𝙲𝙰𝙿𝙸𝚃𝚄𝙻𝙾 𝟸𝟸 - 𝙰𝚟𝚎𝚗𝚝𝚞𝚛𝚊

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–Por cierto Edward, ¿Dónde está Christopher? –preguntó Madeleine

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–Por cierto Edward, ¿Dónde está Christopher? –preguntó Madeleine.

Edward estaba recogiendo las cosas que llevaría, pero se detuvo al escuchar lo que Madeleine dijo, había olvidado por completo avisarle a su amigo.

De pronto, la puerta fue abierta bruscamente. Era Christopher, apenas entró vio a Madeleine sentada en la cama con un vendaje y a su amigo mirándolo detenidamente.

–¡Edward no vuelvas a asustarme de este modo! –dijo alarmado– ¡Fui al cobertizo y lo único que encontré fue la puerta hecha trizas!

Edward rió luego de lo que su amigo le había dicho, Madeleine tampoco pudo evitar soltar una risa.

–Sí claro ríanse –Christopher rodó los ojos, se acercó a Madeleine y vio el vendaje que tenía–. ¿Qué ocurrió?

–No es nada, Albert y sus cosas –comentó la pelirroja con una sonrisa que brindaba calma– Estoy bien, Edward me ayudó con esto.

Christopher vio con asombro a Edward, él traía una sonrisa de orgullo en su rostro, tal y como si de un niño se tratase.

–Bueno hay que apurarnos, debemos llegar antes de que oscurezca –comentó Christopher saliendo de la cabaña– Los espero allá.

Madeleine se levantó y tomó un bolso donde estaban las cosas que llevarían, Edward hizo lo mismo y estaban por salir de la cabaña.

–Edward, ¿Cómo se conocieron tú y Christopher? –preguntó la pelirroja.

Edward se detuvo, como si de pronto el mundo se pausara en ese instante, pero instantáneamente sacudió su cabeza puso su mano sobre Madeleine despeinando su cabello– Prefiero que esa historia te la cuente él, vamos –dijo sonriendo.

Madeleine se arregló el cabello y se quedó pensando en lo que su amigo había dicho, pero lo olvidó al instante, ya habría oportunidad de saberlo.

Mientras caminaban, Edward le contó a Christopher con gran entusiasmo como es que se había enfrentado a Albert, Madeleine notó que Edward tenía la misma emoción que cuando ayudó a limpiar el arroyo. Él era un joven mayor que ella, pero cuando hablaba no veía más que un niño que moría por ser feliz, ahora lo entendía.

Finalmente llegaron a la orilla, era la primera vez que Madeleine veía el mar y su emoción se desbordaba por la expresión que traía. Sus ojos se volvieron dos cristales que brillaban con aquel paisaje que veía.

–Es precioso, ¿verdad? –Christopher tiró de una soga que estaba atada al barco para llevarla hacia la orilla– Suban.

–¿De dónde conseguiste un bote? –preguntó Edward.

–Yo lo hice.

–Oh, ya veo –Edward volteó la mirada– Esa cosa ni ha de flotar –susurró.

Christopher arqueó una ceja, no sabía si indignarse por lo que Edward había dicho o porque Madeleine no podía parar de reír.

El Deber No Siempre MandaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora