|22| La siesta de una estrella

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    Llego al gran salón con el rostro ligeramente enrojecido por la prisa.

    Mi cabello oscuro y alborotado cae sobre la frente, y mi respiración es rápida mientras intento recuperar el aliento. Mi vestimenta está algo desarreglada por la carrera: la corbata torcida y la camisa un poco arrugada bajo el abrigo de terciopelo, de mi padre.

    Al abrir las puertas, el murmullo del salón se detiene por un breve instante, siento todas las miradas de las brujas y los hombres lobo que ya están cenando.

    Al darme cuenta de que he interrumpido el evento más importante de la Cena de Magnolia, trago saliva con nerviosismo. El ambiente está cargado de magia y misterio, con velas flotantes iluminando las largas mesas y un aroma a comida exquisita en el aire.

    Busco algún rostro familiar, mis ojos encuentran a Xavier,  que desde el otro extremo del salón me hace señas con la mano, indicándome una silla vacía.

    Con una mezcla de alivio y vergüenza, me deslizo rápidamente hacia la silla, tratando de no hacer más ruido del necesario. Mi paso es torpe, pero decidido, mientras los murmullos vuelven a llenar el salón.

    Finalmente, me dejo caer en la silla junto a Xavier, quién me da una sonrisa cómplice y un leve codazo, corriéndose hacia un lado y dejándome el asiento, libre.

    Aún con la respiración entrecortada, murmuro entre dientes:

    —Gracias por guardarme el lugar. Casi no llego.

    Tomo de la copa acercándola a mis labios, bebo un trago de champán, bajando consigo el nudo de nerviosismo que se había formado en mi garganta.

    Sucedieron muchas cosas esta noche, tantas, que todavía no he podido asimilar por completo. La llave arde en mi muslo. Quema mi piel. Escondida como un tesoro en el bolsillo del pantalón. No tengo mucho tiempo antes de que mi padre descubra que la tomé.

    Mañana debo de averiguar sin falta qué puerta abrirá.

    El comedor tiene un aire festivo, alegre, cálido. Impregnado del murmullo de voces bajas, y el roce, de las copas de vino. Mi mirada perdida en algún punto  frente a mí, distraído, cuando un ligero cambio en la atmósfera me sacude.

    Un torbellino de emociones me invaden cortándome la respiración por unos segundos.

    El perfume es lo primero que me golpea, un aroma familiar que te llena de nervios, y emoción,  al mismo tiempo.

    No cualquier fragancia, sino un aroma sutil, pero inconfundible, como si la brisa trajera consigo el aroma de su piel. Algo fresco, como el olor a hierba recién cortada tras una lluvia de verano, mezclado con un toque cálido, especiado, tan familiar que enciende un fuego en mi pecho.

    Sin necesidad de buscar, lo supe: él está sentado a mi lado.

    El corazón me late más rápido, como si mi cuerpo ya supiera que él está cerca, incluso antes de que mi mente lo procese. No me atrevo a voltear, pero cada respiración que escucho me confirma su presencia.

    Está justo ahí, a solo veinte centímetros, pero parece un mundo de distancia. Nunca habíamos estado tan cerca el uno del otro.

    Después, vinieron las sensaciones. El espacio a mi alrededor parece achicarse, como si la gravedad se re configurara para inclinarse hacia esa presencia invisible pero poderosa. El aire, antes ligero y despreocupado, ahora se volvió denso, cargado de una electricidad imperceptible.

    Mi piel se eriza, como si cientos de pequeñas descargas viajaran por mis brazos y espalda.

    Es como si la proximidad del otro tejiera un puente invisible que conecta nuestros cuerpos sin necesidad de contacto.

Descendientes de la luna  +18 [P.1] BORRADORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora