Narra Dean
El segundo partido de la temporada es un desastre absoluto. No. Rectifico. Es un putobaño de sangre.
Hay un silencio sepulcral cuando entramos en fila en el vestuario, la humillación dela derrota se arrastra detrás de nosotros como un charco de alquitrán. Bien podíamoshabernos bajados los pantalones, sacado nuestros culos desnudos al aire y haberlespedido alegremente a los del otro equipo que nos dieran una zurra. No solo les hemosdado la victoria, es que no les hemos podido marcar ¡ni un puto gol!Mientras me quito con violencia la camiseta, reproduzco mentalmente cada segundodel partido. Cada uno de los errores que hemos cometido ahí fuera está grabado afuego en mi mente como una marca de ganado. Perder jode. Perder en casa jode aúnmás.
Mierda, esta noche habrá un montón de fans decepcionados en el Malone's. No meapetece nada verlos y sé que mis compañeros de equipo están tan de bajón como yo.Ninguno más que Hunter, eso sí, quien a toda prisa tira al suelo su uniforme como siestuviera cubierto de hormigas rojas.
—Lanzaste unos cuantos disparos cojonudos a portería esta noche —le digo, y es la verdad. Aunque no hayamos marcado ni una vez, no ha sido por falta de intentos. Hemos jugado a tope. Pero el otro equipo ha jugado aún más a tope que nosotros.
—Habría sido más cojonudo si hubiera entrado alguno —dice entre dientes.
Reprimo un suspiro.
—Su portero ha estado inspirado hoy. Ni siquiera G ha podido abatirlo.
Garrett aprovecha ese momento para ir a su taquilla y se apresura a tranquilizar alestudiante de primero con el ceño fruncido.
—No te preocupes, chaval. Va a haber mucho más hockey que jugar esta temporada. Vamos a recuperar.
—Sí, claro. —Hunter no está convencido, pero no tenemos la oportunidad de darle más ánimos porque el entrenador Jensen entra a paso largo en el vestuario, seguido de Frank O'Shea.
El entrenador no pierde ni un segundo en soltarnos uno de sus breves discursospostpartido. Como de costumbre, suena como si estuviese leyendo un telegrama.
—Hemos perdido. Os sentís mal. No dejéis que os afecte. Solo significa que tenemos que trabajar más durante los entrenamientos y hacerlo mejor en el próximo partido. —Asiente a todo el mundo y se va hacia la puerta.
Creería que está cabreado con nosotros si no fuera porque sus discursos de victoriason más o menos iguales: «Hemos ganado. Os sentís genial. No dejéis que se os subaa la cabeza. Trabajaremos así de duro durante los entrenamientos y ganaremos máspartidos». Si alguno de nuestros jugadores de primero espera que el entrenador suelteépicos discursos motivadores al estilo de Kurt Russell en El milagro, se va a llevar una gran decepción.
O'Shea se queda en el vestuario. Instintivamente, mis hombros se tensan cuandoavanza lentamente hacia mí, pero me sorprende diciendo:
—Buena cobertura en la zona defensiva. Bloqueo sólido en el segundo periodo.
—Gracias. —Todavía me genera recelos el inesperado cumplido, pero ya se ha ido a elogiar a Logan por frustrar con éxito el power play en el tercer periodo.
Lanzo mi equipamiento en uno de los enormes cubos para la ropa sucia, salgo endirección a las duchas y me desprendo del hedor de la derrota de mi cuerpo. No megusta perder, pero no me doy más de diez minutos para pensar en ello. Mi padre meenseñó ese truco cuando tenía ocho años, después de una derrota particularmentedesmoralizadora en el campo de lacrosse.
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THE SCORE
RomanceAllie está en modo crisis. No sabe qué hacer con su vida, acaba de dejar a su novio y, en un momento de locura, se enrolla con Dean Di Laurentis, el tío más guapo y más ligón del campus. Hay que reconocer que no estuvo nada, nada mal. Pero lo último...