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Aquella mañana, Aspen se había negado a soltar a Alexandria de su agarre. Era como si todo lo sucedido la noche anterior hubiese sido un sueño del que no quería despertar. Incluso cuando lo hizo en la mañana, notó la calidez del cuerpo de ella, pegado a él.

Ella estaba dormida y abrazada a él.

No pudo evitar sonreír como un tonto enamorado, su cabello rubio caía desordenado por la almohada y sus pestañas oscuras parecían hacerla ver casi eterea. Irreal. Como una diosa que había emergido de las sábanas y él era un simple mortal.

Los recuerdos de la noche anterior regresaron uno tras otro, ella desnuda ante él. Su sonrisa al encontrar su propio placer. Y es que nunca había disfrutado tanto ver a una mujer sintiendo placer como Alexandria. Simplemente quería hacerla sentir bien, que todo fuera perfecto y lo fue.

Se acercó a su rostro y le dio un suave beso en los labios.

Estaba determinado a no dejarla ir, incluso si ella no debía estar con él. Tanto su pasado como el de ella podían interponerse, lo sabía. Alexandria pertenecía a una familia poderosa que daría lo que fuera para que ella regresara a casa y Aspen tenía el poder suficiente para calmarlos. Era un duque, después de todo. Pero había otra parte en todo eso que no dejaba de darle vueltas a la cabeza.

Aunque a Alexandria no parecía importarle estar con él sin ningún compromiso. Aspen se sentía culpable y una parte de él sentía que debían tomar eso con seriedad. Ella era una mujer soltera y no podía simplemente perder su virtud y dejarlo estar. Lo aceptaba, si ella lo aceptaba, él se casaría con ella.

Hace mucho tiempo la idea del matrimonio la detestaba, sin embargo, era una perspectiva diferente cuando se trataba de imaginarlo al lado de ella. Alexandria le gustaba, lo hacía sentir diferente. Más allá del hombre que creyó ser cuando embarcó a sus viajes. Ella había llegado como una tormenta en medio del mar para volverlo loco y ahora no podía sacarla de su mente.

Arreglaría los problemas con su familia y la tomaría por esposa. Haría las cosas correctamente por primera vez. Entonces la sintió moverse a su lado. Alexandria se movió para estirarse y sus ojos café embriagantes como el whiskey lo miraron a él. Una sonrisa curvó sus labios.

—Pensaba que solo había sido un sueño —dijo lo mismo que él pensó minutos antes.

—Es real, más real que nunca —la besó de nuevo.

¿Era posible que después de tanto tiempo Aspen tuviera la oportunidad de amar de verdad?

La idea del amor nunca fue algo en lo que pensara, ni siquiera cuando su madre volvió a casarse y encontró una nueva familia. Aspen sabía que el amor existía, simplemente no creía que el fuera a ser tan afortunado para encontrarlo.

Ahora podía decir que lo era.

Alexandria era la representación física de algo que nunca imaginó posible.

—¿Qué sucede? —preguntó ella ante su silencio.

Él acarició su cabello dorado. Había estado ensimismado en sus pensamientos.

—Estaba pensando en lo afortunado que soy al tenerte aquí.

Sus ojos que siempre parecían brillar como dos luces en la oscuridad, le recordaban a esas joyas preciosas que su madre solía ponerse para salir. Brillaban con tanta luz propia y una parte de Aspen deseaba poder detener ese momento perfecto. Alexandria sonrió.

—Aspen, yo... —pareció dudar un segundo antes de decir —yo sé que no tiene mucho tiempo que nos conocemos, pero no puedo evitarlo. Te quiero.

Su declaración hizo que Aspen sintiera su corazón latir con fuerza.

—Yo también te quiero, Alexandria —la abrazó, pensando en la idea del matrimonio. Tenía que aprovechar ese momento —. Y es porque te quiero tanto que deseo que seas mi esposa.

Habría querido esperar un poco más, quizá hacer una declaración más romántica, sin embargo, no pudo esperar. Alexandria se quedó paralizada en su abrazo y hasta que la soltó pudo ver su rostro. Juntó sus cejas confundida, como si apenas comprendiera la idea.

—Aspen...

—No digo que nos casemos ahora, podemos esperar un mes. O hasta que consideres adecuado decirlo a tu familia. Mi familia puede saberlo después, no es importante.

Ella negó con la cabeza, se soltó de su agarre y Aspen sintió que algo iba mal. En especial cuando lo miró.

—Aspen, yo...no quiero casarme. No tienes que hacer esto por lo que pasó...

Él no entendía, pensaba que lo aceptaría.

—Alexandria, yo no tengo pensado tomarte solo una noche y ya. Esto no es una aventura para mí, lo sabes.

—Lo sé y estoy dispuesta a estar contigo, pero no puedo casarme. Todo menos eso.

Tenía que ser una broma, de todas las cosas que esperó de ella, nunca imaginó aquello. Alexandria llevaba odiando la idea de su compromiso con ese hombre y Aspen le estaba ofreciendo la oportunidad de librarse de él. ¿Por qué no podía verlo?

—Eso te libraría de él, lo sabes.

Ella se echó hacia atrás como si la hubiera golpeado.

—¿Estás pidiendo mi mano solo por eso?

—No, pero sé que por fin serías libre. No podría hacerte daño si eres mi esposa.

Alexandria soltó una risa sarcástica.

—No conoces a Edmund, a él no le importa eso. Además, no busco tu protección Aspen. Solo te quiero a ti. No necesito que seas un príncipe de cuento, no necesito un anillo para que me hagas feliz.

Se levantó de la cama y comenzó a vestirse. Aspen la imitó.

No daba crédito a lo que estaba escuchando.

—Estoy tratando de hacer lo correcto, lo mereces. Lo que hicimos anoche...

—¡No necesito que hagas lo correcto! ¿Acaso no te lo he dicho antes? No necesito regirme por esas reglas. Pensaba que lo entendías, tú entre todas las personas. No quiero que mi vida se defina sobre con quién me caso o no. Si le doy hijos o no.

Fue como recibir un golpe de realidad al escuchar esas palabras. Alexandria nunca buscó eso, ella había huido de su compromiso porque odiaba la idea del matrimonio en general y no solo por el hecho de que su prometido fuera cruel. Aspen sabía que buscaba libertad, pero él pensó que se trataba de eso, librarse de ese hombre.

Todo tenía sentido ahora.

—Simplemente no deseas casarte nunca, ni siquiera si es alguien a quien tú quieres.

Los ojos de ella comenzaron a brillar con lágrimas. Una parte de Aspen quería consolarla, pero la otra parte estaba sufriendo su rechazo. No importaba la intención, ella no lo debía querer lo suficiente si estaba dispuesta a negarse.

—¿Es eso lo que deseas? ¿Sacrificarte por una idea? Entiendo que desees ser libre, pero sabes muy bien que yo nunca te obligaría a cumplir esas expectativas. Yo no soy como él.

—Tú no me obligarías, eso lo sé. Pero ellos sí, todos a tu alrededor comenzarán a esperar algo de mí solo por ser tu mujer y no estoy segura de poder tolerarlo. No quiero que eso nos arruine a ambos.

Era casi irónico que en otros casos, un hombre se sentiría aliviado de estar con una mujer y no tener que comprometerse por ello. Sin embargo, Aspen se dio cuenta hasta ese momento que le pedía casarse porque de verdad deseaba estar con ella para siempre y Alexandria no estaba dispuesta a aceptar eso.

Por un segundo intentó entender la idea, intentó comprenderla, pero todas sus inseguridades lo hicieron sobrepensar. Ella podía estar embarazada y eso tampoco la detendría. Asintió con tristeza mientras terminaba de ponerse la camisa. Alexandria permaneció del otro lado de la habitación con las lágrimas cayendo por sus mejillas. No lo comprendía, ¿eran lágrimas por él o por ella?

—Tienes razón, porque la única que puede arruinarnos eres tú —soltó fríamente antes de salir de la habitación y dejarla sola.

El mar que nos atrapa | CompletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora