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Si Aspen hubiera creado un plan más ordenado, quizá no hubiera funcionado. Y es que entrar a una de las casas de una familia de buen nombre en Londres era algo complicado, en especial de los Lovelace. Edmund Grayson se había encargado de la seguridad en el sitio y ni él ni sus hombres podían entrar de un forma que no implicara un caos total.

Así que todo fue más simple, entrarían a la fuerza y él aprovecharía esa distracción para llevarse a Alexandria antes de que cometiera el peor error de su vida.

Lo que menos se imaginó fue encontrarse con una Alexandria renuente a irse con él, que no paraba de gritar y removerse encima de él.

—¡Aspen Laighment, suéltame o te juro qué..!

—Si vas a amenazarme, puedes intentarlo. No voy a soltarte.

Ella gruñó en respuesta.

—Has perdido la cabeza, estás loco. Quieres morir.

Eso le hizo gracia a él. La que verdaderamente perdió la cabeza fue ella.

—En realidad la que ha perdido la cabeza es otra. ¿Casarte con ese imbécil? ¿De verdad?

Ya había cargado con ella lo suficiente hasta que llegaron a uno de los carruajes que dispuso para el plan huida. Sin decirle nada a ella, abrió la puerta y la metió dentro. Alexandria gritó intentando zafarse pero no fue más rápida. Aspen logró ingresar después de ella y cerrar la puerta. Gritó una orden al cochero y el carruaje empezó a moverse.

Alexandria se incorporó en el asiento de enfrente y lo miró por primera vez desde que se alejó de él. Sus ojos seguían siendo tan expresivos como siempre y esta vez brillaban de ira.

—Esa es mi decisión y no te incumbe —soltó indignada.

—Sí me incumbe, especialmente porque sé que todo esto lo has hecho para salvarme.

Ella abrió sus ojos con sorpresa.

—¿Qué? ¿Creíste que Willemby no me diría nada?

—Él me prometió...

—No importa lo que te haya dicho, fue una estupidez lo que hiciste y no tenían ningún derecho sobre mí para decidir lo que yo quería.

Lo había ensayado por semanas, desde que la había empezado a recordar. ¿Qué iba a decirle cuando la tuviera enfrente?

Estaba furioso, herido, pero sobre todo, asustado. La idea de ver a Alexandria Lovelace, de por fin poder sentirla cerca no era nada parecido a lo que veía en sueños. Todas esas veces que su imagen aparecía por las noches y él aclamaba su nombre. La había extrañado como nunca y verla vestida de novia para otro hombre le dolía.

Aun así, su corazón parecía ignorar la lógica de su razonamiento. Estaba latiendo alegre ante su cercanía. Ella lo miró y entonces supo que el dolor y los malos recuerdos la embargaron.

—¿Qué se suponía que hiciera entonces? ¿Dejarle qué te matara? —su voz sonó baja y quebrada.

Verla de repente así, triste y torturada por la idea de él sufriendo no le permitió a Aspen ser duro con ella. No podía serlo, no cuando ella estaba dispuesta a sacrificar todo por él.

Aspen se inclinó y fue hacia ella. Sus manos enseguida buscando las suyas. Tan pronto Alexandria entrelazó sus dedos con los suyos todo se sintió correcto.

—¿Es que acaso crees en la promesa que te hizo? ¿De verdad crees que un hombre capaz de lastimarte así tiene palabra? Edmund Grayson estaba a punto de hacer un juramento ante los dioses para casarse contigo hace un momento, a punto de jurar proteger a la misma mujer a la que dañó tanto, a la misma mujer que golpeó sin escrúpulos. ¿De verdad crees que iba a cumplir su promesa?

El mar que nos atrapa | CompletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora