32: La casa del árbol

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Lisette

Corremos con Anthony, tomados de las manos, como si fuéramos dos niños escabulléndonos de nuestro castigo. Cruzamos la pared y nos vamos al bosque. Ahora solo trotamos un poco, frenando el ritmo. Nos detenemos al reírnos, entonces alzo la vista al ver una pequeña cabaña.

―Cuando era pequeño siempre venía aquí para escapar de los problemas ―me cuenta mi esposo mientras baja la escalera con una larga rama que saca de los arbustos―. La armamos con mis hermanos, pero ya está muy abandonada.

―Qué divertido.

―Las damas primero. ―Hace una reverencia y me río.

―Voy.

Subo agarrándome de cada maderita. Podría saltar y llegar rápido, pero no quiero perderme de la experiencia. Además, Anthony reverenciándome es un lujo, es lo mínimo que puedo hacer.

―Oh, me encanta ―digo, emocionada, viendo el pequeño cuadrado.

No hay mucho. Una mesa ratona, un colchón gastado y un pequeño mueble con dos cajones. Incluso así, se ve muy acogedor. Puedo imaginarme a mi esposo jugando con sus hermanos justo aquí.

―Gracias ―expresa Anthony sin importancia, al subir, luego se ríe―. Perdón por las telarañas. ―Del cajón saca un trapo, entonces las quita―. Lo recordaba en mejor estado, pero teniendo en cuenta que hace mucho que no venía, tiene sentido. ―Guarda la tela.

―Me gusta, me siento como en una cita ―declaro, emocionada.

Camina y se sienta en el colchón, así que voy a su lado, haciendo lo mismo.

―Qué confiada ―se burla―. ¿No piensas que te voy a atacar?

Enarco una ceja, confundida.

―¿Atacar? ―cuestiono, así que se carcajea, entonces entiendo, por lo tanto, me sonrojo y altero―. ¡¡Eres un marrano, sucio, cochino!!

―Es de noche, un chico trae a una chica a una cabaña desolada, ni televisión hay, ¿qué harán esos dos atrevidos que se sentaron en el colchón? A menos que no sea una película porno y estemos en una de terror, aunque en esas también hay escenas sexuales. ―Trato de entender todo lo que dice, pero me quedo callada, intentando procesarlo, así que continúa―. Teniendo en cuenta que tú eres un demonio, supongo que no es ese tipo de film.

Me avergüenzo un poco.

―Nunca he visto una película.

―Pero miras televisión, ¿o no? ―Alza una ceja.

―Documentales.

―Terrible, hasta para eso necesitas aprender.

―¡Quiero aprender! ―chillo.

Se ríe.

―Tus padres sí que evitaban información maligna en tu cabecita.

Hago puchero.

―No es gracioso.

―¿Y ahora qué? ―consulta.

―¿Cómo que ahora qué? ―Me sonrojo.

―¿Estás pensando en cosas marranas? ―se burla.

―¡¿Qué cosas marranas?! ―me quejo.

Tira su espalda hacia atrás, pone sus manos en la nuca y se queda mirando el techo de madera.

―Debí haber traído algún juego de mesa.

Me avergüenzo otra vez.

―Nunca he jugado...

―Por Dios. ―Hace una pausa―. ¿Qué hacías para divertirte?

―Imaginarme un príncipe azul ―expreso, emocionada, poniendo las manos en mis mejillas, luego las bajo―. Me inventé muchas historias románticas.

―No puedo creer que me hayas visto como un príncipe, ni me parezco. ¿Qué no son rubios esos? ―Se cruza de piernas―. Bueno, debe ser porque soy alto, aunque más allá de...

―Pero sí eres muy guapo.

―Debes tener la percepción de la realidad muy alterada o... gustos muy raros. ―Se ríe, pero cuando lo miro mal se corrige―. Bueno, soy aceptable.

―Para mí eres muy guapo ―repito.

―Gustos son gustos, ¿pero no que la belleza es relativa?

Frunzo el ceño.

―¿Estás en mi contra o qué?

―Estoy filosofando.

―Filo... ¿Qué? ―Enarco una ceja.

Me sobresalto cuando se vuelve a sentar y pone su rostro a centímetros del mío.

―¿Y si nos besamos ahora?

¡Qué calor!

―Pero y mis bichos. ―Mi corazón golpea fuerte.

―Dije besarnos. ―Se ríe―. Nadie dijo que te iba a follar.

―¡Ah, qué vergüenza! ―Me cubro la cara―. Traicionada por mis pensamientos impuros.

―Hablando de los flushis... ―Traga saliva―. Sé que te he besado antes, pero... es probable que no salgan solo de entre tus piernas, ¿cierto?

―Eh... ―Bajo mis manos, despacio―. Ahora que lo mencionas, el doctor dijo que están dentro de todo mi cuerpo, entonces pueden salir de cualquier orificio, supongo.

―Pero tú los controlas.

―Sí, pero no sé cómo ―expreso, avergonzada.

―Inténtalo ―pide.

―¿Eh?

―Sí, dile a uno que salga por tu boca.

―Eso sería asqueroso ―declaro con miedo.

―Es parte de tu cuerpo, hay que aceptarlo y acostumbrarnos, sobre todo yo debo hacerlo, así que muéstralo de una vez.

―Lo... lo intentaré. ―Tomo una bocanada de aire, entonces lo pienso, entonces siento que algo en mi garganta se mueve, pero como me asusto, lo detengo―. ¡No, no lo haré!

Suspira.

―Bien, no lo hagas.

―Pero lo sentí ―le aclaro.

Me mira, estupefacto.

―¿En serio? ―cuestiona y asiento―. Qué miedo.

―O asco... ―Me avergüenzo, entonces bajo la vista―. Ya no sé si quiero que me beses, y si me equivoco, y si te paso uno, y si... ―Me levanto, rápido―. Mejor me voy. ―Salgo corriendo.

―¡Espera!

Salto del árbol, entonces lo abandono allí, angustiada. 

 

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Pureza EngañosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora