El sol todavía estaba en lo alto cuando salieron del puerto, navegando por lo que restaba del río Támesis. Alexandria nunca había subido a un barco y todo esa experiencia era algo nuevo para ella, en especial cuando sintió mareos y arcadas. Intentó con todas sus fuerzas calmarse, no podía hacer una escena en ese lugar, no en un lugar infestado de hombres desconocidos.
Sin embargo, su suerte no iba a durar por mucho tiempo.
Los hombres del barco comenzaron a recoger las cajas para llevarlas a una especie de bodega del barco. Cuando uno de ellos alzó una de las cajas donde se escondía, la miró con desconfianza.
—¿Quién eres tú? —exigió.
Alexandria se levantó de un salto, aún sintiéndose mareada. No podía decir nada, su voz la delataría. Miró hacia los lados, estaba acorralada por todos, quienes la miraron con reciente curiosidad. El hombre que la había descubierto primero inclinó su cabeza a un lado y entonces una sonrisa lobuna creció en sus labios.
—¡Hay una mujer a bordo! —gritó.
Gritos en coro le siguieron y aquel hombre la jaló de la muñeca, le quitó la boina deshaciendo su peinado. Su cabello largo rubio oscuro cayó sobre sus hombros. Algunos hombres no dejaron de darle miradas lascivas, otros en cambio parecían sorprendidos.
—¿Cómo es posible que llegara aquí?
Había todo tipo de murmullos cuando uno de los hombres sacó un pedazo de cuerda y le amarró las manos y pies. Para callarla, le pusieron una venda en la boca.
—Es muy bonita, ¿quién se la va a quedar? —alguien habló y muchos empezaron a gritar. Era ridículo, hablaban de ella como si fuera un objeto para vender.
Quería gritar, pero no podía hacerlo.Tuvo que resignarse a mirarlos a todos con odio.
—No podemos hacer nada, no hasta que Aspen nos dé la orden —se negó el hombre que la había atado.
Algunos bufaron.
—No le digas a Aspen, hay que esconderla —habló un joven de pelo rojizo que la miraba de forma lasciva —Será mucho más divertido así.
—¿Qué no me digan qué? —una voz masculina se alzó entre las demás.
Todos los hombres que rodeaban a Alexandria en un círculo, se miraron entre sí asustados y algunos sorprendidos. Un joven se hacía paso entre el gentío y llegó a donde estaba ella sentada sin poder moverse.
Era obvio que tenía algún tipo de autoridad porque nadie se atrevió a comentar algo. Muchos lo miraban con admiración y otros con cierto recelo. El silencio llegó a bordo y el joven miró a Alexandria. Era alto, con un cabello oscuro muy brillante y despeinado.
Se agachó frente a ella con una sonrisa perversa, si así podía describirlo. A diferencia de los otros hombres del barco, él no la miró con otras intenciones, solo curiosidad.
—Pero mira qué tenemos aquí —comentó en tono divertido.
Alexandria no estaba segura de las verdaderas intenciones de aquel joven. Por un lado, parecía muy joven para ser líder o capitán de aquel barco y por otro tenía cierta energía que era difícil de entender. Podía notar que todos lo miraban, la atención parecía recaer en él y parecía gustarle eso.
Se limitó a mirarlo, los dos se quedaron mirándose el uno al otro como en una guerra de miradas. Entonces él se acercó a quitarle la tela que le impedía hablar.
—No sabía que entre nuestros invitados había una mujer, quizá fue muy grosero de parte de Solomon no informarme de este detalle —comentó sonriente, un joven rechoncho y cara roja salió de la multitud. Boqueaba como un pez fuera del agua.
—S-señor... necesitaba ir al... —lucía avergonzado —mis necesidades.
No tenía sentido su frase, pero el joven a quien ahora entendía era Aspen comenzó a reírse a carcajadas. Solomon por un segundo parecía que acaba de ver su muerte y entonces sonrió ante su líder.
—Está bien, Solomon, no podías estar pegado a la borda si necesitabas hacer eso. Al parecer está jovencita se infiltró mientras tú no estabas.
Aspen se giró hacia Alexandria con los ojos brillantes. No lucía enojado, parecía divertido con la situación.
—Si me permite, ¿podemos saber su nombre?
En ese momento, Alexandria se sintió realmente atrapada. Miró a todos lados menos a Aspen, deseando que la tierra la tragara. No podía decir quién era, no podía arriesgarse a que Edmund la encontrara. Todos se quedaron mirándola expectantes, Aspen alzó una ceja esperando su respuesta.
—Señor, al parecer la joven no habla —dijo el hombre que la había encontrado.
Aspen entrecerró los ojos.
—Algo me dice que si lo hace, pero prefiere no hacerlo.
No estaba equivocado, Alexandria no quería arriesgarse a hablar. No cuando todo su futuro dependía de eso, pero quizá podía decir una mentira. Algo que fuera creíble.
Su idea apenas estaba formándose en su cabeza cuando Aspen decidió levantarla, no le quitó las ataduras y la llevó a una orilla del barco. Por primera vez, esa naturaleza amable en él no existía, parecía enojado.
Los demás se quedaron en silencio, observando la escena.
—Quizá decida hablar si siente su vida en peligro.
Entonces la empujó hacia la borda.
Era obvio que Alexandria no esperaba aquel gesto de parte de él, así que se encontró a punto de caer al mar oscuro. Su cuerpo, al menos gran parte de él estaba al aire. Solo se sostenía por las ataduras que Aspen tenía en manos. Con un simple gesto podía lanzarla al mar para dejarla morir.
Un gemido salió de ella ante el terror de caer en las profundidades del mar. No sabía nadar, no sabía nada de los océanos, solo que eran aterradores.
—¿Decidió hablar, señorita? —habló con ese tono burlón Aspen.
Escuchó risas detrás de ellos. Jamás en su vida se había sentido tan humillada.
Todo el coraje que había estado guardando por años salió a flote. Ese joven capitán parecía creer que estaba bien amenazar a desconocidos, incluso si eran mujeres. Sabía que el mundo en el que vivía nunca iba a beneficiarlas, pero ver de primera mano como algunos de ellos querían doblegarla a su antojo le provocó un odio inmenso.
Aspen no iba doblegarla. No él, no Edmund, nadie.
Ya estaba harta, cansada de seguir con los protocolos. De guardar las apariencias, de mentir. Si él estaba dispuesto a tirarla al mar, bien.
Encontró una fuerza que no sabía que tenía, pero antes se giró a mirar a Aspen. Necesitaba que viera su coraje, su valentía antes de hacer la peor tontería de todas. Él la miró desafiante, los dos se miraron por un instante y quizá notó algo en su mirada, un peligro inminente porque sus ojos que ahora notó azul oscuro como las olas del mar, se abrieron con sorpresa.
—No —fue lo único que dijo Aspen.
Pero ya era demasiado tarde, ella empujó su cuerpo hacia atrás atrayéndolo a él. Era mucho más alto y pesado, pero sostenía con fuerza las cuerdas que ataban a Alexandria así que no vio venir el momento en que ella lo empujaba contra sí y los dos caían por la borda.
Directo al mar profundo.
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El mar que nos atrapa | Completa
RomanceCuando Alexandria Lovelace decide que el mundo en el que se encuentra no es el que ella quiere. Un mundo donde las mujeres siguen siendo monedas de cambio y solo con el objetivo de tener hijos, ella decide que su vida no tomará aquel curso. Así que...