Catrina.

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El sol brillante de la primavera y los sonidos dulces de los pajaritos de afuera eran el opuesto de la tormenta que sentía en su pecho.

La enfermera pasó el metal frío de las tijeras por debajo de venda, tocando su piel, y el frío metal hizo que tuviera un pequeño escalofrío.
Pero aún así, se rehusó a ver hacia abajo, no quería mirar hacia abajo, no quería hacerle frente a lo qu sabía que vería.

Cuando tomó la decisión de correr de regreso a Marcela, cuando vio la esfera de fuego supo que seguramente terminaría con quemaduras por ello, y aún así había saltado al fuego para ayudar a su amiga.

Siendo sincera pensó que podría salvarla. Pensó que salvar la vida de Marcela sería su forma de expiar todo lo que hizo, sin embargo no lo había logrado.

La venda comenzó a desprenderse de su piel, y la sensación fue desagradable. Era como si le estuviesen arrancando una fina capa de piel. La sensación no era dolorosa, solo muy incómoda.

El fresco aire que acarició su piel sin la venda también la hizo sentir incómoda, porque solo el roce de la nada la hacía sentir que se iba a desmayar en cualquier momento ante lo abrumadora de la sensación.

-Necesito que muevas tus dedos.

Dijo la mujer frente a ella, y aún sin atreverse a mirar, puso toda su concentración en sus dedos para hacer que se movieran.

El movimiento también la hizo sentir incómoda, como si fuese algo no natural.

-Necesito que observes, no vas a mejorarte apartando la vista.

La enfermera volvió a hablar y Kika supo que había llegado el momento de hacerle frente a las consecuencias de sus acciones.

Y miró sus brazos.

Las cicatrices de lad quemaduras d segundo y tercer grado estaban por toda su piel rosada y brillante, en recuperación.

El shock la hizo vomitar.

Muy apenas alcanzó a darse la vuelta para vaciar el contenido de su estómago sobre una cubeta.

Unas manos gentiles le tomaron el cabello y se lo ataron en una coleta, mientras ella terminaba de repasar la imagen en su cabeza.

-Está bien, estás viva.

Dijo la voz de su hermano, mientras le acercaba un trapo y un vaso con agua.
Se limpió los labios y se volvió a sentar correctamente, inspeccionando con más cuidado las heridas en su piel.

-¿Puedes sentir esto?

Preguntó la mujer picando la punta de sus dedos con una aguja. El gesto de dolor inmediato en los primeros 3 dedos le dieron un claro mensaje a la mujer de blanco.

Sin embargo, el cuarto y el quitó permanecieron quietos aún cuando la aguja fue un poco más profundo de lo que debería.

Repitió el ejercicio del otro lado, obteniendo el mismo resultado en un dedo.

-Me temo que pareces haber perdido la sensibilidad en 3 dedos, las quemaduras debieron afectar tus terminaciones nerviosas.

Sintió de nueva cuenta la bilis trepando por si garganta, su hermano le acercó la cubeta y ella siguió en lo que estaba.

-Vendré por la tarde para comenzar con tu terapia de rehabilitación, no tienes que preocuparte, te pondrás mejor. Por ahora solo descansa.

Le dio un par de toques más en los dedos y se alejó caminando por el pasillo de la casona.

Beto llevó la cubeta a alguna esquina alejada, dónde el olor no fuera una molestia para nadie, y entonces regresó a su lugar junto a su hermana, pero, como era su costumbre desde que la encontraron inconsciente en la colina esa noche, no le dirigió la palabra.

Hilo de Sangre. Primera Lección.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora