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La noche en aquel lugar se había transformado en algo mágico que apenas podía creer posible. Alexandria jamás había estado tan feliz en su vida. Los pocos recuerdos agradables que tenía, solían ser al lado de sus hermanos mientras que sus padres se esforzaban por ser perfectos.

En aquel lugar, podía ser ella misma sin él miedo a ser juzgada. Encontró en sí misma algo que nunca creyó posible, un potencial. Todos en ese local no dejaban de decirle que cantara más, como si fuera alguna clase de artista. Ella nunca se preparó para pensar en una vida fuera del matrimonio. Era algo demasiado lejano e irreal para ilusionarse, hasta ese momento.

Por primera vez podía permitirse soñar de verdad. Podía cantar, podía crear canciones de cuna y hacer que el mundo las escuchara. Su corazón latió con más fuerza. Pero lo que más calentó su corazón fue la mirada de admiración qué Aspen le dirigía.

Como si Alexandria fuera algo que valía la pena de admirar. El joven capitán era el único en esa sala capaz de convencerla de ir al fin del mundo. Mientras bailaban, le dio más esperanzas.

—Su voz... es preciosa, no tengo la menor duda que usted pertenece a los escenarios.

—¿De verdad cree eso? —le preguntó ella sorprendida.

—Estoy seguro de ello. El que hubiera sido una doncella antes no significa que no tenga un futuro por delante. Tiene talento, debería aprovecharlo al máximo.

Alexandria se sintió avergonzada de repente, escuchar que le dijera doncella le recordó a sus mentiras. El hecho de haberle ocultado su identidad real le generó mucho remordimiento.

Aspen tocó suavemente su barbilla para hacerla mirarlo.

—Estoy diciendo la verdad.

—Le creo.

Le creería todo.

En ese momento, ambos se quedaron en silencio escuchando la suave melodía que los hacía bailar. Estaban demasiado absortos el uno con el otro, en su propio mundo. Alexandria pensó que aquel momento era como un sueño. Miró a Aspen, un hombre valiente que le gustaba la aventura. Un alma libre que no la estaba juzgando. Incluso aunque no conocía todo de ella.

Sus ojos azules bailaron bajo las luces del local, luciendo fascinantes para ella. Eran tan oscuros a veces, recordándole el salvaje mar al que se enfrentaban día a día.

Sus manos se sintieron pesadas en los hombros de él, en especial cuando Aspen hizo un movimiento qué los acercó más. Podían sentir la respiración del otro.

Era posible que en todo ese viaje, ¿Alexandria estuviera sintiendo algo más?

Su corazón latió con mayor fuerza y ella se preguntó si Aspen pensó lo mismo que ella al mirar sus labios. Si él se inclinaba solo un poco la besaría y ese sería su primer beso de toda la vida.

Estaba deseándolo con fuerzas.

Aspen pareció comprender su mirada porque comenzó a inclinarse lentamente. En definitiva estaba soñando, pensó.

Estaba imaginando todos los posibles escenarios, en como ella deseaba también ser besada, pero no sucedió. De alguna forma, él se detuvo a tan solo milímetros de su boca cuando anunciaron los dueños del local que debían irse. Muchas personas se quejaron y ellos dos se quedaron congelados, mirándose confundidos.

¿Qué habría pasado sino los interrumpían?

Se alejaron rápidamente y salieron del local. Aspen le pidió a Alexandria que lo esperara en lo que buscaba a Willemby. Ella se quedó en el callejón al lado, viendo a todos salir. Estaba demasiado distraída, pensando en lo que casi pasaba en ese lugar.

Su madre no hubiera aprobado eso. ¿Un beso con un hombre con el que no estaba casada? Era un escándalo.

Claro que a ese punto ya no importaba demasiado, Alexandria había huido de su propia boda. Sin duda romper las reglas ya era costumbre suya.

Su distracción acabó en el momento en que alguien se apareció de la nada ahí en el callejón. Era aquel tipo odioso de la tripulación, Rupert. Caminó hacia ella dando traspiés, borracho.

—¿Por qué sigues aquí tú? —la señaló.

—Debería volver, ya es tarde —fue lo único que respondió ella. No tenía ganas de pelear con ese hombre.

Ella caminó a su lado para alejarse y evitarlo, pero Rupert fue rápido y la jaló de la muñeca. Alexandria siseó de dolor ante su fuerza y terminó pegada contra una pared con aquel hombre mirándola con odio.

—¿Te crees muy lista? ¿Seduciendo al capitán?

—No sé de me que habla.

—Te dije que lo recordaba. Lovelace.

La simple mención de su apellido la hizo palidecer.

—¿Qué? ¿No esperabas que lo hiciera, pajarito?

El aliento de Rupert apestaba a alcohol y tabaco y su mirada era demasiado vidriosa. Una sonrisa curvó sus labios y ella quiso gritar.

—Alexandria Lovelace, la joven que huyó de su propia boda. Prometida a Edmund Grayson, un poderoso hombre de negocios en Londres.

Ella intentó soltarse de nuevo pero Rupert la inmobilizó contra la pared aun más.

—No sé de que me está hablando.

—Deja de negarlo, Lovelace. Tú y yo sabemos muy bien porqué huiste. En fin, ¿qué puedo obtener de ti a cambio de no decirle al querido capitán?

Alexandria lo miró con miedo. Si Aspen se enteraba...

—Por favor —fue lo único que pudo decir.

No podía saberlo, si él se enteraba la odiaría. Estaba segura de eso.

Rupert le acarició el rostro y ella se estremeció, odiando su toque.

—Quizá podamos arreglarlo.

Su mano fue bajando a sus hombros y ella sintió repulsión. No podía moverse, era demasiado fuerte. El miedo y horror de lo que estaba a punto de suceder la dejó congelada. ¿Por qué no se movía y gritaba?

Ojalá aquello fuera solo una pesadilla. Las manos asquerosas de ese hombre comenzaron a tocarla de forma indebida hasta que de repente dejó de sentirlas. Cuando abrió los ojos, notó a su agresor en el suelo sangrando.

Enfrente de ella estaba Aspen, mirando con repulsión a Rupert. El hombre apenas y tuvo tiempo de reaccionar cuando Aspen se acercó a darle un puñetazo más fuerte que el anterior. Sangre salpicó la acera. Y de nuevo Aspen le dio más golpes y finalizó con una patada en el estómago.

Rupert apenas era un pedazo de carne intentando entender qué había pasado. Alexandria estaba congelada.

El joven capitán se agachó, jalándolo de la camisa. En sus ojos solo había odio puro.

—La vuelves a tocar y te juro que esto será lo más misericordioso que haré por ti.

Lo soltó bruscamente.

Sin decir nada, tomó a Alexandria de la mano y la sacó del callejón. Ella no dudó en seguirle.

Él la miró preocupado.

—¿Estás bien? —su mano apenas y rozó su mejilla.

Ella asintió.

Terminaron llegando al hostal donde iban a pasar la noche. Quería decir algo más, preguntar si había escuchado todo lo que dijo Rupert, pero Aspen la detuvo antes de ingresar su habitación.

—Alexandria.

—¿Si?

—Las cosas que dijo Rupert... ¿Había algo de verdad en ellas?

La mirada de él parecía suplicarle por una explicación. Alexandria de momento sintió una pesadez en el pecho, el remordimiento acechándola. «Si le dices la verdad te va a odiar»

—No, estaba mintiendo.

Él asintió y ella tuvo el presentimiento de que si había confiado en su palabra. La dejó en su habitación despidiéndose y ella ingresó, sintiendo toda clase de cosas.

Se odiaba así misma. 

El mar que nos atrapa | CompletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora