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La furia carcomía a Aspen desde adentro. Como si la leña siguiera creando más llamas, estaba deseoso de destruir algo o a alguien.

La verdad es que él nunca se visualizó como un asesino. Pensaba que podía dominar a la perfección sus sentimientos, disfrazarlos. Pero cuando aquella noche vio a uno de sus hombres amenazando y tocándola sin su consentimiento sintió el verdadero deseo de matar.

La violencia era algo que desaprobada. Sin embargo, ver como ese hombre trataba de obligarla le asqueó. Nadie que forzara a una mujer o un hombre merecía respeto.

En especial con Alexandria.

No sintió los golpes, solo fue directo hacia él y golpe tras golpe siguió hasta dejarlo derrotado. Iba a por más hasta que vio la mirada de terror en ella. Alexandria estaba asustada, viéndolo. Eso fue lo que salvó a Rupert de la muerte. No estaba siendo misericordioso porque si, solo se detuvo por ella.

Las sarta de mentiras que dijo sobre ella le enojaron aun más. ¿Cómo se atrevía a inventar una historia así?

No conocía la historia completa de Alexandria, pero quiso preguntarle por las dudas. Rupert la odiaba y solo quería difamarla. Lo entendía ahora.

Por eso cuando llegó a desayunar aquella mañana, lo que menos esperó fue la correspondencia que recibió. Se trataba de un periódico de Londres con la fecha de hace dos meses. En aquel papel había noticias sin sentido, ¿por qué alguien le enviaría esto?

Entonces vio algo que llamó su atención, el nombre que escuchó decirle a Rupert. Lovelace. Alexandria Lovelace, la mujer que escapó de su boda con Edmund Grayson. ¿Eso era una pesadilla?

El artículo estaba narrando los hechos y como la familia y su prometido buscaban a una joven rubia. Incluso había un retrato.

Aspen soltó el periódico, sintiendo que este le quemaba. No podía ser cierto, no podía ser verdad lo que había dicho Rupert. Willemby que estaba a su lado parecía preocupado.

—¿Señor?

Había perdido el apetito, su boca se sentía demasiado seca.

Alexandria Lovelace. Una joven aristócrata, prometida a un hombre rico. Alexandria la chica que estaba en su tripulación, con una excelente educación y modales. Solo una joven de buena cuna actuaría así. Ni siquiera como doncella podía tener el porte qué ella tenía.

Encajaba perfecto. Ahora lo comprendía todo, sus deseos de huir, de tener las riendas de su vida. Todo encajaba.

Se levantó de la mesa y camino a su habitación, en las escaleras la encontró a ella. Alexandria le sonrió, ignorante a los recientes hechos.

Le había mentido en la cara, justo después de que él la había defendido. ¿Por qué?

—Buen día, Aspen —saludó ella.

Aspen se quedó en silencio sin poder formular una frase. Lo único que pudo hacer fue entregarle el periódico. Ella lo abrió y su cara palideció.

Si quería una respuesta, ahí la tenía.

—Aspen, yo...

—El barco saldrá mañana, sin embargo no se moleste señorita Lovelace. Usted no vendrá con nosotros.

Había ordenado a la tripulación que recogiera sus cosas ya que el barco zarparía pronto. Aspen ni siquiera se molestó en escuchar las súplicas de Alexandria. ¿Qué tanto podía decirle a este punto? Le había mentido en su cara incluso después de que él la había salvado de aquel poco hombre.

No fue hasta ese punto que se dio cuenta que confiaba demasiado en ella, podía decirle lo que fuera y se lo iba a creer. Las palabras de Rupert las había dudado desde el primer momento en que salieron de su boca, pero las de Alexandria no. ¿Qué poder tenía ella sobre él?

Ni siquiera las súplicas de Willemby le harían cambiar de opinión. Alrededor de sus veinticinco años había conocido todo tipo de mentiras, muchas mujeres acercándose a él con tal de obtener un poco de poder, como si Aspen tuviera algo. Todo el poder que tenía lo llevaba su apellido desde su adopción, pero muchas personas parecían creer que él de verdad lo tenía entonces lo usaban.

Estaba consciente que Alexandria en realidad ni siquiera sabía de su apellido, pero ella en definitiva lo había usado y de alguna forma era peor que las otras mujeres. Se subió al barco, mientras veía a Willemby pasar lista de todos los tripulantes.

—Señor...

—Ya te lo dije, Willemby

—Pero...

—Un nuevo barco acaba de arribar al puerto, dicen que también viene de Londres —llegó Dante con un Sam contento.

Realmente no estaba interesado en lo que sea que Dante tuviera que decir hasta que algo resonó en su mente:

—Es un joven aristócrata, está buscando a su prometida.

Tanto Willemby como Aspen se miraron el uno al otro, ambos sabiendo lo que eso significaba. Podía ignorarlo y ser una simple coincidencia, pero según las palabras de Rupert, aquel hombre con el que estaba prometida Alexandria la estaba buscando. ¿Su obsesión por ella había llegado a ese punto?

En ese momento recordó cómo había enfrentado a Alexandria aquella mañana. Ella lo siguió después de ver el periódico y trató de explicarle todo.

—Aspen, no es lo que tu crees.

—¿Qué es lo que creo, Alexandria? ¿qué mentiste sobre tu origen y pretendiste todo este tiempo ser una plebeya cuando en realidad vienes de una de las familias más ricas de Inglaterra?

Según lo que decía el artículo, su familia venía de un núcleo muy poderoso en Londres, pertenecientes a muchos negocios en el país. Ella estaba destinada a ser más renombrada aun si se casaba con aquel hombre cuyo nombre ni siquiera se molestó en recordar. Quizá los celos los estaban cegando, no podía definirlo con claridad.

Ella se quedó en silencio.

—¿Qué? ¿No vas a defenderte? ¿Prefieres mantener tus mentiras hasta el final?

—Necesitaba huir.

—Claro, huir de una vida que parecía perfecta al lado de otro hombre. ¿Cuándo pensabas decirme que ya estabas prometida?

—¡No lo entiendes!

—¿Qué es lo qué debería de entender?

—Tenía que hacerlo, no podía casarme. Esa vida no era la mía. No podía casarme con él, prefería morir a atarme con esa persona.

Ella lo agarró de la muñeca para evitar su alejamiento y Aspen respiró hondo, sintiendo el aire irse de repente. ¿Por qué estaba sintiendo lástima por esa mujer mentirosa? Pero la expresión de ella denotaba tristeza, incluso miedo. ¿Qué tan cierto sería lo que estaba diciendo o era otra táctica más para convencerlo?

—¿Por qué no me dijiste la verdad desde un principio?

—Porque no ibas a permitir que una mujer como yo estuviera en tu barco.

No pudo argumentar contra eso ya que era cierto. Aspen nunca se hubiera arriesgado a que una mujer de cuna noble se quedara entre su tripulación, no cuando buscaba la libertad de una sociedad que precisamente esa familia debía odiar.

Él quitó la mano de Alexandria de su muñeca como si quemara. Ella de momento solo pareció dolida.

—No quiero volverte a ver en mi vida.

Fueron las palabras más difíciles de pronunciar, porque aunque sus ojos le suplicaban y él quería quedarse, no había vuelta atrás cuando se sentía traicionado. 

El mar que nos atrapa | CompletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora