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El palacio estaba envuelto en una atmósfera de tensión palpable. Los sirvientes susurraban entre ellos, conscientes de que algo grave estaba ocurriendo. La reina había llamado a su hijo a su despacho, y la furia en su rostro era evidente. Sasuke entró en la habitación, sintiendo de inmediato la mirada severa de su madre clavada en él. Sin embargo, él estaba cansado, cansado de las exigencias, de la hipocresía y del constante sacrificio de su felicidad.

El despacho de la reina era majestuoso, con paredes cubiertas de retratos de antepasados reales y estanterías llenas de libros antiguos. El sol de la tarde se filtraba a través de las ventanas, proyectando sombras largas y creando un ambiente de solemnidad. La reina se encontraba detrás de su enorme escritorio de caoba, su postura erguida y autoritaria.

—Sasuke, ¿qué demonios crees que estás haciendo? —exclamó la reina, su voz resonando en la amplia habitación—. ¿Cómo puedes seguir viéndola? ¿No te importa Hinata, tus hijos, o siquiera lo que puede pasar si la prensa se entera? ¡Eres un inconsciente, un príncipe mimado y malcriado!

Sasuke apretó los puños, intentando controlar su rabia. Su corazón latía con fuerza, pero su rostro se mantenía impasible.

—No pienso perder mi personalidad por completo por una estúpida corona, madre —respondió Sasuke con voz firme, mirando a su madre directamente a los ojos—. ¿Quieres que renuncie a todo solo para ser un rey en un mundo moderno donde ya no importa si eres de sangre azul o no? La vida ha cambiado, madre. Si tú perdiste tu dignidad y tu amor propio al casarte con mi padre por culpa de la corona, es tu problema, no el mío.

La reina lo miró, sorprendida por su audacia. Sus manos temblaban ligeramente mientras se apoyaba en el escritorio para mantener la compostura.

—No puedo permitir que continúes con este comportamiento. Estás poniendo en riesgo a toda la familia, al reino mismo. ¿Es que no entiendes las consecuencias de tus acciones?

Sasuke rió amargamente, su voz cargada de sarcasmo.

—¿Poniendo en riesgo? —susurró con una amargura palpable—. Amo a Sakura más de lo que amo a esta familia, incluso más que a mi propia vida. Si quieres acabar con Sakura, hazlo, pero ten en cuenta que si algo le pasa, yo mismo estoy dispuesto a quitarme la vida.

La reina se quedó sin habla por un momento, el rostro pálido de la indignación. La situación era crítica, y su hijo estaba dispuesto a llegar a extremos que ella no había anticipado.

—¡Sasuke, estás siendo ridículo! ¡No entiendes las consecuencias de tus acciones! —gritó la reina, su voz rompiendo el silencio opresivo de la sala.

Sasuke dio un paso adelante, sus ojos llameando con una intensidad feroz.

—¿Ridículo? —dijo con un tono peligroso—. Mi tío Madara prefirió renunciar a la corona por amor a una mujer que no era considerada digna. Todos lo llamaron cobarde, pero yo lo veo como el más valiente. No le importó un maldito título; prefirió al amor de su vida antes que a una familia llena de hipócritas y prejuiciosos.

La reina intentó callarlo, levantando una mano en un gesto de autoridad.

—¡Basta! —gritó, pero su voz tembló.

—No, no basta —continuó Sasuke, su voz firme y decidida—. Ya me casé con la mujer que querías, ya le di dos herederos a esta enferma monarquía, crecí alejado de mi país, dediqué mi juventud a este reino. Ahora déjame ser feliz con la mujer que quiero y de la forma que yo quiero. Amo a Sakura y no hay nada que puedas hacer o decir que me haga alejarme de ella. Llámame mimado, malcriado, llámame como te dé la gana, pero así son las cosas.

El silencio que siguió a su declaración fue ensordecedor. La reina, con su rostro endurecido por la ira y la impotencia, no encontraba palabras para responder. Sasuke, respirando con dificultad por la intensidad de la confrontación, se dio la vuelta y salió del despacho, cerrando la puerta tras de sí con un golpe seco.

Caminó por los pasillos del palacio, sus pensamientos un torbellino de emociones. Había dicho todo lo que sentía, sin reservas, sin miedo. Por primera vez en mucho tiempo, había defendido su amor por Sakura con una honestidad brutal. Sabía que la batalla estaba lejos de terminar, pero estaba dispuesto a luchar por su amor y su libertad, sin importar las consecuencias. Mientras salía del palacio y respiraba el aire fresco del jardín, sintió una extraña mezcla de alivio y determinación. Había cruzado un punto de no retorno, y estaba listo para enfrentar lo que viniera.


PUCCALOVELIN

The Royalty Don't CryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora