#3 El Esconde Algo

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Los días siguientes fueron una mezcla de emoción y confusión para mí. Alejandro y yo comenzamos a vernos con más frecuencia. Nos encontrábamos en la cafetería, íbamos a caminar por el parque y pasábamos largas horas hablando de todo y de nada. Sin embargo, cada encuentro, cada conversación, me dejaba con una sensación de curiosidad y, a veces, una inquietud latente.

Una tarde, después de mi turno, Alejandro y yo nos sentamos en nuestra mesa habitual de la cafetería. Habíamos estado hablando de nuestros libros favoritos cuando la conversación tomó un giro inesperado.

—Valeria, cuéntame, ¿qué te inspira a escribir? —preguntó Alejandro, mirándome con esa intensidad característica.

—Creo que me inspiran las emociones humanas. La complejidad de los sentimientos, las experiencias vividas. Me gusta explorar lo que hace que las personas sean quienes son —respondí, sintiéndome cómoda con la dirección de la conversación.

Alejandro asintió, con una expresión pensativa.

—Es interesante. Las emociones pueden ser tan poderosas. A veces siento que son lo único que realmente define nuestra existencia.

—¿Y tú? ¿Qué te inspira? —pregunté, queriendo saber más sobre él.

—Supongo que me inspiran las mentes humanas. Cómo funcionan, por qué toman ciertas decisiones, lo que las motiva y lo que las destruye —respondió, su voz baja y profunda.

—Es una perspectiva interesante. Pero, ¿alguna vez te ha llevado eso a lugares oscuros? —pregunté, sintiendo que estaba tocando un tema delicado.

Alejandro me miró fijamente, y por un momento, pensé que no iba a responder. Luego, suspiró y apartó la mirada.

—Sí, a veces. La mente humana puede ser un lugar oscuro y aterrador. Pero también es fascinante. Es un balance delicado.

—¿Y cómo manejas ese balance? —pregunté, sintiendo que estaba entrando en un territorio personal.

—Con dificultad, a veces. Hay días en que siento que estoy caminando por el borde de un abismo, y otros en que todo parece claro y ordenado —confesó, su voz teñida de una vulnerabilidad que no había mostrado antes.

—No debe ser fácil —dije, tratando de sonar comprensiva.

—No lo es. Pero me ayuda hablar contigo. Siento que puedo ser yo mismo, sin máscaras —dijo, mirándome con una expresión que mezclaba gratitud y algo más profundo.

—Me alegra que sientas eso. También me siento así contigo —respondí, sonriendo suavemente.

La conversación tomó un tono más ligero después de eso, pero no pude sacudirme la sensación de que Alejandro estaba luchando con algo más grande. Había una oscuridad en él que, aunque fascinante, también era inquietante.

Otro día, mientras paseábamos por el parque, Alejandro se detuvo de repente y se giró hacia mí.

—Valeria, ¿alguna vez has sentido que no perteneces a ningún lugar? Que hay algo en ti que te hace diferente a todos los demás?

Su pregunta me tomó por sorpresa.

—A veces. Creo que todos nos sentimos así en algún momento de nuestras vidas. Es parte de ser humano, supongo.

—Sí, pero... hay momentos en que esa sensación es tan fuerte que casi te consume —dijo, con un tono más sombrío.

—¿Es eso lo que sientes? —pregunté suavemente, queriendo entenderlo mejor.

—Sí, a veces. Hay días en que me siento como si estuviera viviendo en una realidad paralela, observando el mundo desde fuera —confesó, sus ojos reflejando una profundidad de emociones que no había visto antes.

—Debe ser difícil —dije, sin saber qué más decir.

—Lo es. Pero como te dije antes, hablar contigo me ayuda a mantenerme anclado. Siento que puedo compartir mis pensamientos más oscuros sin ser juzgado —respondió, su mirada fija en la mía.

—Siempre puedes hablar conmigo, Alejandro. Estoy aquí para escucharte —dije, queriendo ofrecerle algún consuelo.

Él asintió y me tomó la mano, su toque cálido y reconfortante.

—Gracias, Valeria. No sabes cuánto significa para mí.

Pasamos el resto del día juntos, hablando de cosas triviales y disfrutando de la compañía mutua. Pero incluso en los momentos más ligeros, no pude evitar notar esa sombra que parecía seguir a Alejandro.

Unas noches después, me invitó a cenar en su apartamento. Era la primera vez que iba, y me sentía emocionada y nerviosa. Su lugar estaba en un edificio antiguo pero bien cuidado, y cuando llegué, él me recibió con una sonrisa que hizo que mi corazón latiera más rápido.

—Bienvenida, Valeria. Espero que tengas hambre —dijo, guiándome adentro.

—Sí, estoy hambrienta —respondí, sintiendo una mezcla de curiosidad y anticipación.

Su apartamento era acogedor, decorado con buen gusto pero con un aire personal. Había libros por todas partes, y una gran ventana que ofrecía una vista impresionante de la ciudad.

—Wow, tienes una vista increíble —comenté, acercándome a la ventana.

—Sí, es uno de mis lugares favoritos para reflexionar —respondió, acercándose a mí.

Cenamos juntos, y la conversación fluyó naturalmente. Hablamos de nuestras infancias, nuestros sueños y nuestras frustraciones. Alejandro parecía más relajado en su propio espacio, pero aún así, había momentos en que su mirada se perdía, como si estuviera luchando con pensamientos internos.

—¿En qué piensas? —pregunté en uno de esos momentos de silencio.

—En ti —respondió, sin apartar la vista de la ventana —En cómo haces que todo parezca más brillante, incluso cuando mis pensamientos se vuelven oscuros.

—No sé si hago eso, pero me alegra que te sientas así —respondí, sintiéndome conmovida por sus palabras.

—Lo haces, Valeria. Tienes una luz en ti que me atrae, incluso cuando me siento atrapado en la oscuridad —dijo, girándose para mirarme a los ojos.

—Y quiero ayudarte a encontrar esa luz dentro de ti —dije, acercándome a él y tomando su mano.

—Es un camino largo y complicado, pero siento que contigo puedo lograrlo —dijo, su voz suave y sincera.

Después de la cena, nos sentamos en el sofá con una copa de vino, y la conversación tomó un giro más personal.

—Valeria, hay cosas de mi pasado que no son fáciles de contar. He hecho cosas de las que no estoy orgulloso —confesó, su voz baja y llena de remordimiento.

—Todos tenemos nuestro pasado, Alejandro. Lo importante es cómo elegimos vivir a partir de ahora —respondí, queriendo ofrecerle apoyo.

—Lo sé. Pero a veces, esos fantasmas vuelven y me atormentan —dijo, mirándome con una vulnerabilidad que no había visto antes.

—Puedes superarlos. No estás solo en esto —dije, apretando su mano con fuerza.

—Gracias, Valeria. Significas más para mí de lo que puedes imaginar —respondió, inclinándose hacia mí y besándome suavemente.

El beso fue cálido y lleno de una promesa silenciosa. Sentí que, a pesar de la oscuridad que lo rodeaba, había una bondad en Alejandro que valía la pena descubrir.

Esa noche, mientras me despedía, no pude evitar sentir una mezcla de emociones. Alejandro era un enigma, un hombre lleno de secretos y sombras, pero también de una profundidad emocional que me atraía irresistiblemente. Sabía que estaba entrando en un terreno complicado, pero algo en mí no podía resistirse a querer descubrir más.

Al llegar a casa, me acosté en la cama con la mente llena de pensamientos y sentimientos encontrados. Alejandro me fascinaba y me preocupaba al mismo tiempo. Había algo en él que despertaba mis instintos de protección, pero también me hacía cuestionar cuánto podía realmente conocerlo.

Mientras me quedaba dormida, una cosa era segura: estaba dispuesta a seguir explorando este camino, sin importar a dónde me llevara. Alejandro era un misterio que quería resolver, y aunque sabía que podía ser peligroso, no podía dar marcha atrás.

The Toxic Boy | El Chico ToxicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora