo.

Gira su vista hacia mí y me sobresalto.

―Sí. ―Se levanta, entonces queda claro quién es más alto entre nosotros dos, pero eso también me encanta de él―. Soy malo ―repite―. ¿Entonces por qué insistes?

Me río como boba y bajo la vista, tímida.

―No eres tan malo. Bueno, me disparaste, pero no eres tan malo como los demás.

―Estás loca. ―Se remanga la camisa, luego se gira en dirección a otra planta y se vuelve a agachar, dejándome ver su espalda―. Tu enamoramiento por mí, no tiene sentido.

Mis mejillas arden.

―No conozco a muchas personas, pero eres el primero que es sincero conmigo. Encima, me defiendes y me abrazas ―expreso, encantada―. Y... hueles bien. Además, crees en Dios y me encanta que te intereses en la jardinería. Aunque te molesta, me explicas todo, excepto lo de la cama, lo cual sigo sin comprender. Te preocupas por mí y me cuidas. También me gusta tu idea de viajar, espero que un día me incluyas. Tienes muchas cosas buenas que no estás viendo.

Me callo y hay mucho silencio. Mi percepción se activa, la agudizo para entenderlo mejor. Puedo escuchar su corazón. Me agrada el sonido, siento que hasta me habla. Dice todas las cosas que él intenta ignorar.

―Lo lamento. ―Me avergüenzo―. Creo que te estoy acechando.

Gira su rostro a mirarme, despacio, así que hago una pequeña risita, pues sus mejillas están rojas.

―Todo eso que dices, es mentira ―dice en un tono bajo―. Jamás te defendería, ni cuidaría, esas mierdas que balbuceas no tienen sentido.

Pureza EngañosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora