ChanYeol
—Deberíamos irnos a un sitio más... íntimo. —La rubia deslizó sus dedos a lo largo de mi brazo, y sus ojos almendrados brillaron de excitación mientras se pasaba la lengua por los labios—. O no. Lo que te apetezca.
Hice una mueca que no se podía considerar una sonrisa, pero fue suficiente para expresar lo que estaba pensando. «No soportarías lo que me apetece».
A pesar de su vestido corto y de sus sugerentes palabras, parecía la típica chica a la que le gustaba hacer el amor y ese tipo de tonterías.
Yo no hacía el amor ni ese tipo de tonterías.
Yo follaba de una manera concreta, y solo a un tipo específico de mujer a la que le gustara ese rollo. No era BDSM duro, pero tampoco suave. Estaban prohibidos los besos y el contacto cara a cara. Las mujeres solían estar de acuerdo, y luego a mitad del asunto intentaban cambiar las normas, entonces yo paraba y les señalaba la puerta. No tengo paciencia con las personas que no saben ceñirse a un acuerdo tan simple.
Por eso tenía un listado de nombres conocidos cuando necesitaba desfogarme, y ambas partes sabíamos lo que había.
La rubia no iba a entrar en el listado.
—Hoy no —dije, dándole vueltas al cubito de hielo de mi copa—. Es la fiesta de despedida de mi amigo.
Señalé con la mirada a JongDae, que disfrutaba de la atención femenina. Se despatarró en el sofá, uno de los pocos muebles que quedaban después de haber desmantelado la casa para marcharse un año, y sonrió mientras tres chicas le hacían carantoñas. Siempre había sido el más carismático de los dos. Mientras yo inquietaba a las personas, él las relajaba, y su acercamiento al sexo femenino era el opuesto al mío. Su lema era: «Cuantas más, mejor». A esas alturas ya debía de haberse tirado a la mitad de la población femenina del área metropolitana de Washington D. C.
—Que se apunte también él. —La rubia se acercó tanto que me rozó el hombro con las tetas—. No me importa.
—A mí tampoco —saltó su amiga, una morena bajita que había estado callada todo el rato, pero que desde que entré por la puerta me había estado devorando con la mirada como si fuera un pedazo de carne—. Lyss y yo hacemos todo juntas.
La insinuación no podría haber sido más explícita ni aunque se la hubiera tatuado en el escote.
La mayoría de los tíos se habrían lanzado de cabeza, pero yo ya estaba aburrido de la conversación. Nada me ponía menos que la desesperación, que olía aún más fuerte que su perfume.
No me molesté en contestar. En lugar de eso, examiné la habitación en busca de algo más interesante que me llamara la atención. Si hubiera sido la fiesta de cualquiera que no fuera JongDae, habría pasado de ir. Entre mi puesto de jefe de Operaciones en el Grupo Archer y mi... proyecto paralelo, ya tenía suficiente para no tener que ir a reuniones sociales sin sentido. Pero JongDae era mi mejor amigo (uno de los pocos cuya compañía aguantaba más de una hora seguida) y el lunes se iba a Centroamérica para trabajar como médico voluntario durante un año. Así que tenía que fingir que me gustaba estar ahí.
Una risa deslumbrante estalló en el aire, y me hizo buscar con la mirada a quién pertenecía.
BaekHyun. Por supuesto.
El hermano pequeño de JongDae siempre estaba contento y risueño. No me habría extrañado que hubieran empezado a brotar flores por el suelo que pisaba, o que un corrillo de animales del bosque lo siguiera por una pradera o por donde quiera que fueran los chicos como él.
Estaba apoyado en una esquina con sus amigos, con la cara resplandeciente mientras se reía de algo que había dicho uno de ellos. Me pregunté si sería una risa auténtica o falsa. La mayoría de las risas o, mejor dicho, la mayoría de las personas, eran falsas. Todas las mañanas se levantaban y se ponían una máscara de quien quisieran ser ese día, de cómo querían presentarse ante el mundo. Sonreían a la gente que odiaban, se reían de chistes que no tenían gracia y les lamían el culo a aquellos contra quienes conspiraban en secreto.