Nilsine Sigurdsdótter
―Bien, los he reunido hoy porque es indispensable encontrar los puntos débiles de Vikar ―digo sentada en mi usual silla dentro de la cabaña de reuniones.
Aunque después de unos segundos me levanto por incomodidad. Nadie más ha tomado asiento.
No puedo negar que tengo mucho miedo de estar aquí. Todos los más cercanos y de máxima confianza del jefe están conmigo aquí porque he hablado en nombre de mi padre. Yo sabía que ninguno de ellos aceptaría a reunirse a menos de que el mismo jefe fuera el que los llamara.
Y también lo he hecho venir a él. Ayer le he advertido que organizaría una reunión donde tendría que explicar lo que realmente está pasando entre las fronteras con los demás reinos.
Está de pie, como todos los demás, no ha querido sentarse porque «aquel lugar no se mira muy limpio para mi gusto». Estuve a nada de darle otro puñetazo. Pero me contuve. Tengo que hacerlo.
―¿Dónde está tu padre, niña? ―Pregunta Brynjar con un suspiro de fastidio y mirando al rey hareltano con recelo―. No entiendo por qué estás aquí, hareltano.
Pero él hace caso omiso, como si solo fuera un molesto mosquito dando vueltas por ahí. Todos los presentes están atentos a él. Buscando la forma de atacarlo.
―No tenemos tiempo para tus intentos de... lo que sea que estés intentado ―comenta Orin.
Eso solo aumenta los latidos de mi corazón y empiezo a sentir el aire atascado durante su transcurso. No sé si puedo hacer esto. Nadie confía en mí para empezar.
―Mi padre no puede venir, pero yo...
―Exacto, lo has usado a él para llamarnos y hacernos perder nuestro tiempo con tus caprichos, Sigurdsdótter. Hasta que él de la maldita cara, me retiro.
Hallad, el herrero del pueblo, abre la puerta y sale del lugar dando un portazo como despedida. Y como recordatorio de que nunca seré respetada ni tomada en serio en este pueblo. Los demás me dan una última mirada y hacen lo mismo, dejándome como una niña tratando de hacerse pasar por una adulta que quiere defender a su pueblo.
―Lo siento, Nilsine. ―Dice Lars antes de irse―. Tu padre es el responsable de esto, no tú.
Cuando la puerta vuelve a dar un portazo, todo se queda en silencio. Un silencio donde la decepción y rechazo reinan, y donde la culpa de no poder vengar a mi hermano se abre un espacio para invadir.
Por un momento creí que podía yo tomar el liderazgo por mi padre, que no ha salido en cuatro días enteros de nuestra cabaña. Ha dejado el pueblo a la deriva de todo lo que ha ocurrido a manos de esta guerra que nos está alcanzando y que nadie sabe como frenar.
Pero qué ilusa fui.
De nuevo.
No por que la gente empiece a mirarme y dirigirme la palabra como la gente decente, significa que, en un momento de importancia, me tratarán como una.
El sentimiento de rechazo se arremolina en mi pecho y la magnitud de todo lo que ha pasado en el último mes empieza a desbordarme. Así que cuando menos me doy cuenta, ya estoy limpiándome las lágrimas de las mejillas, con miedo a que alguien entre y me encuentre en este estado.
―Que lamentable fue eso... ―la voz de él hace que me sobresalte en mi lugar.
Se me había olvidado completamente que estaba aquí.
Me vuelvo a limpiar las lágrimas antes de girarme a él con un dedo acusatorio.
―¡Todo esto es tu culpa! ―Bramo acercándome amenazadoramente―. ¡Esta guerra estúpida y sin sentido es tu culpa! ¡Mi pueblo está así por tu culpa! ¡Mi hermano está muerto... por tu culpa!

ESTÁS LEYENDO
Mi maldita perdición
Teen FictionCreyó que al ser capturada moriría a manos enemigas, lo que no sabía es que le ocurriría algo peor, algo que sería su perdición: se enamoraría del enemigo. *** La vida de Nilsine deparaba muchas cosas que ella no quería, su pueblo hablaba y suponía...