"Mi deber es seguir lo correcto y lo correcto está en mi corazón"
¿Qué harías si tu propósito es opacado por las personas que más amas en tu vida?
Pues para Madeleine, rendirse no es una opción.
"Busca lo desconocido, adéntrate en lo prohibido"
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Los hombres que capturaron a los 3 jóvenes se los llevaron al otro lado de la isla, les habían cubierto los ojos con unas vendas y los dejaron tirados en la arena.
Permanecieron amarrados con las manos hacia atrás y sentados en fila, sin saber dónde estaban o qué ocurriría con ellos.
–Quítenle las vendas de sus ojos –ordenó uno de los señores.
Los tres pudieron notar que frente a ellos había un gran barco; era tan grande su asombro que sus ojos brillaron de emoción, sólo que no lograban entender por qué estaban atados.
Mientras que Madeleine y Christopher estaban preocupados, Edward estaba sonriendo con gran tranquilidad.
Los hombres que lograron capturarlos se acercaron a ellos con unas grandes y afiladas espadas, luego se acercaron al barco sin quitarles la mirada.
–¿Vieron? No hay de qué preocuparse –Edward sonreía con completa calma.
Pero esa calma se esfumó en un instante cuando notó que una flecha había caído justo al lado suyo, haciendo que Edward diera un grito agudo del susto.
Aquella flecha había sido lanzada desde lo más alto del barco. Madeleine entrecerró los ojos y divisó la sombra de una mujer que bajaba de repente y se acercaba a ellos.
Ella tenía el cabello negro y era ondeado, su piel estaba ligeramente bronceada y sus ojos parecían dos diamantes. Vestía una blusa blanca con un corset que se adhería a su cintura, traía una falda color vino y unas largas botas negras que le llegaban a las rodillas. Además, traía con ella un arco y, detrás de su espalda, unas flechas.
Ella caminó hacia Edward y se arrodilló frente a él.
–No me digas que eres quien creo que eres –dijo la fémina con amargura.
–Veo que no has logrado olvidarme, preciosa –respondió Edward guiñándole un ojo.
Madeleine y Christopher se miraban sin entender nada de lo que ocurría. Por otro lado, la joven de pelo negro se puso de pie y, de un silbido, llamó a los hombres que la acompañaban.
–Desaten a esos dos –señaló la pelinegra–. A este idiota pueden arrojarlo al mar.
Rápidamente tres hombres se acercaron a Edward y lo cargaron sin problema. Madeleine, quien ya había sido desatada, se levantó rápidamente y los detuvo parándose frente a ellos.
–¡Suéltenlo! ¡Por favor, podemos llegar a un acuerdo!
–Dime, ¿por qué debería sentir pena por este ser? –preguntó Aurora arqueando una ceja–. El otro chico que viene con ustedes ni siquiera parece preocupado.
Madeleine frunció el ceño y volteó a ver a Christopher, quien estaba sentado apreciando todo el escenario en silencio.
–Como sea, me encargaré de este asunto por mi cuenta. Lamento haberlos arrastrado hasta aquí de este modo. Me llamo Aurora –dijo la pelinegra dirigiendo su mirada hacia Madeleine, pero justo en ese instante se dio cuenta de que no había visto detenidamente el rostro de aquella chica de cabello rojo, quien le parecía familiar–. No, es imposible... pero si eres el vivo retrato de ella –murmuró con sorpresa.