Extra 2

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Una noche de frustración, cuando Zander acababa de perder dos de sus trabajos por ser poco eficiente, terminó con el rostro lloroso sobre la sucia barra de un bar de mala muerte

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Una noche de frustración, cuando Zander acababa de perder dos de sus trabajos por ser poco eficiente, terminó con el rostro lloroso sobre la sucia barra de un bar de mala muerte.

El ambiente en ese lugar era tranquilo, sonaba buena música a todo volumen, el aroma a licor barato impregnaba el aire y muchas chicas con ropa demasiado provocativa bailaban sobre la pista de una manera sensual y descarada.

Zander pudo sentir por un momento que si aguantaba la respiración y entrecerraba los ojos el humo de cigarro se convertía en nubes y se sentía flotando en el cielo, sin preocupaciones ni miedos. No sabía si esas alucinaciones se las debía al alcohol barato que había ingerido, la falta de sueño o la poca cordura que le quedaba consigo.

El azabache nunca se había considerado guapo, sin embargo, las chicas del bar le hacían creer que era el hombre más atractivo en todo el lugar, pues, a cada rato se le insinuaban de una manera muy descarada. Después de examinar la situación detenidamente comprendió su excéntrica profesión.

Durante los siguientes días, mientras perdía el resto de sus trabajos, siguió asistiendo a ese bar y ahí conoció al dueño: Enzo, un chico con aspecto de modelo de portada de revista quien se presentó como el dueño del mayor negocio de prostitución “legal” del país. Se llamó a sí mismo como el dueño de cada esquina de la ciudad de New York, le dijo a Zander que había llamado su atención desde la primera vez que lo vio y le ofreció un puesto, le prometió la esquina más lujosa que poseía y le explicó que había algo en él que podía volver loco a cualquiera.

Zander inmediatamente se fue sin decir nada, no tenía que pensarlo; se había prometido a sí mismo que jamás permitiría que alguien tocara su cuerpo de nuevo si él no lo deseaba así, además aún debía cumplir todos y cada uno de sus sueños.

No lo haría, claro que no.

Jamás.

Un jamás relativo que no duró más de unos cuantos días. La realidad era otra, tenía que poner sus pies sobre la tierra.

Nadie quería contratarlo por ser un niñato que vivió toda su vida en un orfanato, el hospital le había llamado diciendo que no se realizaría ningún tratamiento si no pagaban el dinero que debían, y más que todo aquello, su sol estaba a punto de extinguirse por completo.

No había otra salida, tenía que hacerlo, ¿qué podría ser peor?

Nada.

Nada era peor que el brillo de su sol cesara eternamente.

El azabache renunció a todo lo que alguna vez se prometió y a todo lo que alguna vez soñó. Lo resguardó en lo más profundo de su ser, seguro de que nunca más saldría a la luz. Regresó al bar y se encontró con el rubio. Mientras lo escuchaba hablar de las reglas de lo que él llamaba “trabajo” entrecerraba sus ojos y se imaginaba que se encontraba flotando entre las nubes, que se encontraba en el cielo, sin preocupaciones ni miedos.

El caos que implica amar ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora