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Aspen estaba consciente ahora que no podía dejar ir a Alexandria aunque su vida dependiera de ello. No después de aquel beso, no cuando por fin parecía encontrar a la persona correcta.

Sabía que la situación era muy diferente en comparación con otras mujeres con las que había estado. Alexandria no era una aventura, no era algo de una noche. Y estaba siendo honesto consigo mismo, se había enamorado de ella. Lo supo en aquel momento que la vio partir sin decirle una palabra. El momento en que vio el dolor en sus ojos, no podía separarse de ella aunque lo intentara.

Tras que beso en el callejón, tuvieron la suerte de no ser vistos. Pero Aspen no estaba preocupado, tomó de la mano a Alexandria dispuesto a enfrentar cualquier cosa.

Podría no estar del todo seguro de su futuro, pero estaba seguro de que la quería a ella. Así que aquella tarde, Aspen se limitó a escribir una nota con órdenes para Willemby mientras él y Alexandria buscaban un sitio donde quedarse. El resto de la tarde, estuvieron caminando por las ocupadas calles de Nueva York hasta encontrar un hostal adecuado. Encontraron un edificio que rentaba habitaciones y parecía seguro.

Al ingresar, miró a su lado, Alexandria estaba mirando hacia todos lados. De repente se había puesto muy nerviosa y no parecía tener la capacidad de mantenerle la mirada a Aspen. Él apretó su mano.

—Alexandria, ¿sucede algo?

Ella lo miró de forma rápida para evitar de nuevo sus ojos. Negó con la cabeza.

—Nada, estoy perfecta.

Aspen podía decir con orgullo que la conocía lo suficiente ahora para saber que algo sucedía. Pero no quería insistir y ponerla más nerviosa, ya lo hablarían en privado. Así que se encargó de pagar las habitaciones y los dos subieron a donde la recepcionista les asignó. Él soltó su mano pero no si antes darle un pequeño beso en los nudillos. Alexandria abrió sus ojos con sorpresa.

—Espero tengas un buen descanso.

Ella abrió su boca y la cerró.

—Pensé que...

Miró la puerta de su habitación y luego a Aspen y su puerta. Parecía confundida y eso le hizo gracia a él.

—¿Qué pensaste?

—Nada —volvió a evitar su mirada e intentó alejarse de él.

Aspen sonrió triunfal y la jaló de la muñeca para atraer la hacia él.

—¿Pensabas que íbamos a quedar juntos en una habitación?

Ella por fin alzó la mirada.

—¿Tendría algo de malo?

—Tú eres una mujer de buena cuna. Y ese beso...

No podía olvidar aquel beso aunque lo intentara. O aquellas palabras que Alexandria susurró antes «No hay nada de mí para arruinar». Sabía que estaba dando su consentimiento para que él la besara, pero seguía sintiéndose extrañamente sucio.

Nunca en su vida había estado enamorado y tampoco había estado con una mujer a la que deseara más allá de una noche. Alexandria merecía más, mucho más.

—Ese beso fue increíble —le sonrió sacándolo de sus pensamientos.

—No pienso tratarte como una amante, debes saber eso.

Ella juntó sus cejas. Aspen tuvo el presentimiento de que no había usado las palabras correctas porque ahora parecía molesta.

—¿Por qué? ¿O es que acaso hay alguna distinción entre las mujeres amantes y las de mi clase? Si fuera de otra clase social, ¿me tratarías diferente? ¿Me habrías llevado a tu habitación?

El mar que nos atrapa | CompletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora