"Mi deber es seguir lo correcto y lo correcto está en mi corazón"
¿Qué harías si tu propósito es opacado por las personas que más amas en tu vida?
Pues para Madeleine, rendirse no es una opción.
"Busca lo desconocido, adéntrate en lo prohibido"
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Había pasado 1 semana desde la muerte de Alfred, nadie decía algún comentario al respecto, el silencio invadía el castillo y se esparcía tal y como una espesa neblina.
Ningún habitante en el castillo sabía cómo se encontraba Madeleine, siendo de ellas la más afectada entre todos, sin embargo, ella permanecía en silencio, encerrada en la habitación que parecía ser su refugio.
Era una mañana fría, la princesa se encontraba sentada frente a su espejo cepillando el cabello que alguna vez Alfred arregló para ella.
No había expresión que pudiese definirla, solo el cansancio en sus ojos, que se reflejaban en unas ojeras delicadamente formadas.
Era como si no se percatara de nada de lo que estuviese ocurriendo, el mundo podría destrozarse en ese instante, pero a ella parecía no importarle.
Parte de su mundo estaba roto, parte de su mundo se había ido al mismo lugar que su madre.
–¿Podemos pasar? –preguntó Annie.
–Adelante –respondió la mayor con neutralidad.
Era Annie, junto a ella veía su hermana menor, Khayla, quién traía consigo una pequeña caja.
–Lamento haber venido a interrumpirte, sé que no estás pasando por un buen momento, ninguna de nosotras se encuentra bien de hecho, pero queríamos hacerte compañía.
Madeleine se levantó de su silla y con la cabeza agachada se sentó a la par de su hermana.
–Me encuentro de maravilla, extrañé tanto verlas –dijo forzando una sonrisa.
Su hermana menor notó algo raro en sus ojos, no eran lo que sus palabras intentaban expresar, su mirada apagada, cansada y sobre todo triste, hacía que ambas hermanas se preocupen por ella.
–Hmm de acuerdo –respondió Annie no tan convencida– Quisiera alegrarte un poco el día, Khayla tiene algo para ti.
Madeleine inclinó su cabeza al lado, no había notado lo que su hermana menor tenía allí.
–Es tu regalo de cumpleaños –dijo Khayla sonriente.
–Que linda, pero mi cumpleaños es mañana –murmuró Madeleine.
–Lo sé, pero usualmente te encuentras ocupada en tu cumpleaños, quiero que tengas un momento para ti –respondió con esa cálida sonrisa que la caracterizaba.
Khayla era la menor de las 6 hermanas Howard, con 13 años de edad, no parecía mostrar importancia a los terribles acontecimientos que ocurrían a su alrededor, pero era alguien amable y la gracia en su sonrisa era lo que la caracterizaba, además de su raro humor.
Madeleine abrió la caja y toda expectativa que tenía sobre el regalo se había esfumado en cuestión de segundos.
–¿Una daga? –dijo Madeleine mientras sacaba el afilada arma de aquella caja.