25: Abandonar la maldita casa

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Anthony

Me abrazo a mi almohada, disfruto de la tranquilidad de la cama. La suavidad de las sábanas debe ser lo único bueno que debe tener esta maldita casa. Extraño mi independencia, no estar retenido aquí.

―¡Ah! ―grito, cuando la paz muere. ¿Por qué? Lisette rompe la puerta del cuarto y a mí no me queda otra que abrir los ojos del susto―. ¡¿Pero qué te pasa?! ―Me giro, dejando de estar boca abajo.

―¡Ya sé lo que es ser infiel! ―Levanta un diccionario. Lo curioso es que está marcado con muchos papelitos―. Una palabra llevó a la otra y... ―Lloriquea.

―¿Infiel? ¿De qué estás hablando? No lo he sido.

No que yo recuerde, ni que tuviera tiempo de pensar con mi miembro.

―¡Te acostaste con Martina!

¿La prostituta? Eso fue hace mucho.

―¿Me vas a acusar de algo que pasó hace tiempo? Ni casados estábamos. ¿Y por qué te estoy dando explicaciones? Esto no es una pareja real. ―Hago una pausa―. Para todo, ¿sabes lo que es acostarse?

Necesito despabilarme, despertar.

Se acerca, entonces me da un cachetazo. La cara se me voltea. Pude haber muerto con esa fuerza de demonio que se trae. Me duele el cuellito, me quiere romper la mandíbula. Se ha vuelto loca. Cielos, eso sí que me dolió.

Necesito dejar de lloriquear y prestarle atención. Aunque la que llora de verdad es ella, tiene algunas lágrimas, sus mejillas se han vuelto rojas de la furia o la vergüenza, no sé, y además su ceño está fruncido. Definitivamente, está enfadada.

―¡Sucio, marrano, asqueroso, desvergonzado! ¡¿Cómo te puedes imaginar esas cosas?! ¡¡Ni siquiera estás buscando bebés, cochino!!

¿De dónde aprendió tantos insultos?

―No puede ser, estuviste utilizando internet ―teorizo.

―¡Es asqueroso!

Definitivamente, estuvo en internet.

―¿Me dejas levantarme y te explico todas las porquerías que estás diciendo? ―declaro, indignado.

―¡Tú eres el puerco!

―¡No es lo que quise decir!

―¡Claro que sí!

―¿Me dejas levantarme? ―Intento calmar las aguas con un tono más tranquilo.

―Nadie te está obligando, puerco.

Sus ojos de demonio asesino no dicen lo mismo. Sus pupilas están alargadas y puedo vislumbrar algunos colmillos. Qué bueno que no es de noche, pues esto volvería a ser una película de terror como cuando descubrí su especie. Lisette tiene que aprender a controlar su temperamento. Lo bueno es que mi extraño campo de fuerza, todavía me protege de mi inminente muerte, sino ese cachetazo ya me hubiera asesinado.

Me levanto de la cama y no deja de observarme mientras sigue enfadada.

―¡Sálvese quien pueda! ―Salgo corriendo al baño y cierro la puerta.

―¡Anthony!

Eso no fue muy maduro de mi parte, pero primero va mi vida, luego va la charla. Miro la ventana, y todo mi cuerpo se estremece cuando veo sus garras atravesar la puerta.

Ay, diosito, no quiero morir joven.

―¡Anthony! ―repite al entrar y visualizar que ya estoy cruzando la ventana.

―Cuando seas normal, hablamos.

¿Camino por el techo en ropa interior? Sí, así es. Lo bueno es que la mansión está en un bosque, así que como mucho, lo verán los animales.

―¿Anthony? ―dice, mi falso padre desde el jardín, mirando hacia la altura en la que estoy―. ¿Qué haces ahí arriba?

Mierda.

―¡¿Es tu culpa, verdad?! ¡Tú le dijiste a Lisette cosas que no debías! ¡¿Por qué no te metes en tus propios asuntos?!

―Todo lo que venga de ti es mi asunto, hijo.

Lo odio.

―¡Anthony! ―grita Lisette y me sobresalto―. ¡¿Y me llamas a mí inmadura?! ¡¡Regresa aquí!! ―me reprende desde la ventana.

Me giro a mirarla, enfadado.

―¡Claro que lo eres! Te enojas, te encaprichas y encima me acusas a mí, sin fundamentos. ¿Y qué si te imaginé desnuda? ¡¡Es normal, eres linda!!

―¡¡Regresa aquí y dímelo en la cara, puerco!! ―grita, sonrojada.

Ni mierda me bajo de aquí, es definitivo. Si tengo que congelarme, lo haré. Prefiero estar en el techo, semidesnudo, que estar un segundo más dentro de esa maldita casa. 

 

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Pureza EngañosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora