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En los últimos dos días, Aspen había dejado que el rencor y la venganza lo atormentaran. En especial desde ese día que hizo que Alexandria limpiara el suelo.

Había visto el dolor en sus ojos cuando se lo ordenó, pero conocía el orgullo de aquella mujer y ni siquiera con todo esa actitud desafiante iba a mostrarse débil. Pensó que ella pelearía, se defendería, sin embargo hizo lo que dijo sin rechistar y la odió por eso. Se odiaba así mismo.

Tan pronto la había visto inclinarse para limpiar quería incarse ante ella y pedirle perdón, pero se contuvo. No podía volver a caer ante su mirada. Lo que sabía de ella hasta el momento era que era mentirosa y ya tenía suficientes mentiras para toda una vida.

Sus padres muchas veces quisieron manipularlo a su antojo con mentiras para que hicieran lo que ellos querían. Aspen ya estaba cansado y justo cuando creía haber conocido a alguien interesante como Alexandria, resultaba que no era muy diferente. Sus mentiras parecieron calar más que nada.

Después de haberla hecho limpiar, no tuvo el valor de enfrentarla de frente así que le pidió a Willemby que le dijera de sus nuevas tareas a bordo del Katherina. Su amigo pareció molesto con aquellas indicaciones y claramente intentó persuadir a Aspen, pero él estaba enojado. Si Alexandria iba a quedarse ahí, mejor que hiciera algo de provecho para hacer valer su lugar.

Eso se repetía a diario. Y no el hecho de que estaba actuando como un completo idiota.

Afortunadamente ella no dijo nada. Tampoco lo enfrentó, cosa que le enfurecía más. Eso significaba que ella se sentía en deuda.

Entonces en el segundo día se la encontró en la cocina, lavando una torre de trastes qué parecía infinita. Aspen solo había entrado porque quería buscar algo de comer, pero se detuvo cuando la vio ahí.

Había evitado verla y tenía tan mala suerte que ahora debía enfrentarla ahí mismo. Alexandria todavía no se había percatado de su presencia hasta que se giró para buscar algo. Se detuvo, mirándolo sorprendida.

Aspen notó su nerviosismo y como instintivamente movía su brazo derecho detrás de su espalda. Como si ocultara algo. Él juntó sus cejas.

—¿Pasa algo?

Ella negó.

—Nada, señor.

Ahora se limitaba a decirle «señor». ¿Qué estaba tramando?

—Su brazo, ¿por qué lo oculta?

—No es nada.

Sabía que estaba mintiendo lo cual lo hizo enfurecer más si eso era posible. Los últimos días se la pasaba enojado por todo y por nada, y Alexandria con sus respuestas estaba tentando a la suerte. Apretó la mandíbula y se acercó a ella.

—Deje de mentir.

Ella negó. Pero a Aspen no le importaba ya, si iba a seguir con sus mentiras entonces tenía que atenerse a las consecuencias. Se acercó demasiado rápido para que ella se moviera y sin decir nada, tomó su brazo derecho. Alexandria intentó moverse para evitar su toque y consecuencia logró golpear su mano derecha con la pila de trastes qué tenía al lado.

Había esperado encontrar algo en su mano cuando logró agarrarla. Pero no había nada, ella gimió de dolor cuando él la tocó.

—¿Qué es lo que...?

Su mano estaba vendada.

Lo peor de todo era que al intentar agarrarla, ella se golpeó más fuerte y las vendas ahora estaban rojas, la sangre comenzando a machar estas.

Alexandria intentó zafarse de su agarre, pero ya era demasiado tarde. Aspen estaba quitando rápidamente la venda y se encontró con su mano magullada con cortes en toda su palma. La sangre saliendo por esta.

El mar que nos atrapa | CompletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora