Capítulo 40

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Luego de leer aquel libro de los dioses mitológicos que habían sido renegados por Dios al de un manera u otra desobedecer las leyes divinas, me quedé pensando en si en realidad era una buena idea llamar a un dios de esos.

Estos dioses aparentaban ser muy violentos y malvados; como ese tal Ares, que la piel se me pone de gallinas con tan solo pensar en todos los humanos que asesinó a sangre fría.

Pero, en realidad no tenía muchas opciones. Necesitaba ponerme en contacto con algún dios, el que fuera, para así poder tratar que me llevaran a aquella dimensión.

Ya que como me explicó Ana, los humanos eran incapaces de llegar a ellas sin un ser fantástico o un dios que los llevase.

Con algo de miedo, bueno, bastante; decido que sí seguiré mi plan de llamar a Ares y pedirle que me ayude a salvar a Cupido.

Ya él era un dios renegado y buscado tanto por los ángeles como por Dios, así que no creo que le importaría agregar algunas reglas rotas extras en su libro de fechorías.

Y si Dios aún no había dado con él en todo este tiempo... imagino que será bueno en huir y escapar.

Tras algunas horas, al fin ya tenía todo preparado para invocar a este dios tenebroso y maquiavélico.

Conseguí una vela que tenía en las provisiones de huracanes para cuando se iba la luz, un papel que arranque de uno de mis cuadernos de la universidad, fósforos de las misma provisiones de tormentas y una aguja para cuando se me rompían los calzones en los momentos menos inesperados. Eso sí, la desinfecté con un poco de alcohol para pincharme y sacarme una gota de sangre.

Me siento en el suelo y miro todo; y puedo admitir que en ocasiones me arrepiento y pienso que mejor no debo invocar a este ser desconocido. Pero recuerdo a Cupido y lo que a estado pasando por todo este tiempo... las torturas, el dolor, el sufrimiento; y simplemente el temor se me olvida.

Solo deseaba sacarlo de ese infierno, rescatarlo  para que así pudiera ser libre otra vez. Poder abrazarlo y besarlo; oír su risa y sentir su calor.

Lo extrañaba demasiado, e imagino que él a mí también.

Así que, armándome de valentía, procedí a colocar la hoja de papel en blanco frente a mis pies, encender la vela con los fósforos la cual coloco en el suelo frente a mí y tomar la aguja en mis manos.

Miro el libro de los dioses mitológicos renegados y solo ruego porque todo lo que diga ahí sea cierto. Al fin y al cabo era un libro que tomé del Olimpo, así que teóricamente, no se supone que ningún humano haya tenido esta información; por lo que no veo el para qué mentirían.

Tras tomar una bocanada de aire, acerco la aguja a mi dedo índice y cierro los ojos mientras que la poso delicadamente sobre mi piel.

Las agujas siempre me han puesto nerviosa, y saber que me picaría el dedo yo misma me ponía los pelos de punta... pero haré todo lo que sea por él, por salvarlo.

¡Vamos Karla, tu puedes!

Me repito a mí misma una y otra vez sin tener la valentía para hacerlo.

—¡Es solo una estúpida aguja! —Me digo mientras las manos me tiemblan. —Pasaste por la penumbra, te persiguió un carroñero y peleaste con criaturas que en tu vida pensaste que existían... vamos, tú puedes. —Me doy aliento a mí persona.

Así que, suelto un suspiro y presiono la aguja contra mi piel. Siento el piquete seguido por un poco de dolor.

Abro los ojos y extiendo mi mano rápidamente hacia en frente, hacia el papel, entre que veo la gota de sangre caer sobre el.

Cupido ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora