Fantasma.

126 12 39
                                    

Las lunas siguieron pasando, esta vez mucho más rápido de lo se imaginó. Cada día lejos de ella le hacía un hueco de angustia en el pecho, jamás pensó que aquella estadía se haría tan larga, y el fantasma del castaño permeaba en cada rincón de su relación, pero aún así, quería seguir creyendo en ella. En sus cartas jamás notó ninguna diferencia en las palabras de su novia, parecía seguir siendo tan cálida como el día en el que se fue. Pero extrañaba mucho verla todos los días, las cartas no eran suficientes. 

El primer paso sobre la tierra firme fue un ligero alivio para su incomoda espalda. Las semanas que había pasado ahí dentro ya le habían propiciado un horrible dolor en el cuello, pero nada que no pudiera arreglar una noche de descanso. Observó de regreso el asiento de madera y tomó del interior una pequeña bolsita de dulces que había comprado de camino al lugar. Luego se giró para ver la enorme puerta de cristal y madera frente a él. En el ligero reflejo del cristal trató de ordenar un poco su cabello oscuro rizado, y se acomodó la camisa. Aún así, aunque el reflejo era apenas perceptible, logró distinguir el color oscuro de sus ojeras.

Habían sido meses muy difíciles, toda su vida se había vaciado, y no había habido nadie que...

Su risa atravesó el cristal como un tintineo. Eso relajó de inmediato su semblante, ni siquiera se había dado cuenta de que estaba tenso. ¿Cuanto tiempo tenía así?

No importaba. Puso la sonrisa más genuina que pudo construir y empujó la puerta anunciando su llegada con el sonido de la campanita.

Había esperado meses completos para ese momento, y ahora por fin había llegado. Esperó que el ramo de flores que bajó fuera lo suficientemente oloroso como para ocultar que no se había bañado ese día más temprano, solo porque quería llegar más temprano para verla. 

Su risa volvió a resonar por el lugar. La buscó de inmediato por toda la habitación, pero no encontró nada más que vitrinas con pan. Siguió el dulce sonido hasta una habitación trasera, quería que la sorpresa fuera tan grande como fuese posible, y que la puerta estuviera abierta fue de mucha ayuda. 

Pero no esperó lo que encontró. La joven reía a carcajadas a una distancia muy, pero muy próxima a Leo, quien tenía el rostro lleno de un color rojo. 

-¡¿Que querías que hiciera?! Taparme los ojos fue lo mejor que se me ocurrió.

-Y gracias a eso casi muero asado.

De nuevo su risa explotó por todo el lugar.

¿Alguna vez ella... se había reído así a su lado?

Ambos cayeron en cuenta de la presencia del pelinegro al mismo tiempo. Aún con una sonrisa en los labios, la joven volteó a la silueta, y de inmediato su expresión cambió por completo.

La sorpresa fue notoria en todas sus facciones, solo para seguir con la incredulidad.

El rostro de Leo, en cambio, fue de incredulidad desde el comienzo, lo miró detenidamente, esperando encontrar alguna señal de que no era él, de que era un fanstama.

-¿Alex?

Preguntó la joven dejando su lugar junto a Leo para acercarse a él. 

-¿Qué estás haciendo aquí?

La molestia lo atravesó con un pequeño hilo. Meses sin verlo y no había corrido a sus brazos para saludarlo, como hacía los primeros meses de su relación, no lo había hecho tropezar con la fuerza de su salto, ni le había dado un beso a modo de saludo. Pero si le preguntaba por su presencia, como si fuese algo raro e inesperado.

Las palabras que quisieron salir por sus labios de forma afilada fueron rápidamente controladas por el joven, no ahí, no ahora, no después de que su vida había sido un dolor agonizante los últimos meses.

Hilo de Sangre. Primera Lección.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora