#20 Dependencia

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Los días siguientes a mi huida fueron una mezcla de alivio y terror. Alivio porque, por primera vez en mucho tiempo, sentía que tenía el control de mi vida. Terror porque sabía que Alejandro no se detendría hasta encontrarme. Maria me había llevado a su apartamento, un lugar pequeño pero acogedor que se convirtió en mi refugio temporal.

—Valeria, ¿cómo te sientes hoy? —me preguntó Maria una mañana mientras desayunábamos.

—Mejor, creo. Aunque aún tengo miedo de que él pueda encontrarme —respondí, tratando de mantener una voz firme.

—No te preocupes. Aquí estás a salvo. Alejandro no sabe dónde estoy y nadie le dirá nada —dijo Maria, su voz tranquilizadora.

—Gracias, Maria. No sé qué haría sin ti —dije, sintiendo una oleada de gratitud.

—Para eso están las amigas —respondió ella con una sonrisa.

A pesar de sus palabras reconfortantes, no podía sacudirme el sentimiento de estar atrapada. Mi mente estaba en constante batalla entre el miedo y la añoranza. Había pasado tanto tiempo con Alejandro que, a pesar de todo el dolor y la violencia, me había vuelto dependiente de él. La idea de una vida sin él era aterradora y desconocida.

Una tarde, mientras Maria estaba en el trabajo, me encontré mirando por la ventana, recordando los momentos buenos con Alejandro. Aunque eran escasos y breves, esos momentos se habían convertido en mi ancla, el justificante de mi permanencia a su lado.

Flashbacks de nuestras risas, las caricias, los susurros dulces en las noches tranquilas. Eran esos recuerdos los que me mantenían atada emocionalmente, a pesar de saber, en lo más profundo de mi ser, que Alejandro era peligroso.

El sonido de mi teléfono me sacó de mis pensamientos. Era un mensaje de Alejandro. Mi corazón se aceleró y mis manos comenzaron a temblar mientras leía.

—Valeria, por favor, vuelve. No puedo vivir sin ti. Lo siento por todo. Prometo que cambiaré.

Leí el mensaje una y otra vez, tratando de encontrar sinceridad en sus palabras. Sabía que eran mentiras, promesas vacías que nunca cumpliría, pero una parte de mí quería creerle, quería aferrarse a la esperanza de que podía cambiar.

Respiré hondo y apagué el teléfono, tratando de enfocarme en mi nueva vida. Decidí salir a dar un paseo, despejar mi mente y alejarme de la tentación de responderle.

Mientras caminaba por el parque cercano, mis pensamientos seguían girando en torno a Alejandro. Me sentía dividida entre el deseo de volver con él y la necesidad de mantenerme a salvo. Era como si dos partes de mí estuvieran en constante conflicto, tirando en direcciones opuestas.

Me senté en un banco, observando a las parejas y familias que disfrutaban del día. Sentía una profunda tristeza al ver su felicidad, recordando lo que había perdido y lo que nunca podría tener con Alejandro.

—¿Estás bien? —escuché una voz detrás de mí. Era un hombre de mediana edad, con una expresión amable.

—Sí, solo estoy pensando —respondí, tratando de sonar convincente.

—Pareces preocupada. A veces, hablar con alguien puede ayudar —dijo, sentándose a mi lado.

—No creo que pueda hablar de esto con un extraño —respondí, sintiendo una mezcla de desconfianza y necesidad de desahogarme.

—No soy un extraño. Soy solo alguien dispuesto a escuchar —dijo, sonriendo de manera tranquilizadora.

Después de unos momentos de silencio, decidí hablar. Le conté de mi relación con Alejandro, de la violencia, del miedo y de la dependencia emocional que sentía. El hombre escuchó pacientemente, sin interrumpir, asintiendo de vez en cuando.

—Suena como si estuvieras atrapada en una relación muy tóxica —dijo finalmente.

—Lo sé. Pero es difícil alejarse. Siento que una parte de mí aún lo ama —respondí, sintiendo las lágrimas formarse en mis ojos.

—Eso es comprensible. Las relaciones abusivas a menudo crean una dependencia emocional muy fuerte. Pero tienes que recordar que mereces algo mejor. Mereces ser feliz y estar a salvo —dijo, su voz llena de empatía.

—Es difícil creerlo a veces —dije, mirando hacia el suelo.

—Lo sé. Pero tienes que intentarlo. Tienes que ser fuerte por ti misma —dijo, colocando una mano en mi hombro de manera reconfortante.

—Gracias. Creo que necesitaba escuchar eso —respondí, sintiendo una pequeña chispa de esperanza.

Después de nuestra conversación, me sentí un poco más fuerte, más decidida a romper el ciclo de dependencia emocional con Alejandro. Regresé al apartamento de Maria, sintiéndome un poco más segura de mi decisión.

Esa noche, mientras cenábamos, le conté a Maria sobre mi conversación en el parque.

—Me alegra que hayas hablado con alguien. Necesitas todo el apoyo posible para superar esto —dijo Maria, sonriendo.

—Lo sé. Es difícil, pero estoy tratando de ser fuerte —respondí, sonriendo débilmente.

—Día a día, Valeria. Lo importante es que no estás sola —dijo Maria, dándome un apretón de manos.

A pesar de la conversación alentadora, esa noche fue difícil. Mis sueños estaban llenos de imágenes de Alejandro, de momentos buenos y malos, de su voz susurrando promesas y amenazas. Me desperté varias veces, sudando y con el corazón acelerado.

En la mañana, decidí que necesitaba ayuda profesional. Le pedí a Maria que me acompañara a ver a un terapeuta. Sabía que necesitaba más que el apoyo de amigos, necesitaba a alguien que pudiera guiarme a través de mi trauma y ayudarme a romper la dependencia emocional.

Elena estuvo de acuerdo y rápidamente encontramos un terapeuta especializado en relaciones abusivas. La primera sesión fue difícil, pero liberadora. Por primera vez, pude hablar abiertamente sobre mi relación con Alejandro, sin miedo a ser juzgada.

—Lo que estás sintiendo es completamente normal en relaciones abusivas. La dependencia emocional es una herramienta poderosa que los abusadores usan para mantener el control —explicó el terapeuta.

—¿Cómo puedo romper ese ciclo? Siento que estoy atrapada —pregunté, mi voz llena de desesperación.

—Es un proceso, Valeria. Requiere tiempo y esfuerzo. Pero lo primero que debes hacer es reconocer tu valor, entender que mereces una vida mejor, libre de abuso —dijo el terapeuta, su voz calmada y comprensiva.

Las sesiones continuaron y, poco a poco, comencé a sentirme más fuerte. Aprendí a identificar los patrones de abuso, a entender mis propios sentimientos y a encontrar maneras de reconstruir mi autoestima.

Sin embargo, a pesar de todo el progreso, aún sentía la sombra de Alejandro acechándome. Sus mensajes continuaban, cada vez más desesperados, cada vez más manipuladores.

—Valeria, te necesito. No puedo vivir sin ti. Por favor, vuelve —decía uno de los mensajes.

—Si no vuelves, no sé qué haré. Estoy perdiendo el control —decía otro.

Cada mensaje era una prueba para mi fuerza de voluntad. Sabía que responder sería un paso atrás, pero la tentación era fuerte. La dependencia emocional aún tenía un fuerte agarre en mi corazón.

Una noche, después de una sesión particularmente intensa con el terapeuta, decidí enfrentar mis miedos. Apagué el teléfono y me concentré en las palabras de Elena y del terapeuta. Sabía que tenía que mantenerme firme, que cualquier debilidad podría ser fatal.

Pasé horas escribiendo en un diario, expresando mis sentimientos y miedos. Era una forma de liberar la tensión, de poner en palabras lo que no podía decir en voz alta.

Al final, me di cuenta de que estaba empezando a ver una luz al final del túnel. Sabía que el camino sería largo y difícil, pero también sabía que tenía la fuerza para seguir adelante.

No estaba sola. Tenía a Maria, al terapeuta y, lo más importante, tenía la determinación de recuperar mi vida. Día a día, paso a paso, estaba reconstruyendo mi mundo, un mundo donde Alejandro no tenía cabida.

The Toxic Boy | El Chico ToxicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora