La primera noche del navío Katherine se estaba tornando bastante caótica pensó Aspen al ver como sus tripulantes caminaban de un lado a otro apenas sosteniéndose sin soltar la copa de alcohol. Desde que sus hombres habían aceptado aquel viaje, muchos estaban felices de ir a nuevas tierras y olvidarse por un momento de sus familias.
Aspen estaba seguro que ese viaje les daba un respiro largo de aquellas vidas tan ocupadas que tenían. Aunque no podía evitar sentir un poco de culpa que sus hombres prefirieran ese viaje a estar con sus familias. No podían negarse a sus peticiones, pero era obvio que querían irse con él.
Como era costumbre, empezaron a tomar todo el alcohol qué pudieron y se animaron a cantar a la oscura noche que los clamaba. Incluso algunos bailaban al compás. Aspen se sentó en los escalones que llevaban a la popa y observó a los tripulantes con alegría. Era imposible no contagiarse de ella.
Viajar por el mundo se había convertido en su objetivo de vida, puesto que la idea de vida que le esperaba en tierra era demasiado triste para él. Le gustaba descubrir nuevos mundos, nuevos lugares para describirlos en palabras. Siempre llevaba un diario consigo donde anotaba las cosas más importantes, si tan solo existiera una forma de congelar esas escenas para siempre sería el tan feliz. Por el momento, sus palabras en papel eran más que suficiente para rememorar esos recuerdos.
Estaba anotando un par de cosas que no podía dejar de pasar, la felicidad de esa noche y la caótica tarde que tuvo con aquella señorita, su nueva tripulante a bordo.
No dejaba de pensar que era una locura dejarla quedarse en el navío (todos coincidían en eso). Por no decir que la joven parecía ser demasiado impredecible. Sin duda no vio venir aquel golpe en el agua, pero cuando regresaron al barco pudo notar cierta brillo en sus ojos: desesperación.
Alexandria estaba huyendo de algo y su única opción fue su barco lastimosamente. Aun así, no iba a confiar en ella. Prefirió dejarla para ver cuales eran sus verdaderas intenciones. Todavía tenían semanas para llegar a tierra, así que les daría tiempo.
—¿Qué está haciendo, capitán? —se acercó con un brillo curioso Sam.
Sam, el único niño a bordo del Katherine, era hijo de uno de los tripulantes: Dante, un hombre que había perdido a su esposa debido a una enfermedad. Solo se tenían ellos dos en el mundo y Sam era un niño de casi ocho años que era demasiado inteligente para su edad.
Le dio una sonrisa.
—¿No deberías estar durmiendo, Sam?
Él hizo un puchero.
—Pero quería jugar, todos se están divirtiendo, ¿por qué yo no?
Su padre Dante debía de estar en algún lado distraído, no había notado que su hijo no estaba en cama. Aspen se levantó y le dio la mano a Sam quien no dudo en tomarla.
—Vamos a jugar a algo, ¿quieres?
Lo llevó de la mano hacia la parte baja del barco, donde yacían todos los demás tripulantes. Era un sitio amplio qué estaba lleno de hamacas colgando alrededor. Aspen llevó a Sam a una de las hamacas vacías y lo acomodó.
—Este juego se llama contar las estrellas.
El niño hizo una mueca.
—No me gusta contar.
—Te daré un premio si lo haces.
Eso lo animó enseguida, porque comenzó a contar estrellas aunque no pudiera verlas. Estaba seguro que su plan funcionaría, ya que podía notar sus ojos parpadear lentamente, luchando con seguir despierto. El pequeño Sam intentaba contar, pero la lucha contra el sueño lo estaba venciendo hasta que lo hizo.
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El mar que nos atrapa | Completa
RomanceCuando Alexandria Lovelace decide que el mundo en el que se encuentra no es el que ella quiere. Un mundo donde las mujeres siguen siendo monedas de cambio y solo con el objetivo de tener hijos, ella decide que su vida no tomará aquel curso. Así que...