𝙲𝙰𝙿𝙸𝚃𝚄𝙻𝙾 𝟹 - 𝚁𝚎𝚜𝚒𝚐𝚗𝚊𝚌𝚒𝚘𝚗

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–¿Cómo le fue señorita Madeleine? –preguntó Alfred

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–¿Cómo le fue señorita Madeleine? –preguntó Alfred.

Después de ese viaje a caballo, la princesa se sentó en el borde de su cama, sentía un vacío inexplicable y trataba de hallar una respuesta.

Alfred se acercó a ella con curiosidad

Él, a pesar de ser su mayordomo, ella lo consideraba como un padre. Alfred era un señor mayor que Uzziel, era bastante bondadoso, paciente y reservado, le tenía bastante cariño a las princesas, sobre todo a la mayor, solía escuchar lo que Madeleine estaba por decir, por ello, la princesa sabía que podía contar con él.

–Veamos, ¿Qué ocurrió? –preguntó acomodando su cabello cabello pelirrojo detrás de su oreja.

–Conocí el pueblo, supongo que tu ya sabías de ellos –dijo en voz baja.

–¿Los que se encuentran bajo la colina?

Madeleine asintió cabizbaja, tenía la mirada perdida.

–¿Qué hicieron para que terminen así? –preguntó.

–Lo que cualquiera hubiese hecho por obtener algo. Pelear –respondió Alfred.

–Desearía tanto ayudarlos, así como quiero ayudar a mi reino –murmuró la pelirroja.

–Y lo harás, sabes que a Uzziel no le queda mucho tiempo –contestó riendo irónicamente– Serás una gran reina.

Madeleine abrazó a Alfred, no necesitaba de muchas palabras con él, la entendía con tan sólo ver su rostro.

–Por cierto señorita Madeleine, pienso que la visita a tal lugar haya hecho que usted se encuentre desconcertada –dijo dirigiéndose hacia la puerta– Hay alguien abajo esperándola para desayunar –sonrió.

–¿Ethan está aquí? –respondió Madeleine entusiasmada.

–Sólo alístese, yo bajaré a prepararles algo para ambos –respondió.

El rostro de Madeleine se iluminó por completo, como si el sol se posara frente a sus ojos con tal solo escuchar el nombre de su prometido.

Alfred salió de aquella habitación y cerró la puerta, pero no pudo dar un paso más, ya que se quedó pensando en la conversación con Madeleine.

–Eso fue lo mejor –dijo en voz baja hablando consigo mismo– Mi boca es mi condena y me meterá en problemas –murmuró y se fue.

–Eso fue lo mejor –dijo en voz baja hablando consigo mismo– Mi boca es mi condena y me meterá en problemas –murmuró y se fue

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El Deber No Siempre MandaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora