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En el momento que Alexandria despertó, sintió un dolor en la parte frontal de su rostro. El golpe que le había dado Edmund fue tan fuerte que todavía le escocía y podía sentir la sangre correr por su nariz. Alguien la había levantado del suelo y ahora se encontraba atada a una silla.

Por la poca luz del lugar, todavía pudo visualizar a Aspen encadenado e inconsciente. Esta vez se encontraba más golpeado que antes y sus respiraciones parecían irregulares. Fue suficiente para que quisiera echarse a llorar. ¿Qué había hecho Edmund?

Lo último que recordó fue el puño de él y haber caído al suelo. 

—¡Aspen! —llamó, pero el joven no respondió.

—No va a responderte.

Edmund salió de la oscuridad del almacén y se acercó a donde estaba ella. Alexandria se negó a mirarlo directo a los ojos, no cuando estaba a punto de soltar lágrimas. Edmund era un monstruo.

—¿Qué sucedió?

—Después de golpearte, tu príncipe encantado intentó acabar conmigo. Ya puedes ver las consecuencias de sus actos.

Ella negó, apretando sus labios. Todo aquello la superaba, superaba cualquier intento de desafío. La última vez que desafió a Edmund, se había encargado de matar a una persona inocente para demostrar quien tenía el mando. Incluso aunque intentara sacar beneficio de la familia de Aspen, sabía que podía matarlo si así lo prefería.

—No lo comprendo —comentó por fin.

—¿No comprendes qué?

—¿Por qué me querrías como esposa? Es claro que no soy la persona ideal, me odias.

—Me parece que esta conversación ya la tuvimos antes.

—Sí, dijiste que era por mi familia, pero hay miles de jóvenes en Londres a quienes puedes elegir. Miles de mujeres que tienen mejor estatus que yo. ¿Qué me hace diferente?

Edmund hizo una mueca, era obvio que esa conversación le disgustaba. Así que ella continuó.

—No es que estés enamorado de mí —se burló Alexandria —. No, esto se trata de tu ego. Debió dolerte de verdad que te dejara en el altar. ¿Qué mayor humillación hay que esa? ¿Una mujer dejándote sobre todas las cosas? Una mujer decidiendo por sí misma, que crimen ¿no?

—¿Quieres tentar a la suerte, Alexandria?

—Debo haber dado en la llaga ¿no es así? Ahí está de nuevo, el Edmund que necesita amenazar para sentirse en control. El que necesita infundir miedo para tener poder porque esa es la única forma en que lo logra —se echó a reír ella.

Estaba tan harta de él, tan harta de sus condenadas amenazas. Edmund apretó los dientes y su respuesta fue golpearla de nuevo. La cachetada volteó su rostro con fuerza y la dejó mareada. Siempre responder violencia con violencia. Era un hombre patético.

—Cállate, zorra —dijo él con desprecio. — Nadie pidió tu opinión y créeme que cuando nos casemos nadie nunca lo hará. Me encargaré de eso, estarás encerrada en una habitación si es posible. 

—Me das lástima, Edmund. De verdad crees que con violencia y amenazas lo resuelves todo. Pero ¿sabes qué? Estoy segura que ni siquiera tus hombres te respetan, nadie podría respetar a un hombre sin honor.

—Cierra la maldita boca.

Alexandria sonrió, había logrado lo que quería. Ahora Edmund estaba demasiado enojado, a punto de perder el control. Era la representación de partes de un hombre que pretendía lo que no podía ser. Ahora lo veía con claridad, su única fuente de poder siempre se basó en la violencia, el maltrato.

El mar que nos atrapa | CompletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora